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[Literatura] Harry Potter y la Cámara Secreta, un paso de gigante

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Harry Potter y la Piedra Filosofal me pareció exactamente lo que es: un obra de una autora con poca experiencia que aún estaba lejos de alcanzar su madurez creativa. Si bien es cierto que en sus páginas se pueden encontrar aciertos notables, incluso los elementos más originales beben de fuentes más o menos conocidas. Además, su clímax se construye de forma un tanto irregular y se desarrolla con tanta brevedad que la conclusión del libro se antoja apresurada e incluso insuficiente. También podría decir que el enfoque claramente infantil de esta primera entrega de la saga no contribuye a que los lectores adultos se adentren en ella con interés. Harry Potter y la Piedra Filosofal es una obra simple y orientada a niños pequeños que queda lejos de poder calificarse como brillante debut. No obstante, me alegra comprobar que J. K. Rowling no tardó mucho en madurar como escritora, porque el segundo libro de su famosa serie supuso en salto gigantesco en cuanto a calidad literaria. Harry Potter y la Cámara Secreta me ha parecido mucho mejor libro en todos los sentidos: construcción de la trama, desarrollo del clímax, caracterización de personajes... todo mejora. Aunque admito que la primera entrega me dejó algo indiferente, la segunda me ha atrapado por completo.

Uno de los factores que sin duda contribuyen a que este libro sea mucho más redondo es su mayor extensión. El número de páginas crece considerablemente respecto a Harry Potter y la Piedra Filosofal y, como consecuencia, la autora puede planificar con cuidado la evolución del misterio en torno al que gira la trama. Mientras que en el primer libro dicho misterio es algo anecdótico que incluso el más joven de los lectores no debería tener problema en deducir por sí mismo, en la segunda entrega es un misterio con todas las de la ley. La información está muy bien dosificada a lo largo del texto y la autora incluso juega a ofrecer pistas que al final se desvelan como medias verdades o directamente como mentiras. En ese sentido, me da la impresión de que Harry Potter y la Cámara Secreta se aleja un tanto de la literatura infantil y aspira a ser una obra orientada al público más juvenil. Con esto quiero decir que se trata de un libro que exige un poco más al lector, lo cual siempre es de agradecer. Aunque sigue teniendo la manía de excederse en las explicaciones para dejarlo todo bien masticadito, parece un libro orientado hacia un lector mucho más activo, capaz de hacer sus propias deducciones y de descubrir que no todos los datos que se le ofrecen encajan bien en la narración... o son demasiado convenientes como para confiar en su validez. La forma en la que se plantea el misterio de la Cámara Secreta y del monstruo que la habita es muy hábil: es sutil y progresiva, está conectada con el trasfondo de los personajes y, además, enriquece el escenario sobre el que se desarrollan los acontecimientos.

La propia forma de escribir de J. K. Rowling evidencia una mejoría en esta entrega. No puedo decir hasta qué punto se debe a la intervención de sus editores, pero desde luego Harry Potter y la Cámara Secreta está mucho más pulido que el anterior libro. Un detalle que me chirrió mucho en la primera incursión de la autora fue la marcada ausencia de descripciones. Pues bien, ese es uno de los primeros aspectos que la autora corrige aquí. Aunque no llegan a ser tan extensas y detalladas como a mí me gustaría, al menos existen descripciones como tales en este segundo libro. Al fin he podido construir una imagen mental de algunos aspectos que antes me parecían demasiado vagos y que fueron solidificándose en mi mente casi sin darme cuenta a medida que avanzaba en la lectura.

No obstante, el punto fuerte de esta entrega quizá sea la caracterización de personajes. Tras haberse quitado de encima la pesada tarea de presentar a sus protagonistas y antagonistas, la autora se dedica en este libro a desarrollarlos y a insuflarles auténtica vida. Es posible que quien más se beneficie de todo esto sea el gran villano, Lord Voldemort, que en el primer libro era poco más que el típico villano de opereta cuya única justificación parecía ser la necesidad de tener un antagonista para Harry. Hay quien piensa que la calidad de una historia se mide por la calidad de sus villanos. En ese sentido, el Voldemort de Harry Potter y la Piedra Filosofal, pese a haber cometido la gran maldad de asesinar a los padres de nuestro protagonista, no era gran cosa. En cambio, el Voldemort de Harry Potter y la Cámara Secreta es un personaje tridimensional, con un justificación para sus acciones y un trasfondo interesante. J. K. Rowling optó por establecer un paralelismo entre el héroe y el villano, haciendo que ambos fuesen huérfanos que encontraron su verdadero lugar en el mundo mágico gracias al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. No se puede decir que sea el recurso más innovador del mundo, pero desde luego es efectivo. Además, al autora juega al despiste con el lector, ya que en principio Voldemort no parece ser el villano en esta ocasión. Sin embargo, cuando nos cuenta la historia de Tom Ryddle a través de su diario, lo que está haciendo en realidad es contextualizar a su villano. Si es cierto que los villanos son la vara con la que se mide la calidad de una historia, entonces está claro que la calidad de Harry Potter y la Cámara Secreta se dispara en comparación con la del arranque de la serie.

