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[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 3): "Qualinost"

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Después de repasar los libros centrados en los primeros años de Raistlin, el personaje más popular de esta saga de fantasía, me apetecía hacer lo propio con los demás aventureros que protagonizan las Crónicas de la Dragonlance y rememorar así sus orígenes. Quizá esté demorando demasiado el momento de releer las Crónicas, que como ya apunté son el eje central que articula toda esta franquicia, pero no tengo prisa. Aunque iba a ponerme ya con los Preludios, que son dos trilogías ambientadas inmediatamente antes de las Crónicas, he decidido embarcarme antes en la lectura de otros seis volúmenes cronológicamente anteriores. Los Compañeros de la Dragonlance es una colección de seis libros escritos por distintos autores que narran los primeros encuentros entre quienes se convertirán en los futuros héroes (de hecho, el título en inglés de la colección es Dragonlance Meetings). Recuerdo haber comenzado a leer esta hexalogía hace años, aunque nunca llegué a terminarla. Es buen momento para enmendar ese error.

Como todas las subcolecciones de la franquicia, Los Compañeros de la Dragonlance es independiente del resto de libros aunque está plagada de guiños y referencias a su universo. No obstante, hay que tener en cuenta que la historia continúa de un volumen a otro, por lo que deben ser leídos en orden (al contrario de lo que sucede con los Preludios, que son independientes entre sí y pueden ser abordados en cualquier orden). El primer volumen se tituló Qualinost en su edición española, aunque el título en inglés es mucho más sugerente: Kindred Spirits. La historia transcurre casi por completo en la ciudad élfica de Qualinost y tiene como protagonistas a dos de los compañeros: el enano Flint Fireforge y Tanis el Semielfo. El libro no sólo narra su primer encuentro, sino también el desarrollo de su incipiente amistad. En los siguientes volúmenes se les irán uniendo los demás personajes que acabarán conformando el elenco principal de las Crónicas.

Qualinost fue escrito por Mark Anthony, un escritor habitual en el entorno de la narrativa fantástica hace ya unos años (además de este libro de la Dragonlance también firmó varios de Reinos Olvidados, la otra gran saga noventera de espada y brujería), y Ellen Porath, coautora de otros volúmenes posteriores de Los Compañeros de la Dragonlance. Ambos autores están bastante por debajo de lo que ofrecen Margaret Weis y Tracy Hickman en los títulos principales de la saga, pero Qualinost supone una historia entretenida y entrañable, aderezada con unas pequeñas notas de misterio. Si bien no llega a ser un libro notable, sí es al menos recomendable.

Como decía, el grueso de la narración se sitúa en Qualinost, capital de uno de los dos grandes reinos élficos del mundo de la Dragonlance: Qualinesti. Durante los años posteriores al Cataclismo que lanzaron los dioses sobre la tierra como castigo por la arrogancia de los hombres, Qualinesti cerró sus fronteras. Desde entonces, los habitantes de Qualinost han tenido poco contacto con el mundo exterior, aunque entre ellos ha ido surgiendo el debate acerca de si se deberían retomar los contactos comerciales que tuvo antaño el reino. Sin embargo, los tumultuosos años posteriores al Cataclismo, con toda la violencia que conllevaron, hicieron que muchos nobles elfos acabasen despreciando a las demás razas y en especial a los humanos, responsables de muchas tragedias para los suyos. Precisamente uno de nuestros protagonistas es producto de una de esas tragedias.

El libro arranca con el nacimiento de Tanis, el hijo mestizo de una elfa violada por un asaltante humano. Exhausta por el parto y desolada por el asesinato de su esposo a manos de los mismos humanos que la forzaron, la madre es incapaz de reponerse y muere poco después de dar a luz. Bautizado con el nombre élfico Tanthalas, el bebé es entonces acogido por su familiar más cercano, su tío Solostaran, el Orador de los Soles (título que ostenta el gobernante de Qualinost, a quien se puede considerar rey de Qualinesti). Pese a su ascendencia humana, el Orador cría a Tanis junto a sus propios hijos, Porthios, Lauralanthalasa (Laurana para abreviar) y Gilthanas. Aunque la corte no aprueba la decisión de su gobernante, acaba aceptando a Tanis a regañadientes. Eso no quiere decir que el joven semielfo sea visto con buenos ojos ni mucho menos: los demás elfos no lo consideran semielfo, sino semihumano; alguien cuya sangre está contaminada por una especie inferior y violenta. Su sangre humana es motivo de burla constante, cuando no de abierto rechazo.

Siendo Tanis poco más que un niño para los estándares élficos (recordemos que esta raza es mucho más longeva que la humana), el Orador decide establecer contactos comerciales con un reputado artesano del metal: un enano llamado Flint que es invitado a Qualinost para que pueda ofrecer sus servicios a los elfos. La llegada del maestro enano es todo un acontecimiento, pues es el primer visitante de otra raza que atraviesa las fronteras tras muchos años de aislamiento. Flint ya no es joven (según los estándares enanos, cuya especie es tan longeva como la de los elfos), pero aún le queda suficiente espíritu aventurero como para trasladarse a Qualinost y empezar una nueva vida entre los elfos. Allí, además de entablar amistad con Solostaran, también desarrollará un profundo afecto hacia Tanis. Después de todo, ellos son los únicos habitantes del reino que no son elfos de sangre pura.

Probablemente lo más interesante del libro sea su tercio inicial, que se centra en establecer la relación entre Flint y Tanis. El enano, de carácter exagerado y gruñón, esconde un corazón tierno y no tarda en adjudicarse un rol atento y paternal. Por su parte, el semielfo encuentra en Flint a alguien a quien confiar sus sentimientos. De hecho, Flint es la primera persona a la que se abre realmente. La suya es la amistad entre dos parias, entre dos seres que no encajan en su entorno. Aunque los nobles elfos respeten las habilidades del enano con el metal, nunca será aceptado como un habitante de pleno derecho de Qualinost. Por su parte, Tanis siempre será un mestizo. Ambos encuentran refugio y solaz el uno en el otro, lo cual es muy emotivo y hace que ésta sea una lectura tan entrañable.

Si incido tanto en los prejuicios raciales es porque creo que es uno de los temas centrales del libro. Esto no es novedoso ni mucho menos; no lo era cuando fue escrito y no lo es hoy en día, pero el enfoque desde el que se aborda el tema es lo que me parece interesante. Dentro del género de fantasía no suele ser habitual ofrecer un retrato de los elfos como unos racistas obsesionados con la pureza de su sangre. Ese papel suele estar reservado a los humanos o a los enanos (cuya rivalidad con los elfos es parte integrante de casi todos los grandes universos de fantasía medieval). Lo curioso de la propuesta de estos dos autores es que el menos prejuicioso de todos los personajes es precisamente el enano, mientras que muchos de los elfos que aparecen son abiertamente racistas y rechazan de forma tajante y automática a todo aquel que no consideren puro. No obstante, los nobles elfos son conscientes de que si quieren que su reino siga prosperando es imprescindible que abra sus fronteras; no sólo para establecer rutas comerciales, sino también para permitir que artesanos como Flint traigan nuevo conocimiento a los estancados elfos. Se encuentran, por tanto, ante una paradoja, en la que están obligados a convivir con aquellos a los que desprecian si quieren sobrevivir, pues la alternativa es vivir aislados en su pequeño mundo y quedar privados de los progresos que han realizado otras razas. Visto desde una óptica actual es un tema muy vigente estos días y me parece muy apropiado para un libro enfocado sobre todo a los lectores juveniles.


En cuanto a la trama, quizá la mayor pega que se le puede poner es lo mucho que tarda en arrancar. Un defecto bastante común en este tipo de libros (ya sean de la Dragonlance, de los Reinos Olvidados o de cualquier otro universo nacido de un juego de rol de lápiz y papel) es que pasan más tiempo construyendo la ambientación de la historia que narrando la propia historia. Quizá sea un vicio heredado de los juegos de rol, en los que es tan importante establecer el escenario antes de comenzar la campaña propiamente dicha. En todo caso, me gusta pensar que esto hace que sean lecturas atmosféricas, es decir, libros que ofrecen una gran cantidad de información para que el lector sea capaz de reconstruir un escenario mental con todo lujo de detalles. Quizá luego la trama no sea muy original ni esté llevada con mucha destreza, pero el hecho de estar tan sumergido en el mundo que te ha presentado el libro hace que te interese y te impacte más. En este caso, la trama tarda más de doscientas páginas (de las algo menos de cuatrocientas que tiene el libro) en arrancar. Para entonces, justo en el momento en que las piezas dispersas empiezan a encajar y el misterio cobra sentido, el lector ya conoce tan bien la vida en Qualinost que, lo quiera o no, ya está implicado.

En efecto, hay un misterio en este libro; o más bien un conjunto de misterios relacionados. De manera tangencial a las andanzas de Flint y Tanis en la ciudad de los elfos, poco a poco se va desvelando una trama que implica un atentado contra el trono del Orador de los Soles, una venganza que hunde sus raíces en el pasado de la corte y un viejo secreto perdido siglos atrás en el reino (y que tiene que ver con cierto objeto legendario de la mitología de la Dragonlance: la Gema Gris de Gargath). La resolución de la trama es bastante satisfactoria, aunque muy brusca. Ciertos detalles quedan demasiado en el aire para mi gusto, lo que me transmite la impresión de que los autores se excedieron en el número de páginas y el editor tuvo que meter la tijera en el tramo final. El clímax de la trama se produce en el último capítulo y luego no hay más que un epílogo de poco más de tres páginas para abordar las consecuencias, lo cual me parece escaso y algo torpe. Irónicamente, el epílogo trata sobre Tanis quejándose por los cabos sueltos que han quedado sin resolver. Suscribo sus quejas, desde luego. El final de este volumen me parece un tanto torpe.

Obviamente no voy a estropear el misterio desvelando aquí la identidad del asesino. Sí que puedo decir, como ya he comentado, que la resolución de dicho misterio me parece satisfactoria. La trama en sí está bien llevada (prueba de ello es que el lector puede llegar a deducir la identidad del asesino antes de que el libro la desvele) y no es su cierre lo que está resuelto con torpeza, sino el posterior epílogo. Unas cuantas páginas más hubiesen bastado para redondear la lectura y casi siento que me las han escatimado, dejándome con un final excesivamente abrupto que no presta suficiente atención a las consecuencias de los acontecimientos presenciados.

Puede que esta sea una queja algo desmesurada, ya que después de todo este libro es una precuela y adolece del mismo defecto que muchas precuelas: la ausencia de sorpresa. Puesto que muchos de los personajes que aparecen aquí están presentes en libros posteriores, es fácil deducir quién vivirá y quién morirá. El lector sabe que Flint y Tanis tendrán un papel destacado en las Crónicas, por lo que no tiene mucho sentido preocuparse por su seguridad. Lo mismo se puede aplicar a Solostaran y sus tres hijos, Porthios, Laurana y Gilthanas. La familia élfica también aparece en las Crónicas y alguno de sus miembros incluso interpreta un rol importante (Laurana, sin ir más lejos). Y claro, organizar la trama de una precuela en torno al misterio de un intento de asesinato cuando sabemos que las posibles víctimas tienen que aparecen en libros posteriores no me parece lo más inteligente que podían haber hecho los autores. Ese es el gran problema de las precuelas, que tienen que contar historias interesantes sin tener demasiadas consecuencias para el futuro, ya que es la única forma de conservar algo de coherencia en la cronología. A veces esto juega en su contra.

El tema de la coherencia me parece destacable, ya que tengo un vago recuerdo de las Crónicas y no sé hasta qué punto la caracterización de Solostaran y sus hijos en este volumen es coherente con la que realizaron Weis y Hickman. Gilthanas y Porthios tienen un protagonismo relativo, pero Laurana y su padre ocupan buena parte de la narración. La joven elfa, prácticamente una niña al comienzo de la historia, es una caprichosa y una mimada. Ha sido criada entre algodones y desconoce lo que es el dolor, por lo que aún está muy lejos de la regia presencia que ofrecerá en las Crónicas. Esto encaja perfectamente con lo que sé sobre el personaje, que pasa de ser una princesita repelente a convertirse en una gran líder e inspiración para hombres y elfos. El desengaño amoroso que tiene con Tanis en este libro no es más que el primer paso de su camino hacia la madurez. Solostaran, por su parte, desarrolla una amistad muy bonita con Flint, que se convierte en su confidente. No recuerdo si esto se menciona en las Crónicas, pero estaré atento cuando llegue a ellas en mi relectura. El Orador de los Soles se muestra aquí como alguien tolerante y dispuesto a combatir los prejuicios de su reino abriendo sus fronteras poco a poco y no esa no es la imagen que recuerdo de este personaje en los libros de Weis y Hickman.

Respecto a los personajes nuevos que tienen su primera y única aparición en la saga en este volumen destacaría a dos: tía Ailea, la partera que ayudó a Tanis a nacer, y Miral, el mago de la corte. Ailea viene a ser una suerte de figura maternal para Tanis y le ayuda en el proceso de aceptar su sangre humana, ya que ella misma tiene ascendencia humana. También viene a ofrecer una advertencia al semielfo respecto a enamorarse de un humano, ya que son mucho menos longevos que los elfos y sus vidas se agotan en un suspiro. No se me escapa la ironía de esto, ya que lo primero que hará Tanis en cuanto abandone Qualinost será precisamente enamorarse de una humana: Kitiara. En cuanto al mago, el personaje de Miral me ha resultado un tanto ambivalente. Los misterios que esconde le convierten casi desde el principio en el principal candidato para ser el antagonista de la historia, aunque aparentemente no tenga motivos para serlo. Los escasos detalles sobre su pasado se nos van desvelando con cuentagotas utilizando el recurso de narrar sus sueños, algo muy típico pero siempre interesante. El personaje me ha parecido atractivo, aunque no deja de ser una versión élfica de Raistlin. Parece un mago mediocre y debilucho, pero esconde un gran poder. Muestra su rostro más amable ejerciendo el rol de curandero y mentor de los hijos del Orador, pero también oculta muchos secretos. Es el tipo de personaje que me gusta, aunque no comprendo al cien por cien sus motivaciones. Hacia el final del libro, de hecho, toma alguna decisión que me parece poco justificada, pero eso al menos sirvió para generarme alguna sorpresa.

El resto de personajes que aparecen, miembros de la corte del Orador de los Soles, no me parecen dignos de mención por su escasa relevancia. Si bien es cierto que gran parte del libro se centra en las intrigas de la corte, la mayoría de los cortesanos se limitan a mostrar su rechazo hacia Tanis. Por tanto, su única función en la historia es la de constituir el elemento hostil del escenario. Aunque hay una conspiración y un intento de asesinato, esta no es una historia de suspense. Ni siquiera creo que pueda considerarse una historia de aventuras, pues la acción es limitada y los capítulos situados en el bosque que rodea a Qualinost son más bien pocos. En algún momento aparece un tylor, un gigantesco reptil inteligente emparentado con los dragones (básicamente es un dragón sin alas, para que nos entendamos), pero su presencia es anecdótica. También aparecen los misteriosos senderos mágicos que antaño usaron los sabios elfos, pero una vez más su importancia es muy relativa. Por supuesto, también están presentes los inevitables momentos de humor, protagonizados en esta ocasión por Pies Ligeros, la encantadora mula de Flint, pero las dosis de comedia están muy repartidas. Esta es por encima de todo, la historia de la amistad entre Flint y Tanis, un enano y un semielfo que forjan lazos en un entorno que les rechaza y les considera diferentes, cuando no inferiores. No será el libro más dinámico de la Dragonlance, pero sólo por el tema que trata ya me parece una lectura recomendable.

En el siguiente volumen de Los Compañeros de la Dragonlance, Flint y Tanis, tras abandonar la ciudad élfica, se encuentran con un nuevo amigo: Tasslehoff Burrfoot, el kender. Este divertido personaje siempre consigue hacerme reír, por lo que apuesto a que el siguiente libro va a resultar entretenido. No sé por dónde tirará el argumento y si habrá una trama de fondo relacionada con el misterio de la Gema Gris que se introduce aquí, pero estoy dispuesto a averiguarlo. La próxima lectura de la lista se titula El Incorregible Tas y hablaré sobre ella en la siguiente entrada de esta serie.


[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 4): "El Incorregible Tas"

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Hay tantas historias distintas dentro del género de espada y brujería que es inevitable que acaben mezclándose en nuestra cabeza. Después de todo, la gran mayoría comparten rasgos comunes o transcurren en mundos similares. Por este motivo es importante que cada mundo de ficción introduzca elementos distintivos propios que le permitan diferenciarse del resto y destacar en algún aspecto. En el caso de la Dragonlance dicho elemento son los kenders, unos graciosos hombrecillos con tendencia a apoderarse de las posesiones ajenas. Aunque en el fondo no son tan distintos a los halflings o medianos que presentan otras sagas de narrativa fantástica como El Señor de los Anillos o los Reinos Olvidados, la Dragonlance enfoca a los kenders de forma que consigue presentarlos como seres únicos dentro de su género. Se puede pensar en ellos como en una versión descarada y cleptómana de los hobbits si se quiere, aunque esa me parece una visión muy reduccionista. A mi modo de ver, los kenders son seres que encarnan la esencia misma de la aventura. Son viajeros por naturaleza, ignoran lo que es el miedo, no son nada conservadores, se arriesgan sin pensárselo dos veces y siempre están dispuestos a descubrir algo nuevo. Por otro lado, no comprenden las costumbres ajenas ni se sienten atados por el concepto de propiedad privada, aunque también son abiertos y sinceros. Se diría que son incapaces de pensar o hacer algo malvado, ya que son criaturas consagradas al disfrute y a la alegría.