Otro aspecto destacado de esta segunda parte es su sentido de la comedia, mucho más marcado y con cierta tendencia a desviarse hacia el humor negro. Se trata de un libro elaborado para el disfrute de los niños, pero teniendo también presentes a los adultos. Destacaría al personaje de Gilderoy Lockhart, un mamarracho encantador y divertidísimo. Más allá de ser un personaje cómico para los jóvenes lectores, los adultos verán en él al estereotipo de cierto tipo de persona desgraciadamente común en el mundo académico o laboral. Junto a los pasajes centrados en Tom Ryddle, la escritora pone lo mejor de sí en los capítulos en los que aparece el narcisista profesor Gilderoy Lockhart. Hay algunos momentos especialmente brillantes en los que la ambientación y el contexto de una escena trabajan juntos para caracterizar al personaje, como las escenas que transcurren en el despacho de Lockhart bajo la atenta mirada de las fotografías de su rostro que reaccionan de distintas formas a lo que sucede.

En cuanto al trío protagonista, me da la impresión de que J. K. Rowling ya tenía muy claro qué pensaba hacer con ellos desde el momento en que empezó a trabajar en este libro. Por ejemplo, la dinámica entre Ron y Hermione sigue a rajatabla ese viejo dicho que afirma que los que se pelean se desean. El personaje de Harry es el que sigue estando algo más vacío en su caracterización, en tanto que no se define tanto por su relación con el resto de personajes como por la relación que ellos tienen con él. Harry sigue siendo en cierta medida un recipiente sobre el que el lector puede proyectar sus propias filias, aunque me sorprendería que esto se mantuviese en las siguientes entregas de la saga. Imagino que la autora colocará el foco sobre el mundo interior de Harry a medida que progresen sus estudios en Hogwarts, porque en Harry Potter y la Cámara Secreta dicho foco no se coloca sobre lo que Harry siente sino sobre lo que los demás personajes sienten hacia él: la descarada fascinación de Ginny Weasley, el cariño paternal del profesor Dumbledore, el desprecio de Draco Malfoy... Las emociones del elenco están claras, mientras que las de Harry se intuyen más que expresarse. Igual este es uno de los motivos por los que es tan popular: porque, al menos en gran parte, Harry es el lector y el lector es Harry.

Ya que lo he mencionado, diría que otro de los antagonistas, en esta caso el insufrible Draco Malfoy, también gana bastantes puntos en esta entrega. Una vez más, que se aporte el trasfondo que ofrece su padre, Lucius Malfoy, así como los orígenes de Slytherin y la filosofía racista del fundador de la casa, que despreciaba a todos aquellos magos que no fuesen de sangre pura, ayuda a que la caracterización del personaje resulte mucho más saliente y memorable. Este pequeño y mezquino mequetrefe tiene un papel más destacado en este segundo libro y sus intentos por hacer quedar mal a Harry evidencian la envidia que siente hacia él, así como su inseguridad y su temor a ser superado por el objeto de sus burlas. Para cuando termina el segundo curso en Hogwarts, Harry ha abierto la Cámara Secreta, ha vencido al basilisco, ha salvado la vida de Ginny y ha vuelto a derrotar a Voldemort. En cuanto a Draco, su mayor hazaña hasta entonces consiste en entrar en el equipo de quidditch de Slytherin gracias al dinero de su padre. Tan evidente es su problema de autoestima que casi resulta adorable. Casi.

Respecto a lo demás, continúan las líneas maestras que se establecieron en Harry Potter y la Piedra Filosofal: continúa el quidditch (ahora más personal gracias a la incorporación de Draco al equipo de Slytherin en la misma posición que Harry), el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras continúa gafado y Neville Longbottom sigue siendo igual de torpe (¡o puede que incluso más!). Con los nuevos alumnos de primer año que se suman a la lista de personajes secundarios, en alguna que otra ocasión conviene echar un vistazo a la Wikipedia para seguirle la pista a tanto nombre, pero este sigue siendo un libro ameno, sencillo y fácil de leer. Creo que he tardado menos tiempo en leerlo que el anterior, pese a tener casi el doble de extensión. Ese hecho transmite mejor mi impresión sobre Harry Potter y la Cámara Secreta que cualquier reseña que pueda elaborar. Es más, en el momento de escribir estas líneas ya llevo buena parte del siguiente libro leída. Para mi sorpresa, estoy empezando a entender qué tiene esta historia de especial para haber encandilado a tanta gente.

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