Uno de los rasgos característicos de estos personajillos es el fenómeno que experimentan durante sus años de juventud y que supone una especie de rito de transición entre la adolescencia y la vida adulta: el "ansia viajera" (o wanderlust en el original). Se trata de un impulso innato e irresistible que hace que el joven kender abandone su hogar y se dedique a viajar sin rumbo por el mundo, viviendo aventuras y visitando tierras lejanas. Dicho impulso puede durar años y es el motivo por el cual los kenders están tan extendidos por este mundo imaginario. Quizá también es el motivo por el que son considerados una molesta plaga por otras razas, en especial por los humanos. La insaciable curiosidad de los kenders suele llevarles a meterse en problemas, para regocijo de los lectores que gozamos de sus historias.

En esta ocasión quisiera hablar de un libro protagonizado por el kender más célebre de todos, Tasslehoff Burrfoot, uno de los personajes más graciosos y entrañables de la Dragonlance. El segundo volumen de la hexalogía Los Compañeros de la Dragonlance se titula El Incorregible Tas y narra el primer encuentro del kender con Flint y Tanis durante su ansia viajera (de hecho, el título en inglés del libro es Wanderlust). Si el anterior volumen (Qualinost, comentado en la anterior entrada) era una historia reposada y tranquila en la que se iba fraguando poco a poco la amistad entre el enano y el semielfo, esta segunda entrega es como un torbellino de acontecimientos motivados por la participación de Tas. Nos encontramos ante una historia de aventuras desenfada y sin complejos, que pese a ser una precuela situada varios años antes de las Crónicas de la Dragonlance (verdadero punto de inicio de la saga) no tiene problema en recurrir a la extensa mitología de este universo de ficción o incluso en añadir elementos nuevos a dicha mitología.

Hay ciertas historias que se mencionan varias veces a lo largo de la Dragonlance sin llegar a desarrollarse nunca del todo, como el incidente de Flint con el bote que llevaría al enano a odiar cualquier medio de desplazamiento sobre el agua o las aventuras de Tas con un anillo mágico teletransportador. Una de esas historias era la del malentendido con cierto brazalete forjado por Flint que acabó en posesión de Tas por obra y gracia de sus ágiles manos de kender. Ese episodio del brazalete es el que llevaría a Tas a conocer y entablar amistad con Flint y Tanis. Pues bien, El Incorregible Tas se encarga de desarrollar ese episodio bien conocido por los lectores de la saga de maneras sorprendentes. ¿Y si el brazalete no era una simple pieza de metal sino un objeto mágico con capacidades sobrenaturales? ¿Y si hubiese sido encargado por un personaje misterioso que debía cumplir una misión? ¿Y si la intervención del kender hacía que el brazalete acabase en manos de un enemigo terrible? ¿Y si para recuperarlo los compañeros tuviesen que vivir una aventura peligrosa y excitante que les llevase a conocer tierras lejanas y seres extraños? Así, lo que había sido presentado en otro libros como una simple anécdota menor, aquí se convierte en una aventura extraordinaria.

Por una parte, convertir ese pequeño incidente en la chispa que pone en marcha una cadena de acontecimientos que acaba desembocando en una historia de altos vuelos me parece un gran acierto. El libro es un continuo crescendo que empieza con una simple feria y acaba con una batalla enorme contra un hechicero oscuro, un gigante y dos minotauros de piedra, por lo que deja poco espacio para el aburrimiento y no deja de sorprender hasta su conclusión. No obstante, por otro lado me parece que resulta un tanto excesivo como precuela que es. Me explico: el punto de partida que suponen las Crónicas indica que en ese momento se cree que los dioses han abandonado el mundo de Krynn y uno de los motivos que lleva a los protagonistas a reunirse tras varios años separados es precisamente poner en común los hallazgos obtenidos durante su búsqueda de pruebas de la existencia de los viejos dioses. Teniendo esto en cuenta, hay que mencionar que El Incorregible Tas fue escrito mucho después de las Crónicas, aunque cronológicamente sea anterior. En este libro los personajes se enfrentan a un mago malvado que está en comunión con uno de los viejos dioses. Tas incluso llega a escuchar la voz del dios hablando con su esbirro, lo cual  no encaja del todo bien con esa posterior búsqueda de pruebas de la presencia de las divinidades. Es más, al final el kender acaba en posesión del objeto que usaba el mago para comunicarse con el dios. ¿Y dicho objeto no es acaso una prueba de la presencia de las divinidades en Krynn? Diría que este problema  de coherencia es común en la mayoría de las precuelas de esta saga y sólo resulta molesto para aquellos que están obsesionados con su cronología, lo cual no es mi caso. Soy consciente de que tener a los personajes expuestos a la influencia de un dios maligno debería darles pocos motivos para dudar de la influencia de las deidades en el futuro, pero hay que concederles cierto margen a las precuelas para que usen aspectos de la saga posteriores a las Crónicas. De lo contrario, estos libros tendrían muchos menos elementos con los que construir sus historias.

Quería mencionar esa circunstancia porque es algo que he pensado varias veces mientras leía el libro, pero incido en que no es algo que me haya impedido disfrutar de su propuesta ni mucho menos. El Incorregible Tas tiene un historia muy entretenida y bastante más sólida que la del anterior volumen, cuya principal tara era una conclusión demasiado apresurada. En ese sentido, los responsables (Mary Kirchoff y Steve Winter en este caso) firman un trabajo muy competente, que hace buen uso de varios elementos bien conocidos por lectores de la saga (por ejemplo, los elfos dragonestis o elfos marinos) y además introduce algunos nuevos (principalmente los faetones, unos seres con alas de fuego salidas de la mitología griega). Por otro lado, el libro consigue transmitir ese aire de campaña de juego de rol de lápiz y papel que le faltó al anterior. Como derivados que son de Dragones y Mazmorras, los libros de la Dragonlance que narran una historia que no desentonaría dentro de una partida de rol tradicional son los que mejor funcionan, al menos desde mi punto de vista. Si bien es cierto que esperaba alguna conexión con lo sucedido en Qualinost y no la he encontrado, aún tengo que leer los siguientes volúmenes de Los Compañeros de la Dragonlance antes de concluir que no hay ningún hilo argumental que conecte los distintos volúmenes de la hexalogía. Todo parece indicarlo, pero quiero ser optimista.


Pero es el momento de pasar a lo verdaderamente reseñable de este libro: el kender. Leyendo esta saga a veces he tenido la sensación de que se transmitía una imagen demasiado infantil de Tas, como si fuese un niño que acompañase a los demás aventureros y de vez en cuando hiciese alguna trastada para generar los momentos de comedia. No estoy en contra ni mucho menos de que se use al personaje como alivio cómico, pero en ocasiones echaba en falta que se explorase más la vertiente pícara y astuta del kender. Después de todo, se trata de un trotamundos que ha recorrido buena parte de Krynn antes de acabar en Solace conociendo a Flint y a Tanis. Por suerte, este libro le dedica casi de forma exclusiva los primeros capítulos, dibujando una imagen mucho más próxima a lo que yo esperaba que fuese la vida de un kender que sufre el ansia viajera de su raza. Por ejemplo, algunos comentarios que hace Tas sobre el tiempo que pasó en cierto burdel sirven bien para alejarle de esa imagen infantil y mostrar que se trata de un hombrecillo inocente pero no ingenuo. El kender ya ha viajado mucho y ha pasado tanto por buenos como por malos momentos antes de comenzar esta historia, por lo que desde luego no es estúpido. Otra cosa es que su presencia genere al caos allá por donde va, lo cual no es intencionado por su parte sino fruto de su ruptura con las reglas de convivencia convencionales y de su curiosidad sin límites. Tas es como un huracán, un fenómeno natural al que no se le puede poner freno y que actúa sin ningún tipo de malicia; simplemente hace lo que le dicta su naturaleza.

La caracterización del kender es lo que más he disfrutado del libro, en especial durante el tramo inicial y durante los últimos capítulos. Aunque hacia la mitad del volumen el protagonismo se reparte entre Tas, Flint, Tanis y un nuevo personaje llamado Selana (una elfa dragonesti), quien lleva la batuta tanto al principio como al final es el alocado kender. Esto justifica el título en castellano del libro, aunque la nomenclatura original me parece más atractiva. Tas es aquí el motor que pone en marcha los acontecimientos, así como quien juega un papel fundamental en su resolución. Esto hace que el tono de la historia sea ligero, tendiendo hacia lo hilarante en más de una ocasión. Incluso en los momentos más graves, las acciones del hombrecillo invitan a la risa. La narración también tiene algunos giros inverosímiles, en consonancia con ese tono de comedia que lo impregna todo. Baste mencionar la pequeña odisea por la que pasa el famoso brazalete "extraviado" (que no "robado"), que pasa por varias manos por mediación del kender hasta acabar en poder del villano de la historia. No faltan tampoco las constantes historietas de Tas ni las menciones al Tío Saltatrampas, una especie de figura mítica para la raza de los kenders que parece tener una relación familiar con todos y cada uno de sus congéneres.

Respecto al villano de la historia, su presencia no se deja sentir hacia la mitad del libro (descontando su breve presentación en un confuso prólogo que no adquirirá sentido hasta más adelante). Se trata de un hechicero renegado que ha jurado lealtad a un dios oscuro y pertenece a esa categoría de villanos histriónicos que tanto me gusta. Es uno de esos villanos conscientes de su propia maldad y tan seguros de su supremacía que ni siquiera conciben la posibilidad de ser derrotados; de esos que disfrutan exponiendo sus planes delante de sus enemigos y riendo de forma siniestra poco antes de acabar derrotados de la forma más contundente imaginable. En su caso, su final es una cuestión de justicia poética y reconozco que me parece muy bueno. Sin embargo, este es el segundo volumen de Los Compañeros de la Dragonlance y, al igual que sucedió en el primero, el villano es un mago renegado con intenciones siniestras. Espero que las siguientes entregas añadan algo más de variedad respecto a sus antagonistas.

Por otro lado, el libro juega bien sus cartas respecto al cuarteto protagonista. Como ya he mencionado antes, Tas es el personaje mejor caracterizado, pero Flint y Tanis no se quedan muy atrás. Sin ignorar lo narrado en Qualinost y referenciándolo en la medida de lo posible, los autores muestran una imagen coherente e interesante del dúo formado por el enano y el semielfo. Flint sigue siendo la figura entrañable y paternal, además del personaje gruñón y cabezota por antonomasia, mientras que Tanis tiene madera de líder pero sigue afectado por su naturaleza mestiza y por sus sentimientos conflictivos hacia su hogar élfico. También se intuye que Flint ha envejecido mucho más de lo que aparenta y que Tanis empieza a encontrar su propio lugar en el mundo. Estos serán aspectos que se explorarán más adelante, ya durante las Crónicas, pero prueban que al menos los autores conocían el material sobre el que estaban trabajando. Queda un último personaje que comentar y es el último miembro del cuarteto: Selana, la elfa dragonesti. No es habitual encontrarse con elfos marinos en la Dragonlance más allá de su puntual participación en las Crónicas, por lo que se agradece que se proporcione al lector la oportunidad de conocer mejor su cultura. Por desgracia, el personaje de Selana es bastante estereotípico y resulta demasiado familiar. Entiendo que la intención era la de introducir a una figura similar a la de Laurana, una elfa de familia noble que ha sido criada entre lujos y que tiene que endurecerse y aprender a valerse por sí misma una vez que sale al mundo exterior, pero Selana se queda a medio camino. En algunos momentos se muestra como alguien muy competente, pero hacia el final del libro acaba ejerciendo el rol de damisela en apuros que tanto detesto. Por tanto, se trata de un personaje que me ha generado cierta ambivalencia y, puesto que ya no aparece en más libros, no podrá redimirse de esa impresión.

Pero como de costumbre estoy siendo demasiado puntilloso en mi comentario. Los libros de la Dragonlance ofrecen diversión sin pretensiones y no es justo exigirles algo que vaya más allá de eso. El Incorregible Tas, como muchos otros de su saga, es un libro entretenido que se lee en un suspiro y deja muy buen sabor de boca. Tiene sus pequeños aspectos criticables como cualquier otro, pero en su caso es fácil olvidarlos y dejarse llevar por el tono alegre y despreocupado de la historia del kender. Hay escenas muy divertidas en este volumen, como la visita de Tas a la feria, la borrachera en la posada El Último Hogar o el momento en el que Tas toma una poción mágica de polimorfismo que le permite transformarse en varios animales. Me quedo también con el episodio de los sátiros, que narra entre líneas cómo nuestros queridos personajes acaban participando en una orgía en mitad del bosque. Ese es justo el tipo de cosa que te puede pasar cuando te dejas enredar por un kender como Tasslehoff.

La siguiente parada de este viaje a través de la Dragonlance supone otro libro que no leí en su momento, el tercer volumen de Los Compañeros de la Dragonalnce. Su título deja pocas dudas sobre lo que se puede esperar de él: Kitiara Uth Matar. El personaje de Kit siempre me gustó mucho, aunque tenía la impresión de que no se había explotado tanto como otras figuras ilustres de la saga. No parece que Flint, Tanis y Tas vayan a tener presencia en este tercer volumen, pero cualquier lector de la Dragonlance sabe que allá donde esté Kitiara los gemelos Raistlin y Caramon no andarán muy lejos.

[Animación] Castlevania según Netflix: un comentario sobre la primera temporada

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El siguiente texto contiene SPOILERS sobre la trama de la primera temporada de la adaptación de Castlevania.

Empezaré por sincerarme y reconocer que mi conocimiento de la franquicia Castlevania es muy superficial y viene de haber jugado un rato a un par de juegos (Symphony of the Night y Lords of Shadow, para más señas) sin haber llegado a completarlos. He estado documentándome en la red, pero tanto la cronología de la saga como el árbol genealógico de sus protagonistas me parecen sendos galimatías. Aunque no me falta interés, carezco de la paciencia y del tiempo necesarios para sumergirme en los numerosos juegos y asimilar en detalle su historia, su contexto y sus señas de identidad. Lo que me ha atraído a la serie de animación recién estrenada por Netflix no ha sido, por tanto, la veterana franquicia de Konami, sino el nombre de uno de los implicados en el proyecto: Warren Ellis, un escritor a quien respeto y que ha producido algunos cómics que considero esenciales para entender el panorama de las últimas décadas. Baste con mencionar títulos como The Authority, Planetary o Transmetropolitan para recalcar la importancia de este autor. Si bien es cierto que la serie ya tenía ganado cierto interés por mi parte al tratarse de una producción de animación, siendo como soy un gran aficionado a la animación tradicional, la presencia de Warren Ellis fue lo que terminó de decantar la balanza.

Pues bien, tras haber visto los cuatro capítulos que constituyen la primera temporada, no puedo estar más decepcionado respecto a la participación de Ellis en esta adaptación de Castlevania. El guión me ha parecido convencional y perezoso, además de carente de personalidad. Me ha resultado difícil adivinar las rasgos estilísticos que asocio al trabajo de este guionista más allá de las típicas frases malhabladas de su protagonista y de algún chiste subido de tono sobre fornicar con cabras. Por otro lado, el desarrollo de la historia es sumamente previsible, sin ningún giro sorprendente ni ninguna vuelta de tuerca que consiga subvertir las expectativas del espectador. Siendo Ellis un guionista al que le gusta retorcer los tópicos y añadir distintas capas de lectura a sus historias, esto es un tanto decepcionante. Imaginaba que se las habría ingeniado para introducir subrepticiamente una lectura social o política en un argumento en apariencia tan trivial como el de un cazavampiros enfrentado al vampiro por antonomasia. No ha sido el caso, desde luego.

Por si lo anterior fuera poco, esta versión de Castlevania contiene algunos recursos narrativos que me parecen mal empleados, en especial las elipsis del primer episodio. Una elipsis es un salto temporal que suprime de forma deliberada algunos acontecimientos de la narración con el objetivo de dejar al espectador intrigado y tratando de rellenar por sí mismo ese hueco. Bien empleado, este recurso asegura la sorpresa y potencia la implicación del receptor de la historia que se está narrando, pero para ser verdaderamente efectivo requiere haber establecido antes un contexto y haber proporcionado suficiente información previa al espectador para que el salto temporal no le resulte confuso. Es decir, que los personajes y su entorno deben haber sido introducidos de manera adecuada antes de saltar hacia adelante. Dicho de forma más sencilla: si apenas conocemos a un personaje, ¿por qué debería importarnos lo que le suceda en el futuro? Sólo un narrador torpe utilizaría una elipsis nada más iniciarse una historia, cuando aún no se ha presentado al espectador el marco en el que transcurren los sucesos narrados ni los personajes que son objeto de los mismos. Esto es justo lo que hace el primer episodio de Castlevania con el personaje de Lisa. Cuando apenas se ha presentado en la misma escena con la que arranca el capítulo (Lisa llegando al castillo de Drácula), el guión da un salto adelante en el tiempo y muestra su muerte en la hoguera. Puesto que aún no se ha visto qué es lo que hace que este personaje sea especial ni cuál es la influencia que ha tenido sobre Drácula, resulta muy difícil empatizar con ella y con la reacción del vampiro ante la muerte de su amada. Esto es una elipsis mal empleada que además fracasa en su intento de impactar al espectador: ¿por qué debería preocuparme ver que Lisa arde en la hoguera si apenas sé nada sobre ella?


El primer capítulo no había hecho más que empezar y ya me había encontrado con un problema narrativo impropio de Ellis. Fue la primera señal de alarma, pero no la última. La propia estructura de los capítulos me fue resultando cada vez más desastrosa a medida que avanzaba la temporada. Estos cuatro episodios carecen del ritmo que se espera de una serie de televisión, lo cual es evidente en sus poco inspirados finales. Esperaba al menos unos cliffhangers que supiesen atrapar al espectador, cosa que no he encontrado. El guión no parece haber sido escrito para ser dividido en cuatro capítulos consecutivos, sino que me ha parecido más propio de un largometraje que ha sido cercenado en cuatro segmentos de similar duración. Hay quién dirá que no importa si es una película o una serie, ya que se trata de una producción de Netflix y lo que se lleva hoy en día es verse todos los capítulos del tirón, pero en realidad hay una gran diferencia en cuanto a la narración que se espera de una película y la que se espera de una serie. Una buena serie debe ser consciente de su formato y hacer que los episodios que la conforman funcionen no sólo en su conjunto, sino también de forma individual. No es el caso de Castlevania, que funcionaría mejor como película individual que como serie.

Todo lo anterior me hace plantearme hasta qué punto ha llegado la implicación de Ellis en este proyecto animado. Sé que la adaptación de Castlevania llevaba bastante tiempo rumoreándose, por lo que es bastante posible que la producción pasase por diversas fases antes de alcanzar su forma final. Es probable incluso que parte del guión (o quizá hasta parte de la animación) estuviese ya realizado antes de que Ellis entrase a colaborar con el estudio. Si es así, el guionista tuvo que adaptarse a las circunstancias y trabajar con el pobre material con el que contaba. He leído que originalmente fue contratado para escribir el guión de una película, lo cual me encaja. El guión de estos cuatro episodios sería pues una simple revisión del guión para el largometraje con algún que otro arreglo. Quién sabe, puede que Ellis simplemente lo considerase un trabajo alimenticio y no le dedicase mucho tiempo ni esfuerzo. En cualquier caso, el resultado queda muy lejos de cualquiera de sus trabajos anteriores.

Nótese que no hablo de la calidad de la serie como adaptación de los videojuegos de Konami, ya que no me siento capacitado para ello. Sólo me he referido a su calidad narrativa, que es más bien escasa. Nos encontramos ante la típica historia de un héroe que se ha apartado de su camino y se presenta en un primer momento como alguien rudo y maleducado. El azar le lleva poco después a encontrarse con una mujer que le hace replantearse su postura moral y retomar su papel heroico. No es nada que no hayamos visto cientos de veces con anterioridad y ni siquiera destaca por ser una historia bien narrada. No sé hasta qué punto los personajes son fieles al material de partida, pero hasta dónde yo conozco la franquicia todos sus personajes son estereotipos bastante clásicos. Opino que hubiese resultado mucho más atractivo enfocar la historia de otra manera, por ejemplo narrándola desde el punto de vista del antagonista (Lords of Shadow hacía algo similar, de hecho). Desde mi punto de vista, esta serie habría ganado algunos puntos si en lugar de estar centrada en el cazavampiros Trevor Belmont hubiese estado narrada desde la perspectiva de Drácula. Como mínimo habría servido para que todo resultase un poco menos trillado.

Dejando la narrativa a un lado, hay que reconocer que la animación es modesta aunque cumplidora. Está claro que el estudio no ha contado con un amplio presupuesto y en algunas escenas esto es más que evidente. Puede percibirse el interés por reflejar la estética de los juegos y, de hecho, el diseño de los personajes parece bastante fiel al de sus contrapartidas pixeladas, lo cual es de agradecer. También hay algunas escenas que les han quedado bastante resultonas, en especial el combate final entre Trevor y Alucard (del que hablaré con más detenimiento en unos instantes). No obstante, el resultado final se queda dentro de la media. Series como Legend of Korra o la nueva Voltron (también disponible en Netflix) superan con creces lo visto en Castlevania, aunque una comparación directa sería injusta si tenemos en cuenta los presupuestos y el tamaño de los estudios responsables.


Lo que sí me ha disgustado de la animación es el uso del gore, que en lugar de emplearse para reforzar la contundencia de la ambientación parece usarse más bien para generar un impacto gratuito en el espectador. Quizá hubiese cumplido con su objetivo si no hubiese sido un gore tan... contenido, creo que es la palabra que mejor lo define. La serie cuenta con muchas imágenes de violencia explícita, sí, pero nunca "demasiado" explícita. Este es un gore tímido y temeroso de resultar escandalosamente excesivo, que guarda un decoro que no es necesario en una producción adulta. Esta es una historia sobre un cazavampiros que lucha contra demonios con su látigo, se supone que el propio Infierno se ha desatado sobre la tierra liberando sus peores horrores y no olvidemos que hablamos de una serie de animación, con todo el margen que eso proporciona a la hora de mostrar violencia. No entiendo que los animadores se hayan quedado a medio camino cuando podrían haber dado rienda suelta a la sangre, a los seres grotescos y a los desmembramientos más imaginativos. A saber si Konami o Netflix han tenido algo que ver en esto. 

En resumen, hasta ahora he comentado que el argumento es predecible, la narrativa es algo torpe, el toque de Warren Ellis es casi inexistente, la animación es del montón y el gore no es tan exagerado como podría ser. He sido bastante severo en mi valoración, pero lo cierto es que estos cuatro capítulos me han resultado bastante entretenidos. No sé cómo habrán sido recibidos por los aficionados a la franquicia, pero para alguien como yo, cuyo conocimiento sobre la saga de los Belmont es escaso, la serie supone una introducción interesante. Está lejos de ser una gran serie, desde luego; no sólo porque sus valores de producción son reducidos, sino porque le faltan imaginación, descaro y ganas de innovar. Esta versión transita por senderos bien conocidos por todos y sorprende más bien poco. En mi caso, aún con mi escaso conocimiento sobre los juegos, pude deducir que la chica perdida que Trevor busca en determinado momento iba a ser una hechicera de la familia Belnades y que el personaje misterioso que dormía bajo la ciudad iba a ser Alucard, el hijo de Drácula y Lisa. En ese sentido, la carencia de sorpresa me parece un punto negativo, aunque también puede verse como algo positivo: la serie ofrece nada más y nada menos que lo que se espera de un Castlevania. Es una adaptación fiel y competente, aunque no brillante, lo cual no es poca cosa en esta época de adaptaciones mediocres y poco respetuosas con su fuente original.

Personalmente, lo que consiguió ganarme después de todo fue el combate final del cuarto episodio. He tenido la impresión de que el personaje de Alucard es sin duda lo mejor de la serie pese al poco tiempo que tiene en pantalla. Puede que esto se deba a que es un tipo de personaje mucho más afín a mis gustos que Trevor o puede que me enamorase de la forma que han tenido los animadores de caracterizarlo, proporcionándole un estilo de esgrima caballeresco (Alucard lucha con un brazo a la espalda, como los esgrimistas), pero me ha parecido que tiene mucho más gancho que los otros dos protagonistas. Trevor Belmont, pese a sus ácidos diálogos (muy bien apoyados por el doblaje, por cierto), me parece muy plano. Sypha Belmades me gusta un poco más y creo que los animadores han encontrado una forma muy vistosa de plasmar su uso de la magia, aunque temo que su independencia inicial se acabe diluyendo y acabe destinada al rol de damisela en apuros en el futuro. En cualquier caso, Alucard roba la escena desde el momento en que aparece y relega a ambos a un segundo plano.


Para ir concluyendo este comentario, considero necesario indicar que el contenido que Castlevania empieza ofreciendo es algo pobre. Es un poco triste, pero habría que considerar que esta primera temporada no es más que un prólogo o incluso un episodio piloto. La historia introduce la amenaza de Drácula en el primer capítulo, pero los tres siguientes la dejan de fondo mientras se dedican a reunir a los tres aventureros que acudirán al castillo del señor de los vampiros a fin de derrotarle en la siguiente temporada. Así pues, el capítulo cuatro acaba de forma brusca con un final tan abierto que me ha resultado algo insatisfactorio pese a la introducción de Alucard. En definitiva, más que considerarla una temporada inicial habría que pensar en ella como en un entrante o un aperitivo; un aperitivo bastante escaso y algo insípido, sí, pero con posibilidad de mejorar su sabor en el futuro. Soy optimista respecto a la segunda temporada, que ya ha sido confirmada y doblará el número de capítulos. Si se trabaja un poco más el guión mientras la animación se mantiene competente se puede obtener un muy buen resultado. Hay un amplio margen para mejorar, sin duda, en especial en lo referente a la narrativa.

Mientras tanto, nos quedamos con una primera temporada que no aprovecha del todo su potencial y tiene algunos fallos, pero que también tiene algún momento memorable (el combate entre Trevor y Alucard, una vez más) y, en el fondo, se deja ver. Ojalá tenga éxito y, además de propiciar una continuación mucho más redonda, permita que otras producciones de animación similares obtengan la luz verde. Hoy en día la animación occidental está más enfocada al público infantil que a las audiencias adultas y las pocas propuestas adultas tienden mas hacia la comedia (Rick and Morty BoJack Horseman, entre otras) que hacia la fantasía, por no mencionar que las técnicas tradicionales están de capa caída ante la prominencia de la animación digital. Por todo ello, encontrarse con una serie de animación tradicional como Castlevania, por floja que sea, es un pequeño regalo. Esperemos que otras sigan su ejemplo y encuentren su sitio, ya sea amparadas por Netflix o por otras plataformas.

[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 5): "Kitiara Uth Matar"

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Desde mi punto de vista, uno de los grandes problemas del género de espada y brujería es su visión romántica e idealizada de la vida en un mundo medieval. Todos los libros de narrativa fantástica derivados de juegos de rol tradicionales vienen a cumplir el mismo objetivo principal que dichos juegos, que es constituir una forma de evasión. Después de todo, ningún jugador de Dragones y Mazmorras quiere preocuparse por las consecuencias e implicaciones reales del estilo de vida del medievo, sino dejarse llevar por la ilusión y vivir una aventura imposible. Sería un absoluto fastidio que su cuidado personaje muriese poco antes de poder combatir contra un malvado dragón por haber contraído una simple infección o por las deficientes condiciones higiénicas de su entorno, circunstancias muy comunes en tiempos medievales. Hablamos de una época en la que la gente podía morir por algo tan banal como una caries, lo cual sin duda rompe el encanto de cualquier fantasía. Es preferible, por tanto, obviar esos aspectos y proyectar una imagen mucho menos ajustada a la realidad pero mucho más atractiva. Yo soy el primero que viene buscando evasión en muchas ocasiones, por lo que no me cuesta dejarme llevar por el engaño sin reparos. No obstante, a veces el endulzamiento que produce la pátina de fantasía e irrealidad me resulta un tanto empalagoso. En esos momentos echo en falta una visión algo más cruda de ese escenario; una en la que los personajes piensen y actúen como lo haría un verdadero habitante de la Edad Media. También ansío que se aborden las dificultades que implica el hecho de sobrevivir al aire libre y enfrentarse a las inclemencias del clima sin apenas avances tecnológicos o que se mencionen las costumbres en ocasiones repugnantes de unas gentes con escasa cultura y muy pocos medios. Por eso encuentro especialmente refrescante el libro que decide mencionar lo incómoda y arriesgada que es la vida del aventurero trotamundos en lugar de idealizarla y por eso disfruto cuando se mencionan los deficientes hábitos higiénicos de los personajes o su pensamiento retrógrado e ignorante. Por mucho que se trate de volúmenes poblados por elfos, enanos, kenders y otras criaturas imaginarias, esos toques de verosimilitud siempre les otorgan un sabor distintivo. Kitiara Uth Matar, el tercer volumen de la hexalogía titulada Los Compañeros de la Dragonlance, es uno de esos libros.

Escrita por Tina Daniell, una autora con varias entregas de la saga en su haber, esta tercera parte tiene poco que ver con las anteriores. Recordemos que Los Compañeros de la Dragonlance es la adaptación al castellano del más apropiado título inglés Dragonlance Meetings, ya que esta serie pretende narrar los primeros encuentros entre los compañeros que posteriormente protagonizarán las Crónicas de la Dragonlance. Qualinost narró el inicio de la amistad entre Flint y Tanis, mientras que El Incorregible Tas introdujo a Tasslehoff, por lo que las expectativas iniciales me hacían pensar que este nuevo volumen reuniría al trío ya conocido con la guerrera y mercenaria Kitiara Uth Matar. Nada más lejos de la realidad, ya que Flint, Tanis y Tas están ausentes de la narración. Si hay un primer encuentro en este libro es el de Kitiara con sus dos hermanastros, Raistlin y Caramon, pero más allá de eso no hay ninguna conexión aparente con las entregas anteriores de la serie. Incluso diría que bien se podría leer de forma individual y aislada, ya que apenas requiere conocimiento previo sobre la Dragonlance. Se trata de un libro que funciona por sí mismo sin necesidad de ampararse en acontecimientos anteriores o posteriores, aunque se trata de una precuela y, como tal, adolece de los típicos problemas de todas las precuelas. Pero antes de abordar dichos problemas hay que reconocerle su merecido mérito por narrar una historia de fantasía cruda y mordaz, alejada del romanticismo con el que se aborda el género con tanta frecuencia y con cierta carga de discurso social. No en vano ésta es una historia protagonizada por una mujer inmersa en un mundo de hombres, por lo que sus aventuras no son para nada sencillas.

Como muchas campañas de Dragones y Mazmorras, el inicio de este libro trata sobre abandonar la seguridad del hogar y lanzarse al mundo exterior en busca de emociones, riquezas y gloria. Nuestra protagonista es la joven Kitiara Uth Matar, hija de Gregor Uth Matar, un caballero que por alguna razón misteriosa ha abandonado su noble orden y vende sus servicios como mercenario. Tal es la admiración que Kit siente hacia su padre que desde niña está convencida de querer seguir sus pasos y convertirse en una guerrera que luche a su lado, certeza que sigue intacta después de que Gregor la abandone siendo niña. Sin embargo, el destino no deja de ponerle trabas para seguir los pasos de su progenitor. Tiempo después de la marcha del cabeza de familia, su enfermiza madre, Rosamun, se empareja con otro hombre y da a luz a los gemelos Rastlin y Caramon, pero es incapaz de atenderlos. Kit recibe entonces la responsabilidad de cuidar a los recién nacidos, en especial al débil Raistlin, que estuvo a punto de morir en el parto y que ha heredado la delicada constitución de su madre. Separada de Gregor, distanciada emocionalmente de su madre y atrapada en una vida que no desea, nuestra protagonista va acumulando frustraciones hasta que se le presenta la ocasión perfecta para dejarlo todo atrás y salir al mundo exterior. Atraída por un encuentro demasiado oportuno como para ser casual, Kit decide enrolarse en un grupo de mercenarios, pero lo que en otro libro sería el inicio de una serie de alegres aventuras descubriendo tierras lejanas, robando tesoros perdidos o luchando contra seres malvados, aquí pronto se tuerce y muestra una vertiente mucho más descarnada. Los mercenarios se aprovechan de su inexperiencia, la utilizan y poco después la abandonan a su suerte. Tras esto, la verdadera aventura consiste en sobrevivir y seguir adelante en un mundo claramente hostil, donde los idealistas son pisoteados y sólo los más despiadados consiguen medrar.

Por mucho que estemos hablando de un libro escrito en la década de los 90, durante una época en la que las inquietudes sociales de hoy en día no tenían apenas espacio para el debate, percibo cierta rebeldía en esta historia. Otros personajes de la Dragonlance lo tienen relativamente fácil para ser aceptados como aventureros nada más abandonar su hogar, sobre todo los masculinos. En cambio, Kit tiene que esforzase continuamente para ganarse el respeto de los que hay a su alrededor. Es más, incluso tiene que enfrentarse a la presión que ejercen ciertos personajes de su entorno, que prefieren verla dentro de una cocina que enarbolando una espada en mitad de la espesura. No es que el libro tenga un claro tono reivindicativo, pero sí se intuye cierta consciencia por parte de la autora de que las mujeres no lo tienen fácil en este mundo de fantasía eminentemente masculino. Además de constituir un punto con el que resulta fácil empatizar, esto también le aporta a la historia de Kit ese toque de verosimilitud que tanto me gusta. Este mundo medieval es hostil, sí, pero lo es aún más con las mujeres. Por eso nuestra protagonista tiene que dejar atrás todo idealismo y adoptar una moralidad más bien laxa, pragmática y propia de un superviviente. Durante su primer viaje por el mundo, Kit abandona la fantasía de reunirse felizmente con su padre desaparecido y se endurece, se vuelve astuta y muestra lo despiadada que puede llegar a ser. Así se forja su fuerte individualismo y nace su leyenda; una leyenda capaz de eclipsar las hazañas de su padre.

Pero como ya apunté antes, esto es una precuela y la Kitiara que encontramos aquí está aún lejos de ser la guerrera legendaria que aparece en volúmenes posteriores de la saga. Creo que el libro hace un buen trabajo encaminando al personaje hacia su destino, pero su propia naturaleza como precuela juega en contra de su propuesta. Me explico: hay dos aspectos negativos de los que rara vez suelen escaparse las precuelas y el primero de ellos tiene que vez con la irrelevancia de sus propuestas y la carencia de sorpresas. Cualquier precuela debe cuidarse de no introducir elementos persistentes que no estaban presentes durante la historia en la que se basa, por lo que sus herramientas narrativas están coartadas de antemano. Los personajes nuevos introducidos en una precuela están destinados a morir, a marcharse o a desaparecer, ya que no estaban presentes en la historia original. Así, su presencia parece condenada a resultar irrelevante desde el principio. Queda en manos del escritor el saber emplear a esos personajes aparentemente intrascendentes para impulsar el arco del protagonista, de forma que los eventos del libro supongan un avance en su desarrollo y no la mera sucesión de eventos vacíos para rellenar su cronología. En este caso, me parece que a Tina Daniell le cuesta bastante dar forma al arco de Kit, mostrando muchos de esos encuentros vacíos que no parecen llevar a ninguna parte. El libro introduce un buen puñado de personajes nuevos de los que se intuye que tendrán escasa relevancia y su impacto sobre nuestra protagonista es irregular. No todos contribuyen a forjar su personalidad o a mostrarle una faceta del mundo en el que vive, por lo que algunos episodios caen dentro de esa categoría de simple relleno para la cronología y no tienen gran importancia.

Es posible que esto último se deba a que el libro no tiene un arco argumental claro durante buena parte. De hecho, el primer tercio no es más que un prólogo ampliado y desde ahí el argumento parece ir perdiendo el norte poco a poco hasta que la autora, en un momento inesperado y muy inteligente, reconduce la narración y desvela cuál era la verdadera trama de la historia. De esta forma, el libro se cierra con un clímax tanto argumental como emocional que me parece de lo más apropiado y que sirvió para cambiar mi opinión final sobre el conjunto una vez acabada la lectura. Después de todos los prolegómenos, resulta que en su conclusión esta historia sí que sirve para forjar el carácter de Kit y para enseñarle un par de lecciones valiosas. La primera es que uno no puede escaparse de las consecuencias de sus propias acciones y la segunda y más importante es que para sobrevivir no hay que confiar en nadie más que en uno mismo. El futuro del personaje le lleva por senderos oscuros y el título original del volumen (Dark Heart) resulta mucho más apropiado para insinuarlo que el castellano. Quizá hubiese preferido que la autora se ahorrase los desvíos previos para llegar a este punto, pero reconozco que es precisamente la distracción que generan dichos desvíos lo que acaba haciendo que el giro final impacte con tanta fuerza.


El otro aspecto negativo en el que suelen recaer las precuelas es el de las inconsistencias y contradicciones. Cuando una cronología es tan extensa y ha sido desarrollada por tantos autores distintos como la de la Dragonlance, es casi inevitable encontrarse tarde o temprano con algunos detalles que no encajan del todo bien. En este caso, se trata de los años de infancia de los gemelos, Raistlin y Caramon. Los eventos más destacados de esos años, en especial la entrada de Raistlin en la escuela de magia, han sido abordados por otros libros (por ejemplo Raistlin, el aprendiz de mago y Raistlin, crisol de la magia, ambos ya comentados en este blog) y la historia narrada aquí difiere en varios aspectos. En Kitiara Uth Matar, Raistlin acude a la escuela de un mago llamado Morath mientras que en Raistlin, el aprendiz de mago, el chiquillo ingresa en la escuela de Maese Theoban. Hay sustanciales diferencias no sólo entre ambos maestros sino también entre ambas versiones de la escuela, para gran fastidio de los obsesos de la cronología. Sucede lo mismo con el episodio de la agonía y muerte de Rosamun, que es algo diferente al que se narra en el otro volumen. No obstante, cabe destacar que Kitiara Uth Matar se escribió antes que Raistlin, el aprendiz de mago, por lo que la responsabilidad de las incongruencias debe recaer sobre el segundo. Pero claro, resulta que Raistlin, el aprendiz de mago, por su mayor popularidad y trascendencia, se acabó erigiendo en la versión canónica y tiene mucho más peso que el presente título. Sea como sea, la lectura de cualquier precuela debería implicar cierta flexibilidad hacia la continuidad cronológica. Para esta precuela en concreto quizá haga falta un extra de flexibilidad, aunque desde luego esos detalles menores no impidan disfrutar de su propuesta.

También cabe mencionar que usar a Raistlin como secundario en la historia de otro personaje es un riesgo, ya que el joven y carismático mago tiende a acaparar la atención tanto de escritores como de lectores. Da la impresión de que la autora se olvida por momentos de que Kit es la protagonista, hasta el punto de dedicarle un par de capítulos casi por entero a su hermanastro. Pero esto sólo sucede durante los compases iniciales, claro está, ya que cuando arranca el viaje de Kit se renueva por completo el elenco de secundarios. Los más destacados son sin duda los miembros del grupo de mercenarios al que se une la muchacha, una buena selección de personajes de dudosa confianza y pasado oscuro: El-Navar, el exótico karnuthiano que oculta una naturaleza dual; Ursa, una especie de figura paternal distorsionada para Kit que sabe más sobre Gregor Uth Matar de lo que aparenta; Radisson, un ladronzuelo con aspecto de comadreja; Pesquis (Tristón para los amigos), un lacónico aficionado a la magia; y, finalmente, Colo, una rastreadora de aspecto salvaje y costumbres extrañas. Lo curioso es que, pese a ser personajes moralmente reprobables, el libro hace un buen trabajo construyendo un sentimiento de camaradería entre ellos. Camaradería, que no afecto; pues no es lo mismo una cosa que la otra. Aún sabiendo que en última instancia serán personajes poco trascendentes para el futuro, resultan bastante llamativos. Es posible que la tensa relación entre Ursa y Kit, que nunca llega a definirse de forma clara, sea la más interesante del libro.

Algo tiene que hacer bien la autora para que sea tan fácil conectar con sus personajes, incluso con los más irrelevantes. Hay momentos en apariencia insustanciales que logran con facilidad que el lector sea partícipe de sus desventuras. Tal es el caso del capítulo en el que Kit se oculta en un pueblucho de mala muerte y acaba haciendo buenas migas con Mita, un muchacho huérfano, y Paulus, un enano solitario. La escasa trascendencia de los personajes secundarios no impide establecer un vínculo emocional con ellos, por lo que cuando golpea la tragedia su impacto es devastador. Ya sea la de un curtido mercenario, la de un personajillo humilde o la de una pobre yegua, la muerte golpea con inesperada dureza en este libro. No es de extrañar, por tanto, que Kitiara acabe volviéndose tan despiadada, ya que el mundo entero parece conspirar en contra de sus deseos. Justo cuando parece encontrar su lugar entre los mercenarios, llega la traición. Justo cuando parece encontrar el amor con Patric, el hijo errante de una familia noble, todo sale mal. Justo cuando por fin encuentra una pista sobre el destino de su padre... bueno, no es para nada lo que esperaba.

Aunque apenas aparece durante un par de páginas al principio, Gregor Uth Matar es uno de los personajes más presentes a lo largo de la narración. Podríamos decir que la búsqueda de Gregor es el hilo conductor de la historia, aunque no siempre lo sea de una forma evidente. También es el catalizador del efectivo giro final, bastante inesperado por las circunstancias en las que se produce. Aún así, el misterio en torno a Gregor queda lo suficientemente abierto como para que Kit nunca pueda encontrar la respuesta que ha pasado toda su vida buscando, cosa que tengo que aplaudir. Digamos que nuestra protagonista sale al mundo exterior siendo una niña que busca a su padre, a quien tiene en un pedestal. Por el camino descubre que quizá Gregor no era tan honrado como parecía ni suscitaba la misma lealtad en los demás como en ella, lo cual lleva a la muchacha a replantearse las pocas certezas que habían condicionado su vida hasta el momento. En cierto sentido, durante la búsqueda de su padre, Kitiara escapa de su sombra y se encuentra a sí misma. Había esperado luchar al amparo de su padre, pero nunca se había planteado la posibilidad de superar los logros de su progenitor y hacerse un nombre propio. Así, el epílogo de la historia sirve para que nuestra protagonista haga las paces con su pasado y se desvincule de su legado, abriéndose a un futuro en el que podrá demostrar su valía por sí misma. Ya no es la hija de Gregor, sino un ser independiente, temerario, despiadado y, en resumidas cuentas, libre.

Finalizada esta disfrutable entrega, el siguiente volumen de Los Compañeros de la Dragonlance cede el papel central a un personaje que nunca me llamó demasiado la atención y que quizá sea el más soso entre todos los aventureros que protagonizan las Crónicas. El próximo libro a comentar se titula El Código y la Medida y está centrado en Sturm Brightblade.

[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 6): "El Código y la Medida"

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La narrativa fantástica constituye una importante vía de escapismo, en especial durante los años de infancia y juventud en los que tan importante es ejercitar los músculos de nuestra imaginación y explorar nuestro mundo interior. En efecto, las fantasías ajenas enriquecen las nuestras y ayudan a que tomen forma, se desarrollen y se independicen hasta adoptar un carácter único. En cierta forma nos permiten experimentar situaciones imposibles en nuestra vida cotidiana, explorando así facetas de nuestro ser que quizá no podamos explorar de otro modo. Leyendo un libro de la Dragonlance, por ejemplo, puedes fantasear con la idea de convertirte en un taimado y manipulador mago, en un despreocupado y alegre kender o en un curtido y despiadado mercenario. También tienes la opción de verte encarnado en un caballero de brillante armadura que obedece con ciega lealtad los preceptos de su orden de caballería, aunque ya desde niño dicha posibilidad me pareciera la más aburrida. Cuando me adentré en esta saga por primera vez hace ya muchos años buscaba la emoción del puro escapismo y por eso me vi atraído con rapidez hacia los personajes completamente opuestos a mí. Fantaseaba con tener la convicción de Raistlin, la picaresca de Tasslehoff o la independencia de Kitiara. En cambio, detesté desde el principio a Sturm Brightblade, el taciturno aspirante a caballero que regía su vida por unas leyes tan antiguas como anticuadas. Me parecía un personaje soso y aburrido que fastidiaba mis idílicas sesiones de fantasía con su personalidad apagada, su incapacidad para reconocer sus errores y su obcecada fijación en unas reglas que ni siquiera él mismo comprendía. En su momento no me di cuenta de que la razón por la que el pobre Sturm no me caía bien era porque se parecía demasiado a mí mismo. Después de todo, a nadie le gusta mirarse en el espejo y encontrar que la imagen que le devuelve está muy alejada de sus fantasías. Cuando deseas con todas tus fuerzas ser Raistlin, Tasslehoff o Kitiara, verte reflejado en Sturm supone una severa bofetada.

Ahora, muchos años después de que conociese al joven aspirante a caballero por primera vez, me he puesto a reflexionar de nuevo sobre este personaje al abordar un libro protagonizado por él en esta relectura nostálgica de la Dragonlance que estoy llevando a cabo. Titulado El Código y la Medida (The Oath and the Measure en el original, en uno de esos raros casos en los que la adaptación al castellano respetó el título en inglés), este cuarto volumen de Los Compañeros de la Dragonlance me parece un libro irregular y extraño: su propuesta inicial resulta inesperada y fresca, pero algunas decisiones narrativas cuestionables acaban lastrando el conjunto. No obstante, creo que ofrece una visión muy interesante de su protagonista, en el que se atisba el potencial oculto bajo la rigidez caballeresca y el respeto casi fanático hacia la tradición. En cierto modo, este libro es una tragedia; una tragedia sobre la oportunidad perdida de elegir un camino distinto y escapar del pasado, del peso de la herencia y de la tiranía de las tradiciones. Independientemente de la calidad del libro, su mayor logro consiste en arrojar nueva luz sobre Sturm y, por tanto, en invitar a establecer nuevas valoraciones y juicios sobre él. Aunque impulsada por la nostalgia, este relectura está siendo mucho más cerebral y analítica de lo que yo mismo esperaba, hasta el punto de que me está permitiendo desarrollar nuevos puntos de vista sobre este personaje, que antaño me pareció el más insulso de entre todos los protagonistas de la Dragonlance.

El libro fue publicado allá por 1992 y lo escribió Michael Williams, un autor responsable de otros títulos de la saga y también de algunas obras de producción más personal aunque menos conocidas. Ambientado en la juventud de Sturm y situado bastantes años antes del comienzo de las Crónicas de la Dragonlance, esta precuela nos narra el extraño episodio del primer viaje del muchacho a su tierra natal de Solamnia tras muchos años de exilio. En una época en la que los campesinos se habían vuelto contra la orden de caballeros, a los que erróneamente consideraban responsables de las calamidades que asolaban el mundo, el castillo Brightblade fue puesto bajo asedio y tanto el niño Sturm como su madre tuvieron que huir del lugar. Su padre, el Caballero de Solamnia Angriff Brightblade, quedó atrás y nunca más se volvió a saber de él, dejando en su retoño el permanente deseo de seguir sus pasos y honrar así su sacrificio. Después de pasar  años criándose en la lejana ciudad de Solace, Sturm al fin regresa a su país y se presenta ante la Orden de Caballeros de Solamnia con la esperanza de ser admitido en el futuro. Inesperadamente, la aparición de un curioso personaje llamado Vertumnus durante una celebración de los caballeros causa un gran alboroto. Vertumnus posee una magia salvaje relacionada con el bosque y la música, conjura ilusiones y parece saber mucho sobre los caballeros y sobre sus secretos. Es más, incluso parece saber la verdad sobre lo sucedido a Angriff Brightblade tiempo atrás. Alterado por la mención a su padre, Sturm se enfrenta al desconocido y le desafía a un duelo. Comprometido entonces por su honor y su adherencia al Código y la Medida, las antiguas reglas que rigen a la Orden, nuestro protagonista tendrá que recorrer Solamnia hasta llegar a los dominio de Vertumnus en el Bosque Sombrío, con el fin de concluir su combate con el mágico ser el primer día de primavera. De esta forma, el joven se equipa con espada y armadura y viaja por las tierras que podrían haber sido su hogar, encontrándose por el camino con los más inesperados compañeros de viaje: una elfa protestona, una miedosa araña gigante y un burlón jardinero que parece mejor capacitado para la aventura que cualquier caballero.

Lo primero que llama la atención de El Cógido y la Medida es la naturaleza de su antagonista, si es que puede considerarse como tal. Vertumnus, también llamado Lord Silvestre o simplemente Hombre Verde, no es el típico villano de la saga. No se trata de un mago malvado ni de una criatura consagrada a los dioses de la oscuridad, sino más bien de un ser de los bosques que no rinde cuentas a nadie y actúa siguiendo sus propias motivaciones. Esto supone un cambio refrescante tras los libros anteriores de Los Compañeros de la Dragonlance, en los que el papel del villano venía siendo interpretado por los habituales hechiceros corruptos. Sin embargo, este personaje se aborda de una manera tan críptica que cuesta entender los motivos que le llevan a inmiscuirse en los asuntos de los caballeros. Si bien es cierto que hacia el final del libro se nos ofrece una información que sirve para conectar a Vertumnus tanto con la Orden de Caballeros de Solamnia como con el padre de Sturm, la explicación se me antoja escasa como para justificar sus acciones. Dicho de otra forma, aunque pueda entender los objetivos que desea conseguir este hombre estrafalario, la manera de llevarlos a cabo me parece algo fuera de lugar, demasiado ambigua y carente de lógica. El hecho de que la corte de personajes que acompaña a Vertumnus (una pareja de dríades, una druida y su hijo) se presente de la misma forma críptica y ambigua no ayuda a entender a este grupo tan particular. Creo que la intención del autor es transmitir que, al tratarse de seres de los bosques, obedecen unas reglas propias muy alejadas de los mecanismos habituales que rigen al resto de personajes, que pese a vivir en un mundo de fantasía se rigen más o menos por los mismos principios que nosotros, los lectores. No obstante, falla al darle coherencia interna a esas reglas particulares del bosque, que parecen azarosas y sin sentido.

El tono del libro también merece ser analizado por el contraste que se establece entre la primera mitad y la segunda. Este volumen tiene mucho de comedia negra durante sus primeros compases, aunque luego deriva hacia un aire de melancolía y tristeza. Desde luego, el serio y taciturno Sturm parecía el personaje menos apropiado para una aproximación cómica y puede que por eso la primera mitad funcione tan bien. El viaje de nuestro protagonista sigue la célebre ley de Murphy, que determina que si algo puede salir mal probablemente saldrá mal. Atrapado por un tecnicismo del Cógido y la Medida solámnicos, Sturm se ve obligado a viajar hasta el Bosque Sombrío y todo le sale mal durante el viaje: se queda encerrado en las ruinas de un castillo, su espada se rompe, su caballo pierde una herradura, intenta rescatar a una elfa a la que cree en peligro y acaba siendo reprendido por ella... todo ello mientras se le agota el tiempo para llegar a su destino antes del primer día de primavera. El aprendiz de caballero termina viajando con Mara, la elfa que en verdad no necesitaba ser rescatada, Cyren, la araña gigante que en realidad no estaba atacando a la elfa, y Jack Derry, un aparentemente simple jardinero que para su sorpresa resulta ser más astuto y mejor espadachín que él. De esta forma, el escritor subvierte las expectativas del lector, que quizá esperaba una heroica aventura caballeresca en la que el protagonista demostrase su valía. Lo que se acaba encontrando es, desde luego, bastante distinto.

La visión que se ofrece aquí sobre los Caballeros de Solamnia no es nada halagüeña, de hecho. En este momento de la cronología la Orden está muy lejos de sus días de gloria, pero el autor se empeña en mostrarnos su peor cara. Aquí vemos a unos caballeros desconectados de la realidad de su país y atrincherados en sus vetustas fortalezas mientras rememoran un pasado que ya sólo les importa a ellos. Para el autor, el Código y la Medida son pesadas anclas que mantienen a la Orden en una posición de estatismo y, lo que es peor, permiten que los caballeros menos honrados se amparen en esos viejos principios para justificar sus fechorías. Resulta impactante que alguien desee ingresar en semejante grupo, sobre todo después de comprobar que la mayoría de los aspirantes son jóvenes procedentes de familias nobles y ricas que no tienen ningún respeto por sus compañeros y que desconocen el significado de la palabra honor más allá de los viejos preceptos que aseguran defender. Pese a que aún queda algún viejo caballero con fuertes creencias (el hombre de Gunthar Uth Wistan le resultará familiar a los lectores de las Crónicas), la Orden en sí parece agostada y caduca. Las acciones de Vertumnus, por cierto, parecen más enfocadas a liberar a los caballeros de su errónea visión que a atacar a la propia Orden. Es fácil empatizar con un objetivo así.


Toda esta aventura de Sturm parece destinada a abrirle los ojos al muchacho respecto a la institución de la que quiere formar parte. Su viaje por Solamnia le lleva a rememorar la historia de su familia e incluso a encontrarse con el fantasma de uno de sus antepasados, que está bastante lejos de la idílica imagen caballeresca que el joven aspirante había dibujado en su mente. Su peripecia también le lleva a conocer las circunstancias en las que desapareció su padre y a destapar la traición urdida por uno de sus compañeros caballeros. El mismo traidor se encarga de conspirar contra Sturm, emplazando varias trampas en su camino y contratando a mercenarios y asesinos para que acaben con él antes de que llegue al Bosque Sombrío. Aún así, nuestro protagonista sigue empeñado en ser Caballero de Solamnia. De ahí que la segunda mitad del libro resulte tan amarga: el muchacho tiene la oportunidad de renunciar a esa vida y buscar otro camino, pero a pesar de todo decide continuar con su empeño de ser caballero. Eso es lo que en última instancia le conduce hasta su trágico final en las Crónicas, aunque ya hablaremos de eso en su momento.

Por todo la anterior, el gran conflicto que se presenta en este libro tiene poco que ver con un duelo de espadas con un hombre mágico de los bosques y mucho con el dilema interior de un personaje que se debate entre honrar el legado de su familia o dejarlo todo atrás y conformarse con ser un simple granjero en una ciudad remota. Lo irónico es que en gran medida Sturm quiere ser caballero para seguir los pasos de su padre, pero lo que se nos cuenta aquí sobre Angriff Brightblade nos hace pensar que se trataba de un caballero que había empezado a distanciarse del Código y la Medida. Era una voz disonante dentro de su Orden y algunos incluso habían empezado a percibirlo como una amenaza, por lo que adherirse con ciega firmeza a los principios de la Orden no parece la mejor manera de honrar su memoria ni mucho menos.

Pero una cosa es el conflicto interno del personaje y otra es la trama. La una es el vehículo para el otro y normalmente ambos están fuertemente relacionados, de tal manera que la conclusión de la trama suele suponer también la resolución del conflicto. No es el caso en esta ocasión, ya que me ha parecido que la trama que se presenta y el conflicto de Sturm estaban un tanto desconectados. Por momentos la presencia del aprendiz de caballero en el argumento incluso parece testimonial, ya que su influencia en los acontecimientos es casi nula y sus acciones no parecen tener un peso real. Finalmente tiene su duelo contra Vertumnus, sí, y se le ofrece la elección de continuar con la Orden o aceptar un nuevo camino, pero luego la trama continúa sin que Sturm tenga ningún papel destacado. De hecho, el argumento sobre el traidor se resuelve en un epílogo narrado por el propio Sturm, a quien a su vez le han relatado los acontecimientos, lo cual me parece una decisión narrativa cuestionable. A los lectores nos gusta que los protagonistas tengan una participación activa en los acontecimientos de la historia, de forma que ésta suponga algún impacto para ellos y les haga evolucionar como personajes. En este caso no tengo claro que los eventos en los que participa, con frecuencia obtusos y cargados de ilusiones y metáforas propias de los seres del bosque, hagan que Sturm crezca como personaje. Al final es como si todo hubiese sido un extraño sueño que se olvida al despertar, sin dejar huella alguna en él

Otra cuestión discutible respecto a la narrativa tiene que ver con los personajes secundarios del peculiar grupo que acompaña a Sturm en su viaje. La elfa y la araña gigante tienen un trasfondo bastante curioso, pero hacia el final se produce en ellos un giro inesperado que no me parece oportuno ni bien aprovechado. Aunque perseguía la sorpresa, creo que el autor acaba restándole buena parte del interés a estos personajes y volviéndolos anodinos con esa decisión. Aunque su participación en la primera parte del libro es muy agradecida y da lugar a varios momentos divertidos, la manera en la que concluye su participación en esta historia me ha parecido insatisfactoria. Otro tanto podría añadirse del jardinero, Jack Derry, cuyas misteriosas habilidades acaban explicándose con otra de esas sorpresas que no consiguen más que hacer que el lector levante una ceja con suspicacia. Tanto en el caso de Jack como en el de los dos anteriores, el escritor complica innecesariamente a unos personajes al querer rizar el rizo de su ya compleja historia. A veces la respuesta más sencilla es también la más efectiva y a este libro, que hacia el final pierde un poco el norte con tanto discurso ambiguo, tanta ilusión y tanta magia del bosque, le habrían venido bien algunas verdades sencillas a las que poder aferrarse.

Finalmente, un último aspecto a criticar tiene que ver con su naturaleza como precuela. Esto es algo que ya he comentado en varias ocasiones, afirmando que no soy ningún extremista de la corrección cronológica, pero creo que hay un límite que debería ser respetado: en ningún libro ambientado en la época previa a las Crónicas deberían aparecer dragones o draconianos. En esta caso aparecen ambas criaturas y eso me parece forzar demasiado la cronología. La aparición del dragón está amparada por la bruma y la confusión, por lo que el protagonista no llega a conocer con claridad el tipo de enemigo con el que se ha encontrado. En cambio, sí llega a encontrarse con un grupo de draconianos, a contemplar sus verdaderas apariencias e incluso a escuchar sus voces, entrando así en contradicción con la sorpresa que genera la revelación original de estos seres en las Crónicas. Es el típico detalle molesto tan habitual en las precuelas y que puede dejarse un lado sin dificultad. Como ya he comentado, el libro tiene otros problemas mucho más severos.

En la vertiente más positiva, El Código y la Medida explora un concepto muy llamativo: el uso de la magia a través de la música. De esta forma, aporta ciertos datos sobre los modos de los antiguos bardos (un tipo de personaje no especialmente frecuente en la Dragonlance) y los efectos místicos de su música. Tantos Vertumnus como Mara se pasan buena parte del libro tocando la flauta y generando efectos mágicos con sus melodías. Esto no deja de ser una curiosidad, pero despertaré el gusanillo de los jugadores de Dragones y Mazmorras.

Sin duda lo más positivo del libro es la visión que aporta de Sturm como un hombre trágico, encadenado desde su niñez a un destino no especialmente agradable. En algunos momentos, sólo durante unos pocos, se atisba cómo sería el muchacho si no estuviese comprometido con su herencia y olvidase su deseo de entrar en la Orden. En dichos momentos parece un personaje muy distinto; uno capaz de ser libre, de disfrutar de la vida y de superar su pasado. Incluso parece un personaje con cierta vis cómica, capaz de burlarse de sus propias desventuras. Pero esos momentos son breves y cuando pasan quedan el mismo Sturm taciturno y retraído de las Crónicas, el que antepone el honor de un padre al que apenas conoció a su propia vida y el legado de una Orden que no tiene ningún interés en él a su propia felicidad  personal. Tan convencido está de la bondad y la valía de sus ideales que no se da cuenta de que le separan del resto del mundo. No los cuestiona ni reflexiona sobre el Código y la Medida a los que hace referencia el título, sino que simplemente los acepta porque es su deber como ha sido el deber de su familia durante generaciones. Por todo esto, Sturm Brightblade es un prisionero de sus propias creencias y vive toda su vida coartado por ellas, desde el momento en que se separa de su padre siendo un crío hasta su enfrentamiento final en la Torre del Sumo Sacerdote con la Señora de los Dragones Azules en el segundo volumen de las Crónicas.

Cuando empecé a leer estos libros hace muchos años el adjetivo que más asociada con Sturm era soso o aburrido, pero después de la reflexión que me ha invitado a hacer esta entrega de Los Compañeros de la Dragonalnce me parece más adecuado considerarlo triste o desdichado. Quizá consagrar tu vida a unos ideales elevados pueda considerarse un acto heroico, pero sobre todo es algo triste: al fin al cabo, el héroe siempre sacrifica su propia felicidad para estar a la altura de sus creencias.

Con esto podemos cerrar el comentario sobre El Código y la Medida, un libro con varias ideas interesantes pero un desarrollo irregular, más próximo al nivel de Qualinost que al de El Incorregible Tas o el de Kitiara Uth Matar, entregas mucho más disfrutables. El siguiente libro de la lista se titula Pedernal y Acero, penúltimo volumen de Los Compañeros de la Dragonlance, y se centra en el apasionado pero tumultuoso romance entre Tanis y Kitiara, una pareja tan atractiva como conflictiva. El título viene a ofrecer una buena metáfora sobre la relación entre ambos, ya que al igual que saltan chispas al golpear el pedernal o el acero de un yesquero, otro tanto ocurre cuando chocan dos temperamentos tan opuestos como el de estos dos personajes.

[Series] Doctor Who: El futuro es femenino

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En The Doctor's Wife, cuarto episodio de la sexta temporada de Doctor Who, se hace referencia a un personaje al que llaman el Corsario. Se trata de un Señor del Tiempo que había tenido tanto sexo masculino como femenino durante sus pasadas regeneraciones y el Doctor llega a mencionar que fue "una chica mala" durante su encarnación femenina. Puede que no se tratase más que de un simple chiste, pero hoy en día podría considerarse un acontecimiento histórico: la primera mención oficial de que un Señor del Tiempo puede cambiar de sexo al regenerarse. La referencia al Corsario resultó ser el primer paso de un largo camino que ha desembocado recientemente en el anuncio de que el Doctor será interpretado por una mujer por primera vez en los más de cincuenta años de historia de la serie.



Hace unos días, alguien le preguntaba por el Corsario a Neil Gaiman, guionista de The Doctor's Wife, en la red social tumblr. Su respuesta me llamó mucho la atención y fue la que en última instancia me motivó a escribir esta reflexión. La idea de que el Corsario pudiese regenerarse tanto en un hombre como en una mujer fue obra de Gaiman, que la añadió al guión pensando que acabaría siendo desechada por introducir un elemento nuevo a la continuidad que nunca había antes sido tratado. Sin embargo, Steven Moffat, el showrunner, no sólo decidió conservar la referencia al Corsario, sino que además añadió la línea que decía que había sido "una chica mala".

Antes de concederle todo el mérito a Gaiman quizá conviene recordar que existe otra referencia aún más antigua a un Señor del Tiempo que se regenera en una mujer y que pertenece al propio Moffat, aunque está fuera de la continuidad oficial de la serie. En The Curse of Fatal Death, una parodia de Doctor Who emitida en 1999 con motivos benéficos, Moffat escribió cómo el Doctor pasaba por distintas regeneraciones hasta convertirse en una mujer, interpretada entonces por la actriz Joanna Lumley. Podemos considerar a Lumley la primera mujer que interpretó al Doctor, aunque habría que considerar que su Doctora es apócrifa al no formar parte de la continuidad. Lo mismo se podría decir de Arabella Weir, actriz que interpretó también fuera de continuidad a una encarnación femenina del personaje en Exile, una capítulo publicado en 2003 de la serie Doctor Who Unbound de Big Finish, la conocida productora de audiodramas.


En cualquier caso, sirvan estas anotaciones históricas para probar que la inquietud sobre una versión femenina del Doctor ya llevaba mucho tiempo presente en el momento en el que Neil Gaiman escribió los distintos borradores de The Doctor's Wife. Moffat ya había empleado la idea de que un Señor del Tiempo pudiese cambiar de sexo, aunque lo hiciese recurriendo a la parodia, por lo que no creo que la referencia al Corsario le resultase especialmente chocante. De lo que no cabe duda es de que al decidir conservarla en un episodio que formaba parte de la continuidad oficial estaba abriendo una puerta que ya nunca podría volver a cerrarse. Sí, podríamos discutir sobre lo flexible que es Doctor Who con su continuidad, la cual ha ignorado o reescrito a voluntad durante años, pero confirmar la posibilidad de que los Señores del Tiempo pudiesen regenerarse en hombre o mujer indistintamente era una bombazo demasiado grande como para dejarlo pasar. Dudo que en 2011, momento en que se emitió The Doctor's Wife, los implicados en ese episodio fuesen conscientes de que estaban abriendo la primera posibilidad real de tener a una Doctora en pantalla, pero sin duda hay que aplaudir su ocurrencia sobre el Corsario. Quizá no fuese más que un simple guiño, una de esas sutiles referencias con las que Gaiman adereza sus historias y potencia la imaginación de sus lectores o espectadores. Quizá a Moffat le hizo gracia la broma y por eso decidió conservarla. Sea como fuere, resultó ser un importantísimo paso hacia el futuro. Después de todo, el paso más importante para llegar a tu destino siempre es el primero, el que te pone en marcha.

De hecho, diría que en la última parte de su etapa como showrunner de Doctor Who, Steven Moffat ha ido avanzando cada vez de forma más clara hacia la consecución de una encarnación femenina del Doctor. El primer gran hito en el camino fue la presentación en la octava temporada de Missy, la encarnación femenina del Master interpretada por Michelle Gomez. Se trataba, en efecto, de la primera prueba tangible de que un Señor del Tiempo podía regenerarse en una mujer.


El segundo hito fue mucho más explícito: en Hell Bent, decimosegundo episodio de la novena temporada, un general de los Señores del Tiempo se regeneraba delante de las cámaras y pasaba del género masculino al femenino, cambiando también el color de su piel en el proceso. De esta forma, Steven Moffat confirmó que no sólo era posible el cambio de sexo durante la regeneración, sino también el cambio de raza. Finalmente, los últimos episodios de la décima temporada, recientemente concluida, estuvieron cargados de insinuaciones sobre un posible futuro en el que el Doctor fuese una mujer. Una forma muy inteligente de abordar la situación de forma indirecta fue enfrentar a Missy con la anterior encarnación masculina del Master, a la que no parecía hacerle mucha gracia la idea de que fuese a convertirse en una mujer en el futuro. "Is the future going to be all girl?", preguntaba amargado el villano. "We can only hope so", le respondía el Doctor.

Todo lo anterior nos lleva al momento presente, en el que ya ha sido confirmado que la persona que dará vida al Doctor en la próxima temporada será la actriz Jodie Whittaker. Así, el nuevo showrunner, Chris Chibnall, se ha ganado un lugar preferente en la historia de la serie por su decisión de contar con una Doctora en pantalla. Por lo visto Moffat conocía parte de los planes de su sucesor, por lo que ha ido allanándole el camino con sus últimos guiones. Así, ese primer paso que supuso la mención al Corsario ha dado lugar a que tengamos una primera Doctora canónica formando parte de la mitología de Doctor Who. ¿Pero fue ese realmente el primer paso?


Me parece importante tener en cuenta que este avance no habría podido producirse de no ser por el clima social en el que nos encontramos hoy en día. El camino que ha recorrido la serie desde que Neil Gaiman pensase en el Corsario hasta que Jodie Whittaker fuese anunciada oficialmente no se ha producido en el vacío, sino que se ha apoyado en los avances logrados en otras partes. Para empezar, Doctor Who ni siquiera es la primera gran franquicia de ciencia ficción que pone a una mujer como protagonista. Me entristece que el anuncio de Jodie Whittaker se considere algo histórico para la televisión, ignorando que Star Trek puso a una mujer al mando de una nave estelar hace más de veinte años: la Capitana Janeway de Star Trek: Voyager. Como en tantas otras cosas, Star Trek fue pionera en esto y se le debería reconocer su mérito. Eso no quiere decir que el hecho de tener a una Doctora sea menos importante o merezca menos reconocimiento, desde luego. Se trata más bien de un recordatorio de que la lucha por la igualdad en términos de representación lleva librándose desde hace muchos años y que lo que se consigue hoy se debe en gran parte a lo que se consiguió en el pasado.


Pensemos por ejemplo en el reciente éxito de la película protagonizada por Wonder Woman y en cómo está afectando al panorama cinematográfico. Era bien conocida la resistencia que tenían las productoras a financiar proyectos protagonizados por personajes femeninos dentro de géneros considerados eminentemente masculinos, como puede ser el género de superhéroes. Incluso Marvel Studios, tras haber construido una imagen de marca reconocible y exitosa con su Universo Marvel Cinematográfico, tenía grandes reservas a la hora de producir una película con protagonista femenino. Por mucho que la película de la Capitana Marvel lleve tiempo anunciada, Marvel Studios lleva años desaprovechando la oportunidad de rodar una aventura en solitario de la Viuda Negra y el motivo es que se consideraba una propuesta demasiado arriesgada. Pero ahora la enorme recaudación de Wonder Woman, una película protagonizada por una heroína y rodada por una directora, ha cambiado las tornas. Ahora lo arriesgado sería no lanzar una película protagonizada por una mujer. ah, pero Wonder Woman tampoco fue la primera película en asumir ese gran riesgo: ¿acaso no recuerdas lo que pasó cuando se anunció que los nuevos Cazafantasmas estarían compuestos por un reparto enteramente femenino? 

La acumulación de pequeños avances nos ha conducido hasta un momento muy interesante, en el que la representación y los problemas de género se han convertido en materia de preocupación y debate social. No hace tanto tiempo que le mera idea de una película de Wonder Woman se consideraba un disparate. Hubo una época en la que incluso el admirado Joss Whedon vio cómo su proyecto para llevar al cine a Wonder Woman era rechazado, pero hoy en día todos los estudios quieren tener su propia Wonder Woman. Y si el éxito de Wonder Woman ha sido posible es porque antes ha habido unas Cazafantasmas y una Buffy Cazavampiros y una Capitana Janeway y una Agente Dana Scully y una Xena y otras tantas mujeres, tanto reales como de ficción, que han abierto camino.


Por tanto, ¿a quién le corresponde el mérito de que Doctor Who tenga a la primera Doctora de su historia? ¿A Chris Chibnall? ¿A Steven Moffat? ¿A Neil Gaiman? ¿De quién es la responsabilidad? ¿Quién abrió el camino? Quizá se empezó a abrir camino mucho antes de lo que pensábamos. Después de todo, Doctor Who tal y como la conocemos no habría existido sin la productora Verity Lambert. Es más, la conocida sintonía de la cabecera de la serie, que ha permanecido casi inmutable desde los años sesenta, no habría sonado igual sin los arreglos de otra mujer, Delia Derbyshire. La historia de la fantasía y la ciencia ficción le debe mucho a todas esas mujeres que han estado trabajando desde las sombras, en ocasiones sin recibir reconocimiento por ello. En realidad el camino lleva muchísimo tiempo andándose. ¿Sabías que el primer libro considerado de ciencia ficción fue escrito por una mujer? Mary Shelley, autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, fue una de las primeras en echar a andar allá por 1818.

Con esto quiero decir, en resumen, que el anuncio de que Joddie Wittaker será la Doctora es un avance importantísimo en el camino de la igualdad de género, pero no supone ni mucho menos el final del camino. El entusiasmo que despierta el hecho de tener a una encarnación femenina oficial de este veterano personaje de ficción está plenamente justificado, pero no debería hacernos olvidar que se ha logrado gracias a los pequeños pasos que muchos otros han dado a lo largo de los años. De la misma forma, tampoco debería hacernos olvidar que seguimos estando lejos de conseguir una igualdad real o una representación paritaria. El camino debe continuar.

Desde aquí quisiera mostrar todo mi apoyo y mi admiración a todos los implicados en un acontecimiento tan importante para Doctor Who como este. Como seguidor de la serie, estoy tan ansioso por descubrir a esta nueva Doctora como por ver cómo se abordan los temas de género en la próxima temporada. ¿Se optará por cambiar la dinámica y tendrá un companion masculino en lugar de una companion femenina como viene siendo costumbre? ¿Tendrá que enfrentarse la Doctora a los prejuicios debidos a su género? ¿Se cuestionarán las futuras historias los roles de género habituales en la ficción aprovechando el cambio de sexo del Doctor? Se avecina una época fascinante para la serie; una época que además invitará a nuevas audiencias que quizá no se habían visto atraídas con anterioridad hacia la serie. Niñas y mujeres a las que Doctor Who no les llamaba nada la atención llegarán a la nueva temporada interesadas por la presencia de una protagonista femenina y puede que muchas de ellas se queden y se conviertan en fieles seguidoras con el tiempo. Son esas niñas y mujeres las que, inspiradas quizá por Doctor Who, seguirán andando el camino de la igualdad el día de mañana.


[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 7): "Pedernal y Acero"

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Los Compañeros de la Dragonlance (Dragonlance Meetings en el original) es una hexalogía que pretende narrar los primeros encuentros entre algunos de los personajes más destacados de esta saga de fantasía. Esta es una característica a la que los anteriores libros no prestaron mucha atención y que esta penúltima entrega, Pedernal y Acero (Steel and Stone es el título en inglés), vuelve a poner sobre la mesa. Nos encontramos ante el primer encuentro entre Tanis el Semielfo y Kitiara Uth Matar, una pareja cuya relación pasa por ser una de las más tormentosas de la Dragonlance. Puesto que cada entrega de la hexalogía es cronológicamente posterior a la anterior, ambos personajes ya han tenido ocasión de ser explorados en otros libros. Qualinost se centraba en la juventud de Tanis en la ciudad elfa en la que nació, mostrando cómo su naturaleza mestiza le separaba de sus congéneres y le impulsaba a buscar una vida en el exterior, mientras que Kitiara Uth Matar fue protagonizado por el personaje cuyo nombre le da título y narraba los primeros compases de la vida de Kit como mercenaria. Por su parte, Pedernal y Acero, además de mostrar cómo se conoce la pareja y cómo se inicia su romance, se encarga de narrar una de sus primeras aventuras juntos; una aventura en la que queda bastante claro que uno de los dos no está siendo del todo sincero con el otro.

Creo que una de las razones por las que la Dragonlance fue tan popular entre las chicas como entre los chicos en su momento es el personaje de Kitiara. No es la única mujer que tiene un papel prominente en la saga, ya que hay otras como Laurana, Tika o Crysania que también acaparan gran protagonismo, pero entiendo que es mucho más fácil conectar con ella que con las otras. Además de ser una luchadora experta y una inteligente aventurera, Kit es una mujer independiente que se valora a sí misma por encima de todo y de todos. Está muy lejos de ser una heroína, desde luego, pero pese a sus acciones cuesta encuadrarla en la categoría de villanos. Kit vive como quiere, obedece sus propias normas y persigue sus propios intereses. No duda en aliarse con el mal o en llevar a cabo actos moralmente reprobables si eso le ayuda a obtener lo que desea, aunque no es intrínsecamente malvada. Simplemente es una mujer que quiere vivir la vida a su manera en un mundo con frecuencia hostil hacia las mujeres. En el género de espada y brujería más clásico los personajes femeninos suelen ocupan el rol de damisela en apuros o, lo que es peor, el de mero reclamo sexual para los lectores masculinos. Kit no es lo uno ni lo otro y, de hecho, aunque es un personaje fuertemente sexualizado, me cuesta considerar que su sexualidad esté al servicio del lector. Es más, diría que su sexualidad es suya y de nadie más.

Si lo juzgamos desde una óptica actual es posible que surjan los problemas y nos percatemos de que no es un personaje tan liberal ni empoderante como parecía serlo en la década de los noventa. El tratamiento de la sexualidad siempre suele resultar polémico en estos casos, ya que hablamos de un personaje que recurre al sexo como arma en más de una ocasión. En otros libros que ya hemos comentado tenemos algún ejemplo de ello: por ejemplo, en Raistlin, mago guerrero y Raistlin, el Túnica Roja Kitiara conseguía medrar en el ejército acostándose con su general. Entiendo por qué este tipo de conductas de un personaje femenino puedan ser discutibles, aunque no creo que descalifiquen al personaje en su conjunto. En todo caso, creo que paradójicante lo hacen más interesante. Aunque imperfecto en su tratamiento, después de todo el personaje resuena con muchas inquietudes liberales actuales. Por mi parte, me parece muy sugestivo que unos libros de fantasía para adolescente incluyesen a un personaje con una sexualidad tan abierta. Kit se acuesta con quien quiere y cuando quiere y además lo hace buscando siempre su propio placer o beneficio, de ahí que afirme que su sexualidad no está al servicio de nadie salvo ella misma.

Precisamente la sexualidad de Kitiara tiene cierta prominencia en Pedernal y Acero, ya que el inicio del romance entre el semielfo y la mercenaria viene marcado por la presencia del anterior amante de la mujer. Es más, incluso habiendo iniciado una relación con Tanis, Kit no tiene reparos en volver a acostarse con su pareja previa. Teniendo en cuenta la breve reflexión que he realizado en los anteriores párrafos, esta circunstancia me parece muy coherente con el personaje. No obstante, lo llamativo de este libro es que explora las consecuencias del estilo de vida de Kitiara y su forma de afrontar su sexualidad. En efecto, una de las subtramas del volumen tiene que ver con un posible embarazo del que cualquiera de los dos hombres puede ser el padre, lo cual supone un serio problema para la mercenaria. El estilo de vida liberal de Kit no es el más apropiado para un mundo medieval en el que no existen los anticonceptivos, pero este tema no suele tratarse demasiado. En Raistlin, mago guerrero se menciona un posterior embarazo de Kitiara (del que nace Steel Brighblade, personaje con cierta importancia en el futuro de la saga), pero más allá de eso no recuerdo otras ocasiones en las que se aborde el tema. En este libro el asunto se trata con bastante ambigüedad, ya que no llega a desvelarse la identidad del padre ni el destino del bebé. De hecho, ni siquiera llega a saberse si finalmente se produce el nacimiento o no. Sin embargo, la circunstancia crea una gran tensión dramática entre los personajes y sirve para regalarnos una de las mejores escenas del libro, en la que Kit sueña con un posible futuro en el que ha colgado la espada y se ha convertido en madre y ama de casa al cargo de sus hijos y al servicio de su marido. Sobra decir que para ella tal ensoñación es una pesadilla horrenda.

Es una lástima que el tema no se trate de forma más directa, pero una vez más debemos tener en cuenta que hablamos de una precuela que debe cuidarse de no entrar en contradicción con hechos cronológicamente posteriores. Ellen Porath, autora de Pedernal y Acero, hace lo que puede dentro de las obvias limitaciones que aquejan a todos los libros situados antes de las Crónicas de la Dragonlance. Pese a todo, y aunque en general me gusta mucho la caracterización de Kit en esta entrega, hay algunos momentos del argumento en los que el personaje no tiene un rol tan activo como me gustaría. Llega a ejercer el rol de víctima secuestrada a la que hay que rescatar hacia el final, lo que chirría un poco en comparación con la forma en la que otros libros han retratado al personaje y con mi propia concepción del mismo. Tampoco me gusta demasiado que la historia se ponga en marcha a partir de un robo por parte de Kitiara, ya que me cuesta creer que la mercenaria se rebaje de esa manera (¡no una sino dos veces en el mismo libro!). Puede que Kit tenga unos criterios morales bastante laxos, pero no creo que sea una vulgar ratera. Aunque se puede argumentar que tiene sus razones para apropiarse de las mercancías robadas, el procedimiento de coger lo que no le pertenece y huir por piernas me parece impropio de alguien que tiene otros métodos mucho más efectivos para conseguir lo que desea, ya sea mediante la espada o mediante la cama.


En cuanto al argumento en sí, nos encontramos ante una historia competente y quizá hasta un punto por encima de la media de la saga. Kitiara y su amante, un duro kernita llamado Caven Mackid, sirven como mercenarios en el ejército de un señor feudal que pretende invadir un reino cercano tras haber casado a su hija con el gobernante del mismo. Las cosas no salen bien y Kit aprovecha la confusión para robar unas gemas de hielo mágico que estaban en posesión del hechicero del ejército, un Túnica Negra que responde al nombre de Janusz. Tras dar esquinazo a Caven, la mercenaria se encuentra por casualidad con Tanis y comienza una apasionada relación con él. Pero pronto su pasado llama a la puerta, primero con el regreso de Caven (acompañado por su escudero Wode) y después con los intentos del Túnica Negra de recuperar sus joyas. Kit, Tanis, Wode y Caven acaban viéndose inmersos en una trama que implica a la hija huida del señor feudal, a un búho gigante con un sarcástico sentido del humor y a un enorme y estúpido troll de dos cabezas. Además de tener que aguantarse mutuamente, el grupo de aventureros viajará hasta las confines del gélido sur para evitar que el hechicero y su amo utilicen el poder de las gemas de hielo para conquistar el mundo. No todos llegarán al final de la aventura con vida.

Es fácil deducir qué personajes vivirán y qué personajes morirán en una precuela, pero en este caso la autora consigue conferirle cierto impacto a las muertes de sus criaturas. En ocasiones, el género de fantasía opta por narrar muertes melodramáticas en las que los personajes siempre tienen ocasión de despedirse con unas últimas palabras antes de expirar. Pese a lo inverosímil que resulta este recurso, reconozco que tiene su atractivo. Sin embargo, optar por narrar una muerte rápida, brutal y despiadada puede aumentar el impacto al hacer que el lector se vea privado de esos últimos momentos de despedida. Obviamente, en el mundo real la muerte puede presentarse de improviso y no siempre hay ocasión de despedirse antes del final. Cuando la ficción refleja la muerte de esta manera obtiene cierta verosimilitud y cierta autenticidad que no consigue de la otra forma, además de potenciar el mencionado impacto sobre el lector. En Pedernal y Acero las muertes son de este tipo: rápidas y crueles. Además, no diferencian entre héroes y villanos, ya que ambos son tratados con la misma contundencia. Por otro lado, conviene mencionar que algunos de los personajes que mueren no son humanos sino animales. Lo cierto es que ya he perdido la cuenta de la cantidad de muertes de caballos con las que me he encontrado desde que empecé esta relectura de la Dragonlance, pero las muertes de animales de este libro me parecen bastante más duras de lo habitual y quizá hasta puedan resultar desagradables para los lectores más sensibles. Hay una que me a mí me dolió especialmente, aunque no entraré en detalles por motivos obvios.

En líneas generales, el argumento del libro sabe mantener el interés del lector, aunque comete un error bastante frecuente. Su desenlace es satisfactorio en última instancia, pero resulta algo apresurado en comparación con la extensión que se dedica a la presentación. No es la primera vez que me quejo de esto hablando sobre Los Compañeros de la Dragonlance y sospecho que no será la última mientras dure mi relectura de la saga, pero me parece una protesta justificada. Cuanto mayor y más ambiciosa sea la aventura, más importante es dedicar el espacio necesario a su cierre y a las consecuencias derivadas de él. Un buen epílogo es tan fundamental como un buen desenlace o puede que incluso más, ya que las piezas se han reorganizado sobre el tablero y es preciso ofrecerle un retrato acertado al lector de cómo han quedado las cosas. El volumen que hoy estamos comentando tiene un epílogo de menos de dos páginas en el que se tienen que abordar las consecuencias de las diversas batallas, las muertes de varios personajes y el embarazo de Kitiara. Se me antoja muy insuficiente.

Por otro lado, los secundarios del libro son bastante simpáticos. Caven y Wode no destacan por su brillantez, pero creo que esa es la intención de la autora, que pretende parodiar su masculinidad hasta cierto punto. Mucho más interesantes son Kai-lid y su compañero Xanthar, el búho gigante, probablemente la aportación más memorable del libro por su actitud y sus acertados diálogos. Incluso los villanos, el señor feudal Valdane y Janusz, el Túnica Negra, tienen un trasfondo interesante que implica un impío vínculo de sangre. Además, Pedernal y Acero hace un amplio uso de la mitología de la Dragonlance, recurriendo a localizaciones tan conocidas como el Bosque Oscuro donde habitan los espíritus o las lejanas extensiones congeladas del Muro del Hielo, así como a criaturas tales como minotauros, ettins (trolls de dos cabezas) y thanois (hombres-morsa). El envoltorio ya es bastante atractivo por sí mismo, pero no olvidemos que el principal punto fuerte del libro sigue siendo la exploración del personaje de Kitiara y su relación con Tanis.

Que haya dejado para el final el comentario sobre el romance entre la mercenaria y el semielfo no significa que el libro deje de lado el tema ni mucho menos. La relación entre ambos personajes se trata de forma bastante certera, haciendo hincapié en lo poco que tienen en común más allá de la pasión y el deseo sexual del primer encuentro. Hay pocas razones para confiar en que la pareja pueda funcionar y muchas para creer que lo mejor para ambos es separarse, aunque la autora sabe dejar a los personajes en esa inexplorada zona gris de incertidumbres en la que todo es posible. Tanis y Kitiara son muy distintos y no hay duda de que ambos están en extremos opuestos del espectro moral, de eso no hay duda, pero entre ellos hay una chispa que invita a fantasear sobre las posibilidades futuras. Cabe la esperanza de que la compañía del otro sirva para que Tanis deje de estar tan encorsetado por su pasado y para que Kitiara modere un tanto su temperamento violento y su conducta egoísta... pese a las innumerables pruebas que indican que Tanis nunca podrá obviar su naturaleza de semielfo  y que Kitiara es demasiado ambiciosa como para conformarse con una vida normal y corriente.

El libro aprovecha para hacer alguna que otra referencia a temas tratados en volúmenes anteriores de Los Compañeros de la Dragonlance para reforzar las incógnitas que despierta el mencionado romance: el diferente ritmo al que envejecen humanos y semielfos siempre será una barrera entra ambos y Kitiara están tan obcecada en crearse una reputación que rivalice con la que tuvo su padre en el pasado que no dudará en pasar por encima de todo aquel que suponga un obstáculo para tal fin. Por tanto, desde el primer momento queda claro que el suyo es un romance imposible y que su destino es el fracaso. Por eso la ardiente pasión entre ellos está teñida de tristeza y por eso son tan conmovedoras las ingenuas dudas de Tanis, que sueña con una vida en la que pueda estar casado con Kit. En cambio, como ya hemos apuntado antes, para la mercenaria una vida así es una pesadilla y una condena de la que pretende escapar con todas sus fuerzas. Ya en este momento tan temprano de su relación Kit evita comprometerse con Tanis y le engaña cuando surge la ocasión, lo cual augura un final poco halagüeño para su romance. Este es justo el tipo de romance de ficción que me gusta: carnal, efímero y destinado a una oscura conclusión. Ya habrá ocasión de volver sobre el tema cuando mi repaso de la saga llegue hasta las Crónicas.

Queda un único volumen para concluir el comentario de Los Compañeros de la Dragonlance: Mithas y Karthay, un libro en el que los compañeros que dan título a la hexalogía se encuentran reunidos al fin y viven una aventura que les lleva hasta las islas de los minotauros en los confines del Mar Sangriento. Caramon, Sturm y Tasslehoff emprenden un viaje por mar en el que desaparecen, haciendo que Raistlin , Flint y Tanis deban acudir al rescate. Como no podía ser de otra forma, Kitiara está implicada en esta historia en la que también hay un dios oscuro y un plan para que los minotauros conquisten todo el continente de Ansalon. Lo comentaremos con detalle en la próxima entrada.

[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 8): "Mithas y Karthay"

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Mithas y Karthay (titulado The Companions en la edición original de 1992) es la última entrega de Los Compañeros de la Dragonlance (Dragonlance Meetings), una colección que partía de la premisa de narrar los primeros encuentros entre los protagonistas de las futuras Crónicas de la Dragonlance. Dicha premisa no siempre se cumple a lo largo de los seis libros, lo cual repercute en la falta de definición del conjunto. Sin un hilo común que conecte a las distintas entregas más allá de la sucesión cronológica de acontecimientos, la hexalogía carece de personalidad propia y depende por completo de la destreza de los autores implicados en cada volumen para salir bien parados de las historias que plantean. Por fortuna, la encargada de concluir la colección es Tinal Daniell, quien fuera responsable de una de las entregas que más disfruté en su momento: Kitiara Uth Matar. Aunque Mithas y Karthay no suponga la culminación de un argumento construido libro a libro gracias a la suma de aportaciones de los distintos escritores, sí que ofrece una narración absorbente que va aumentando de intensidad hasta alcanzar un clímax muy satisfactorio que hace que la colección en sí gane varios enteros. Merece la pena pasar por los libros anteriores, algo irregulares aunque siempre entretenidos, para llegar al final de la hexalogía y experimentar la sensación de que esos personajes han ido acumulando un cierto bagaje que los enriquece y les proporciona mayor entidad.

Quizá el mejor punto de inicio para cualquier lectura de esta saga de espada y brujería sea la trilogía original de las Crónicas, pero creo que dedicar un tiempo a las precuelas (tanto a estos Compañeros como a las dos series de Preludios) tiene la ventaja de otorgarle un mayor peso a sus protagonistas. No es lo mismo asumir que los personajes son viejos amigos que vivieron muchas aventuras en el pasado porque la narración los presenta así, tal y como sucede en las Crónicas, que acompañarles durante sus primeros viajes juntos y asistir así directamente a la forja de su amistad, lo cual ocurre leyendo precuelas como la que ahora nos ocupa. Todo ese bagaje acumulado en las historias previas beneficia a la caracterización en las aventuras posteriores y ayuda a que el lector conecte y se implique con los personajes. Al menos esta es la sensación que me ha transmitido el epílogo de Mithas y Karthay, que me hizo pensar en los numerosos acontecimientos narrados en la colección desde aquel primer libro que mostraba el momento en el que Flint y Tanis se conocieron. Al llegar al sexto libro el grupo de aventureros ya está más que asentado y los protagonistas están definidos con una claridad cristalina, lo cual incluye sus filias, sus fobias y sus dramas personales. A lo largo de Los Compañeros de la Dragonlance se ha abordado la pertenencia racial de Tanis y Flint, la agotadora convivencia con el carismático y problemático kender Tas, la importancia del legado familiar para personajes como Sturm o Kitiara (ambos descendientes de nobles Caballeros de Solamnia caídos en desgracia por distintas circunstancias), la extraña y disfuncional relación entre los dos hermanos Majere (Raistlin y Caramon) y el apasionado pero tóxico romance entre Tanis y Kitiara, entre otras muchas cosas. Llegados a este punto cuesta no sentirse implicado emocionalmente con estos personajes, lo cual es hábilmente aprovechado por la autora del volumen que hoy estamos comentando.

Mithas y Karthay es una de esas historias en las que los protagonistas pasan buena parte del tiempo separados, implicados en sus propios problemas pero inmersos en acontecimientos interrelacionados, hasta que sus diversos arcos argumentales confluyen en última instancia y todos acaban reuniéndose en el momento del clímax. En esta ocasión, Caramon, Sturm y Tas son secuestrados por los minotauros mientras realizaban un viaje para comprar cierto componente exótico de hechizos para Raistlin. Con sus amigos trasladados hasta las distantes islas habitadas por los hombres toro (las mismas que dan título al volumen), el joven aprendiz de mago se dispondrá a rescatarlos acompañado por Flint y Tanis. Por su parte, Kitiara viajará por su cuenta y riesgo hasta las islas tras ser informada de lo sucedido. Ninguno de los aventureros conoce en un primer momento que acabarán inmiscuyéndose en los planes del Amo de la Noche, un chamán minotauro que pretende lanzar un hechizo que permitirá que el dios al que adora su raza, Sargonnas, el Señor de la Venganza, entre en el plano físico y encabece la conquista del mundo por parte de las fuerzas de los hombres toro.

Buena parte del libro se centra en narrar las penurias por las que pasan Caramon, Sturm y Tas como prisioneros de los minotauros, que llegan a rozar lo angustioso en un par de ocasiones. Esa parte de la historia, por tanto, se beneficia del conocimiento previo y de la implicación emocional del lector hacia los personajes: cuanto más simpáticos te resulten Caramon, Sturm y Tas, más incómoda y preocupante te resultará la lectura de su desventurado viaje. Después de todo, hay varios capítulos en los que son directamente torturados y humillados por sus captores. Por momentos creo que el libro resulta excesivo en su descripción del sufrimiento, aunque soy consciente de que estas historias de fantasía medieval no suelen estar exentas de crudeza pese a todos sus elementos ficticios. En cualquier caso, se trata de escenas ridículas en comparación con la forma en que se emplea la violencia en otras sagas como Canción de Hielo y Fuego, por ejemplo. La diferencia radica en que la Dragonlance está dirigida al público juvenil, no a lectores adultos.

Por otro lado, la autora sabe bien lo que hace al desperdigar a los personajes. Es un acierto separar a los dos hermanos, Caramon y Raistlin, ya que invita a pensar que la preocupación del aprendiz de mago por su corpulento gemelo es genuina. No obstante, Raistlin sabe mucho más de lo que desvela en un primer momento y sus movimientos siempre ocultan otras motivaciones que nada tienen que ver con el amor fraternal, lo cual es muy fiel a su caracterización más íntima. También es interesante averiguar cómo se las ingenia el enfermizo y delicado muchacho para sobrevivir en territorio hostil sin el apoyo de su vigilante y protector hermano. Si la situación hubiese sido a la inversa y Raistlin fuese el secuestrado, no resultaría nada sorprendente que Caramon encabezase su rescate. Sin embargo, en este volumen la escritora nos propone una circunstancia mucho más inusual e inesperada en la que Raistlin adopta el rol de rescatador, lo cual es muchísimo más interesante. Además, el aprendiz de mago tiene que hacer equipo con Flint y Tanis, dos personajes con los que apenas tiene nada en común y que suelen desconfiar de él. El enano y el semielfo no ven la magia con buenos ojos ni están cómodos en presencia del reservado e introspectivo aprendiz, por lo que el trío de rescatadores se mantiene en una constante tensión dramática.


Irónicamente, el único personaje que Tina Daniell no sabe desplegar con el mismo acierto es Kitiara, la apasionada mercenaria a la que tan bien supo coger el tono en el tercer volumen de Los Compañeros de la Dragonlance. En este libro la presencia de Kit no sólo es escasa, protagonizando un único capítulo y no volviendo a aparecer hasta la conclusión, sino que también acaba desempeñando el odioso rol de damisela en apuros que tan inadecuado resulta para una mujer que se gana la vida con la espada. Es importante recordar que hablamos de libros escritos hace más de veinte años, en una época en la que la cultura popular no reflejaba las preocupaciones sociales que tan presentes están hoy en día, pero esta circunstancia resulta llamativa dada la estupenda caracterización de Kit como mujer independiente y rebelde que hizo la autora en el pasado. En Kitiara Uth Matar, la mercenaria siempre tenía un rol activo en los acontecimientos, mientras que el papel que desempeña en la conclusión de Mithas y Karthay es mucho más pasivo de lo que desearía. Puede que esta sea la mayor crítica que se le puede hacer a esta entrega de Los Compañeros de la Dragonlance, aunque no es el único detalle que me ha chirriado durante la lectura.

El otro aspecto que me parece discutible tiene que ver con el manejo del tiempo y el espacio. Como se puede esperar en base a la sinopsis planteada, nos encontramos ante un libro que se centra en el viaje de los rescatadores para alcanzar a los secuestrados en las lejanas islas de los minotauros. Como en muchas otras historias de fantasía medieval, el grueso principal del argumento transcurre durante el viaje propiamente dicho. Pues bien, si cogemos un mapa de Krynn (el mundo ficticio en el que se ubica la Dragonlance), marcamos los puntos en los que se encuentran los personajes al iniciarse el argumento y vamos trazando las líneas que recorren durante sus respectivos desplazamientos, nos sorprenderá comprobar lo vastas que son las distancias que han viajado. Dichos desplazamientos, además, transcurren de forma paralela hasta que todos los compañeros se reúnen en un mismo punto. El problema es que si uno se pone estricto y empieza a hacer cálculos numéricos sobre distancias y tiempos, los datos no encajan: es totalmente imposible recorrer distancias tan enormes en los tiempos marcados por la narración, ya sea a pie, a caballo o en barco. Obviamente, el lector medio no se molestará en analizar los detalles de la historia hasta semejante nivel, pero basta un mínimo esfuerzo mental para poner en jaque la verosimilitud de los acontecimientos. Al fin y al cabo, incluso los mundos de ficción deben obedecer una serie de normas físicas básicas y si el autor no las respeta se arriesga a que se le vean las costuras a su relato.

Reconozco que no es nada fácil manejar una historia con varios arcos argumentales paralelos que acaban confluyendo al final, pero me parece tarea del escritor el llevar a cabo los tediosos cálculos que aseguren que su argumento es verosímil. Eso incluye calcular cuántos kilómetros deben recorrer los personajes en cada jornada para llegar a su destino, manteniendo la cifra dentro del intervalo de lo físicamente posible. Narrar un viaje sin definir con detalle las distancias y los tiempos es arriesgado, sobre todo cuando el libro incluye un mapa para que lector pueda consultarlo a su antojo. Una posible solución para no hacerse un lío de cifras pasa por hacer trampa y recurrir a la magia, lo cual me parece un recurso un tanto perezoso. Es justo el recurso que utiliza Tina Daniell para que los cálculos de su viaje tengan sentido, haciendo que los personajes recorran parte de la gigantesca distancia de su recorrido mediante un desplazamiento mágico. En esta historia tanto los secuestrados, cuyo barco es transportado de un extremo a otro del mapa por una tempestad mágica, como los rescatadores, que usan un portal para ahorrarse el grueso del viaje por tierra, recurren a la magia. No me parece la mejor solución posible para el problema planteado, sobre todo porque incluso teniendo en cuenta el uso de la magia siguen quedando cuestiones que no acaban de encajar: ¿cómo consigue entonces Kitiara llegar a las islas de los minotauros desde Solamnia antes que sus compañeros que han viajado por medios místicos?

En cualquier caso, la autora emplea un recurso que me parece muy efectivo para transmitir la sensación de estar inmersos en un largo viaje durante uno de los capítulos. Se trata del capítulo en el que Tanis, Flint y Raistlin se embarcan para cruzar el Mar Sangriento en dirección a la nación de los hombres toro, que está narrado como si se tratase de un diario de a bordo anotado por Tanis. Me parece un recurso mucho más útil e interesante para reflejar el paso del tiempo y para mover a los personajes una larga distancia sin consumir un número excesivo de páginas. En volúmenes anteriores de la hexalogía he tenido la sensación de que los autores no han sabido manejar bien el ritmo de su relato y se han quedado sin páginas al final, dejando la conclusión o el epílogo algo cojos. Me ha alegrado comprobar que Mithas y Karthay es el caso opuesto, ya que la narración conserva un ritmo bien equilibrado que aumenta progresivamente de intensidad hasta su conclusión, que viene seguida de un adecuado epílogo que sirve como cierre tanto para la historia planteada en este libro como para la colección de la que forma parte. Dejando a un lado mis críticas sobre el rol de Kitiara y el manejo de las distancias y los tiempos, no tengo problema en admitir que este es un libro bastante sólido; es más, diría que es uno de los mejores de la hexalogía.

Se trata de uno de los títulos que mejor aprovecha el entorno de fantasía de la saga, recurriendo a uno de los bestiarios más extensos que recuerdo, con criaturas de todo tipo que van desde gigantescos gusanos marinos, leucrottas, orughis, bulettes y rocs hasta un descomunal hatori, todos ellos seres poco comunes tanto en Dragones y Mazmorras como en la propia Dragonlance. También cuenta con unos personajes secundarios muy llamativos, como la agradable semiogro Kirsig y los representantes de las dos especies más relevantes en esta historia: los kiris, unos primitivos aunque nobles hombres pájaro, y los minotauros. Ambas razas son enemigas, por lo que nuestros protagonistas acaban aliándose con los kiris antes del asalto final contra las fuerzas del Amo de la Noche. Como en cualquier precuela, es fácil adivinar qué personaje secundario no llegará vivo al final de la lucha, pero esto es inevitable. Finalmente, Mithas y Karthay es de especial interés por ofrecer un vistazo a la sociedad de los minotauros, que son seres que no existen en el universo de Dragones y Mazmorras pero que poseen una amplia presencia en la Dragonlance. Más allá de las esperadas muestras de brutalidad, resulta fascinante descubrir que los hombres toro gozan de su propia organización política y religiosa, con sus correspondientes intrigas y juegos de poder. No obstante, quizá lo más sorprende del libro sea la presencia del único kender perverso que recuerdo haber leído en esta saga; uno que sigue conservando su naturaleza entrometida y su peculiar sentido del humor pese a estar alineado con las fuerzas del Mal. Su inclusión en la historia es tan ocurrente como perturbadora.

Con esto concluye mi repaso a los seis volúmenes que componen Los compañeros de la Dragonlance, pero antes de llegar a las esperada relectura de las Crónicas de la Dragonlance aún quedan unas cuantas precuelas que revisitar: en concreto, las dos trilogías de Preludios ambientadas en los años anteriores a las Crónicas en los que los compañeros se separan para buscar evidencias sobre la presencia de los viejos dioses en el mundo. La primera de estas trilogías comienza con El Guardián de Lunitari, una historia protagonizada por la difícil pareja constituida por Kitiara y Sturm, que por azares del destino acabarán viajando en un barco volador de manufactura gnoma hasta Lunitari, la mismísima luna roja de Krynn. Será el próximo libro a comentar en esta serie de artículos.


[Series] Twin Peaks: The Return, un viaje personal

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Tengo un buen montón de borradores sobre Twin Peaks guardados en este mismo blog. Hace bastante tiempo me planteé escribir una serie de artículos en los que comentar la clásica producción de David Lynch y Mark Frost capítulo a capítulo, aunque decidí que no se publicaría ninguno hasta que los tuviese todos listos para así evitar que el proyecto se quedase colgado a mitad. Llegué a escribir sendos comentarios sobre los nueve o diez primeros episodios hasta que, efectivamente, el proyecto se quedó colgado como tantos otros en los que me he embarcado en el pasado. Dudo que alguna vez llegue a retomarlo, pese a que he pensado en él con frecuencia. No obstante, no creo que el hecho de que esos comentarios jamás vean la luz sea una gran pérdida. Después de todo, Twin Peaks ha sido comentada, estudiada y analizada por infinidad de personas con mucho más conocimiento y mayor destreza en el uso de la palabra que yo. Aún me pregunto qué podría haber aportado yo que no hubiesen pensado ya otros hace años.

Hoy la mítica serie vuelve a estar en boca de todos tras la finalización de Twin Peaks: The Return y mi pregunta sigue siendo la misma: ¿qué puedo aportar yo al comentario general que no haya sido apuntado ya por mentes más despiertas que la mía?


Hace años, cuando empecé a escribir en este blog, me creía capaz de todo. Era la época anterior a las redes sociales y los ahora anticuados foros y blogs estaban en pleno auge. En aquel tiempo, la experiencia de disponer de una bitácora propia en la que compartir opiniones sin ningún tipo de límite era novedosa y deslumbrante. Podías pasarte horas y horas escribiendo un texto de varios miles de palabras y siempre había alguien interesado en leerlo y discutirlo con detalle, lo cual hoy parece inverosímil teniendo en cuenta nuestra restricción autoimpuesta de limitar nuestro diálogo a una sucesión de ideas breves de no más de ciento cuarenta caracteres pobremente articuladas. Aquel peculiar clima invitaba a escribir, a debatir y a asumir retos, quizá incluso por encima de nuestras propias posibilidades. En mi caso particular, no había obra que no me sintiese capaz de diseccionar, analizar y comentar. No había obra que estuviese fuera de mi conocimiento o de mi alcance. Era experto en todas las materias y maestro de todas las artes. Por supuesto que podía desvelar todos y cada uno de los secretos ocultos de Twin Peaks, faltaría más.

Aquella sensación era ilusoria, claro está. Gozar de una plataforma desde la que proclamar tus opiniones no te convierte en experto ni maestro, lo cual era tan cierto en la época de los blogs y foros como lo es hoy en la era de la supremacía de las redes sociales. La gran verdad es que por aquel entonces tenía la misma autoridad que tengo actualmente para hablar sobre Twin Peaks: ninguna en absoluto. Por tanto, dejaré el análisis en manos de otros más sabios, más valientes o más soberbios que yo.


La misma soberbia que teníamos muchos blogueros en aquellos años la tienen hoy lo tuiteros que se han embarcado en la ardua tarea de realizar la autopsia a Twin Peaks: The Return para desvelar sus insondables misterios. Durante los próximos años se escribirá tanto o más como se escribió sobre la serie original hace más de dos décadas. Obviamente, surgirán muchos adalides precoces que se creerán capaces de comprender todos sus enigmas y publicarán sus sesudas teorías y disertaciones. Les daré la bienvenida a todos, aunque tengo claro que esta vez no estaré entre ellos. Esta vez no escribiré comentarios ni análisis. No habrá reseñas ni artículos por mi parte. No habrá interés en mí por desvelar secretos ocultos ni por iluminar oscuridades ajenas. No me siento capaz de hacerlo.

He aprendido a distinguir las grandes obras como aquellas que me apabullan y me hacen sentir ignorante, incapaz e indigno. No me considero inculto ni mucho menos, pero sé cuándo algo está más allá de mis horizontes personales. Son esas obras que me superan, me amedrentan e incluso me saturan las que en última instancia acabarán expandiendo dichos horizontes, pero no antes de largas reflexiones en las que digerir y asimilar lo experimentado. En un primer momento, cualquier contacto con ese tipo de producciones es como enfrentarse directamente a un vacío inabarcable e incomprensible. Así ha sido mi experiencia al ver por vez primera Twin Peaks: The Return, por cierto, no muy distinta a observar una realidad que está más allá de cualquier entendimiento. El regreso de la mítica serie está años luz por delante de los límites de mi mente, mucho más allá de esos metafóricos horizontes antes mencionados. No será fácil ni rápido recorrer la distancia que nos separa, suponiendo que sea capaz de hacerlo, aunque eso no quiere decir que no vaya a intentarlo. Quizá dentro de unos años, tras todas las reflexiones necesarias y el subsiguiente aprendizaje, empiece a sentirme capaz de hablar o de escribir sobre lo que han pergeñado Lynch y Frost.


Sentirse pequeño e ignorante es una experiencia necesaria, quizá incluso imprescindible. Sirve para adquirir perspectiva y situarse en un contexto real, en el que nadie nace siendo experto ni maestro; un contexto en el que, en definitiva, la sabiduría y la maestría son el producto de la dedicación, el estudio, la reflexión y el esfuerzo. El experto y el maestro se forjan con el tiempo, conscientes de sus progresos pero también de sus carencias. Me gusta pensar que tanto el uno como el otro saben cuándo pueden hablar y cuándo deben callar, escuchar y aprender, porque ni el verdadero sabio ni el auténtico maestro permanecen siempre estáticos: son conscientes de que su aprendizaje no debe detenerse nunca y carecen de la soberbia que les impediría admitir que hay otros mejores que ellos de los que seguir aprendiendo. Es conveniente, pues, recibir una lección de humildad de vez en cuando y hacerse consciente de las propias limitaciones para marcar con ellas la hoja de ruta que nos conducirá algún día hacia un mayor conocimiento y una mejor destreza.

La humildad es la gran lección que extraigo de Twin Peaks: The Return. Aún estoy muy lejos de poder entender la fantasmagórica visión de Lynch y Frost. Me siento estúpido y analfabeto cada vez que trato de organizar mis pensamientos sobre la serie que he visto. Me siento superado, arrollado, aplastado y destruido, pero también me siento inspirado, excitado y ansioso. Tengo hambre de conocimiento, de comprensión. Quiero entender el lenguaje visual de Lynch, sus paralelismos con las artes pictóricas de las que parte y los referentes sobre los que se ha erigido su estilo. Quiero ver más allá de lo evidente y comprender las decisiones que han llevado a que el regreso de Twin Peaks sea de esta forma y no de otra. Quiero comprender lo incomprensible y asir lo intangible, nada menos. Pero aunque sepa que jamás seré capaz de hacerlo, debo al menos intentarlo. Puede llevar años, pero después de este trance necesito expandir mis horizontes como nunca antes.


Por todo lo anterior, no habrá en este blog ningún comentario ni análisis sobre Twin Peaks: The Return. Al igual que aquellos artículos que escribí hace tiempo sobre la serie original, cualquier opinión que pueda tener sobre esta obra extravagante y desmesurada dormirá en silencio hasta el día en que sienta con total sinceridad que tengo algo valioso que aportar. En caso de llegar esa día, aquello que publique no será un pedante análisis ni una pretenciosa reseña. Ya no tengo orgullo para esas cosas. Si alguna vez llega ese momento, cualquier texto que firme surgirá de la humildad, el respeto y el mayor agradecimiento posible hacia una obra tan sublime que me hace querer ser mejor de lo que soy; que me hace querer ser digno de ella.

Mientras tanto, no voy a hablar sobre Judy. No voy a hablar sobre Judy en absoluto.

[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 9): "El Guardián de Lunitari"

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Mi relectura de la saga se aproxima a paso lento pero seguro a las Crónicas de la Dragonlance, el auténtico inicio de esta serie de libros de espada y brujería. Siguiendo la en ocasiones enrevesada cronología, sólo me queda pasar por las dos trilogías de Preludios antes de abordar al fin El Retorno de los Dragones, primer volumen de las Crónicas. Si las Crónicas comienzan con la reunión del grupo de héroes tras varios años de separación, los Preludios se encargan de narrar lo sucedido durante ese intervalo de tiempo, antes de que arranque la llamada Guerra de la Lanza. Se trata, por tanto, de una serie de aventuras independientes que pretenden ahondar en algunas circunstancias que se mencionan durante las Crónicas, como por ejemplo el hecho de que Flint fue secuestrado durante una temporada por los enanos gully a los que tanto desprecia. Más allá de eso, como sucede por norma general en todas las precuelas, su trascendencia es bastante limitada y no aportan demasiado al panorama general de la saga. No obstante, eso no quiere decir que no sean libros entretenidos. Más bien al contrario, ya que exploran algunas ideas imaginativas que merecen ser comentadas. No hay mejor ejemplo de ello que la primera entrega de la serie original de Preludios, titulada El Guardián de Lunitari (Darkness & Light en su edición original), en la que nuestros protagonistas viajan nada menos que hasta una de las lunas de su mundo gracias a un artefacto volador construido por los gnomos.

Este libro firmado por Paul B. Thompson y Tonya R. Carter destaca por su considerable volumen, bastante por encima de la media de cualquier otro de la Dragonlance. Es un tocho que abarca casi quinientas páginas en total, en lo que sospecho que es la fusión de dos manuscritos diferentes. El Guardián de Lunitari transmite la sensación de tratarse de un libro completo al que se le ha adjuntado a modo de desmesurado epílogo el esbozo de lo que podría haber sido una nueva entrega situada a continuación. No es más que una percepción subjetiva por mi parte, pero desde luego la estructura del libro es algo menos convencional que la de sus compañeros de colección. El arco narrativo principal, que se centra en el viaje hasta la luna y las aventuras allí acontecidas, alcanza su conclusión natural cuando aún restan unas cien páginas hasta el final. Lo narrado en ese último tramo bien podría haber sido material para una secuela, tras ser debidamente ampliado y desarrollado, aunque aquí se emplea como una suerte de epílogo que cierra algunos cabos sueltos que quizá se habrían pulido más si hubiesen gozado de mayor espacio. Sea como fuere, sí que hay una clara conexión entre esa especie de epílogo extendido y la aventura lunar, por lo que no se percibe como un añadido artificial o como algo fuera de lugar. No se puede decir que el conjunto no sea coherente.

El Guardián de Lunitari arranca en un momento clave de la historia de la Dragonlance: la última reunión de los compañeros en la posada El Último Hogar antes de su separación, en la que prometen que volverán a encontrarse en ese mismo lugar cinco años después. Ese augurado reencuentro será el que dé inicio a las Crónicas, por lo que todo lo mostrado en los Preludios se ubica dentro del margen de esos mencionados cinco años. Durante ese intervalo, cada personaje estará sumido en sus propias tramas: Raistlin y Caramon acudirán a la Torre de la Alta Hechicería para que el joven mago pase la Prueba, Flint será nombrado rey de los gullys en contra de su voluntad, Tas volverá a su patria tras vivir una aventura con cierto mamut lanudo, Tanis afrontará una vez más los problemas derivados de su naturaleza como semielfo, Sturm volverá a su Solamnia natal a reclamar el legado de su padre y Kitiara... bueno, digamos que Kitiara empezará a hacer malas compañías. Pero todo eso será en un futuro más o menos cercano. Poco después de la reunión en El Último Hogar, Sturm y Kitiara deciden viajar juntos hacia el norte, aunque por motivos bien distintos, y ahí es justo donde empieza el argumento del libro que hoy estamos comentando.

El taciturno aprendiz de caballero desea viajar al país del que tuvo que exiliarse cuando la orden de caballería de su padre cayó en desgracia con la esperanza de hallar alguna pista sobre el destino de su progenitor. Por su parte, Kitiara quiere poner tierra por medio entre ella y Tanis tras una acalorada discusión que pone de manifiesto que el romance entre ellos estaba condenado al fracaso. Ciertos rumores indicaban que se estaban reclutando tropas en el norte, por lo que esa dirección parecía tan buena como cualquier otro para la joven mercenaria. Y ya que ambos se dirigían en la misma dirección, parecía lógico que Sturm y Kit viajasen juntos, aunque fuesen una pareja tan inusitada. De hecho, una de las constantes en El Guardián de Lunitari son los continuos choques entre ambos personajes, cuyos sistemas de creencias son prácticamente opuestos: Sturm cree en el honor y la justicia, mientras que Kit no cree en nada más que en ella misma y su beneficio personal; más importante aún, Sturm se rige por los principios caballerescos de bondad, servicio y entrega, mientras que la mercenaria es despiadada, egoísta y ansía el poder por encima de todo. Por si esto fuera poco, ambos tienen que lidiar también con su bagaje previo, que no es precisamente ligero. En el caso de Kit, pesa mucho su fallida relación con Tanis, a quien nunca dejará de amar y a quien nunca será capaz de olvidar ni perdonar. En el caso de Sturm, la carga proviene del exilio de su familia y la deshonra caída sobre la orden de caballería a la que admira. Los dos personajes comparten también la ausencia de la figura paternal de la que se vieron privados demasiado pronto por azares del destino, aunque la hayan afrontado de maneras distintas: Sturm ha idealizado a su padre y aspira a seguir sus pasos, pero Kit ya ha superado la sombra de su progenitor y la ha dejado atrás, en el pasado.

Todo lo anterior constituye un interesante caldo de cultivo que convierte la elección de protagonistas para esta historia en un acierto. De forma constante pero sutil, los diversos acercamientos y alejamientos de Sturm y Kitiara irán mostrando que algo se cuece entre ellos. No en vano futuros libros nos hablarán del embarazo de Kit tras este viaje al norte y del bebé que nacerá a continuación, aunque esta circunstancia no se aborde en El Guardían de Lunitari. Tengamos en cuenta que este libro se publicó en 1989, en una época en la que la Dragonlance aún estaba iniciando su expansión, pero ya deja intuir algunas semillas que posteriores autores explotarán más adelante. Para aquellos que estamos interesados tanto en las relaciones entre los personajes como en las imposibles aventuras en las que se adentran, aquí podemos disfrutar de la constante tensión dramática entre Sturm y Kit, que permanecen en la difusa frontera entre el amor y el odio durante buena parte de la trama. El suyo es un romance poco convencional, empezando por el hecho de que ni siquiera debería ser calificado como tal. Hay atracción y afecto, sí, pero también mucha bilis, mucho resentimiento y bastantes deseos de escapar de la mordedura de una doloroso pasado y de un incierto futuro abrazando lo que es a todas luces un deseo imposible. Se trata de un ejemplo bastante acertado de la complejidad de las relaciones humanas, que muchas veces se ubican en el terreno gris de la ambivalencia y permiten que una misma persona despierte al mismo tiempo sentimientos de amor y de odio, de afecto y de desprecio, de admiración y de rechazo.


Dejando a un lado los jugosos dramas entre Sturm y Kitiara, en esta ocasión la aventura les lleva hasta un lugar inusitado: una de las tres lunas que orbitan el mundo de Krynn, más concretamente Lunitari, la luna roja. Para alcanzar semejante lugar cuentan con la participación de quienes son para mí las auténticas estrellas del libro, así como los personajes más divertidos y memorables. Se trata de un grupo de gnomos que han construido una embarcación voladora apodada El Señor de las Nubes. En este punto es necesario comentar las peculiaridades de los miembros de esta raza dentro del universo de la Dragonlance, ya que son algo distintos a sus contrapartidas en Dragones y Mazmorras. Los gnomos de esta saga destacan tanto por su imparable creatividad como por su total ausencia de sentido común, lo que los convierte en unos seres despistados e inconscientes con tendencia a provocar toda clase de accidentes y percances. Son criaturas que han renunciado a toda clase de magia y viven para la ciencia, siendo la hidrodinámica su santo grial ("¡Hidrodinámica!" es de hecho su mayor juramento, equivalente a "¡Dios mío!"). Se trata por tanto de una raza de ingenieros e inventores, aunque con demasiada frecuencia su imaginación desmesurada les impide crear artefactos útiles o prácticos. Así, las máquinas gnomas tienen unas preocupantes probabilidades de estallar o de dañar a sus usuarios y, si funcionan de forma correcta, es más por mero azar que por la maestría de sus creadores. Los gnomos son, además, unos hombrecillos impulsivos e infantiles, que recuerdan a unos niños inquietos e hiperactivos que no albergan preocupación alguna por las consecuencias de sus actos... pero aún así son capaces de enzarzarse en interminables discusiones acerca de los datos más insignificantes o las mediciones más inútiles. Digamos que el pragmatismo no es su fuerte, aunque sean trabajadores incansables. Teniendo en cuenta lo anterior, no cabe duda de que su presencia siempre es fuente de carcajadas y de momentos dignos de ser recordados.

En esta ocasión, nuestros dos protagonistas han recorrido una pequeña parte de su viaje hasta el norte y se han dado cuenta de que algo siniestro se avecina, con tropas de seres con aspecto de reptil (claramente draconianos) asaltando pueblos y el odio hacia los no humanos creciendo por todas partes, cuando se cruzan con el grupo de gnomos de El Señor de las Nubes y se unen a su expedición. Al principio desconfían de la nave voladora, pero tras emprender el vuelo acaban maravillados por el ingenio mecánico y se hacen amigos de sus tripulantes. Puesto que el grupo de gnomos es numeroso, los autores recurren a un recurso tan viejo como efectivo para que todos sean reconocibles y fáciles de recordar: otorgarles a cada uno un nombre relacionado con sus tareas dentro del navío o con un rasgo personal fácil de distinguir. De esta forma, tenemos a Tartajo (el tartamudo líder del grupo), Trinos (el mecánico y responsable del motor del barco, que se comunica usando un idioma propio a base de silbidos), Alerón (el piloto de El Señor de las Nubes), Argos (el astrónomo y navegante), Chispa (el encargado de recolectar los rayos que alimentan el motor de la embarcación), Crisol (el metalúrgico y experto en química), Carcoma (el carpintero), Pluvio (el encargado de pronosticar el clima), Bramante (el cordelero experto en toda clase de cuerdas, cables y tejidos) y el pequeño Remiendos (el más joven de todos los gnomos, ayudante y aprendiz de Bramante).

Como se puede intuir, se trata de un grupo cómico y variado cuyas interacciones siempre son todo un divertimento; no sólo las interacciones entre ellos, sino también las que comparten con Sturm y Kit. Al principio los dos aventureros tardan en aceptar la compañía de los gnomos y sus llamativas manías, pero luego acaban cogiéndoles cierto cariño. Lo mismo puede aplicarse al lector, de ahí uno de los grandes peligros de este volumen: las precuelas tienen tendencia a introducir nuevos personajes que mueren a lo largo de la trama para que no interfieran con la cronología ya establecida, por lo que es posible que no todos los gnomos de esta historia regresen de su viaje a Lunitari. Es todo lo que puedo decir las respecto por motivos obvios.

Respecto al viaje hasta el astro en cuestión, es inevitable que la peripecia recuerde a Spelljammer. Para aquellos que no proceden del entorno de Dragones y Mazmorras, conviene apuntar que Spellhammer era un escenario de campaña en el que naves voladoras similares a barcos o galeones surcaban el espacio exterior y viajaban entre mundos. Aunque mucho más enfocado a la vertiente mágica que a la científica, los módulos de Spelljammer tenían en cuenta aspectos tales como que cada navío contaba con su propio campo gravitatorio y con su propia atmósfera, haciendo posible la "navegación" en el vacío. De forma similar, El Señor de las Nubes de nuestros protagonistas gnomos presta atención a ciertos detalles científicos que le otorgan algo de verosimilitud pese a su naturaleza imposible. Por ejemplo, el motor del barco volador funciona gracias a la energía eléctrica de los rayos que los gnomos "recolectan" durante una tormenta y el propio navío se sustenta gracias a un globo de "gas etéreo" más ligero que el aire. Estos detalles le dan sabor a la historia y la mantienen en ese espacio entre la realidad y la fantasía en el que todo es posible. Algunas de las secuencias más logradas del libro se ubican durante el viaje hasta la luna roja y en ellas se combinan esos pequeñas notas de realismo con la sugerente fantasía de navegar a través del vacío del espacio. A destacar la manera en la que los autores saben transmitir la noción de que la distancia recorrida es enorme y los momentos en los que cambia bruscamente el marco de referencia al entrar la nave en la zona de influencia de la gravedad del otro cuerpo celeste (se podría mencionar ese momento desconcertante en el que El Señor de las Nubes pasar en un instante de "ascender" hacia Lunitari a "descender" hacia el satélite). En definitiva, para tratarse de un libro de fantasía juvenil sabe recurrir a la perspectiva científica de vez en cuando, lo cual es lo menos que se puede esperar habiendo gnomos implicados.

Hay que aclarar, no obstante, que el viaje hasta la luna roja no es voluntario sino que se produce por accidente. Una inocente imprudencia de uno de los tripulantes gnomos estropea el motor y deja las alas de la nave fijadas en posición de ascenso, lo que unido a la autonomía de un motor recién recargado hace que la embarcación ascienda sin cesar hasta estrellarse en Lunitari. Para Sturm y Kit el viaje se convierte entonces en una cuestión de supervivencia, dadas las escasas posibilidades de reparar la nave y regresar. Para los gnomos, en cambio, es la oportunidad de explorar y catalogar nuevos hallazgos científicos. De esta manera, el tono de la historia oscila entre la despreocupación que transmiten los gnomos y la severidad que contagian los dos aventureros que se saben fuera de su elemento. Poco a poco, el sentido de la maravilla va dejando paso a la preocupación y a la opresión de un ambiente yermo y hostil... aunque sorprendentemente no deshabitado. En efecto, hay seres vivos en Lunitari y tienen sus propios intereses respecto a la accidentada expedición. Entre ellos están el autoproclamado rey Rapaldo I, otro náufrago como ellos que ha enloquecido tras años de aislamiento, y Cupelix, de quien procede el título de esta historia. Cupelix, el Guardián de las Nuevas Vidas, es un dragón cobrizo al que se le ha encargado la misión de custodiar los huevos de los dragones metálicos del Bien, exiliados de Krynn cientos de años atrás para asegurar el equilibrio después de la derrota de los dragones cromáticos del Mal. Locuaz, sibilino y ambiguo, el personaje del gigantesco reptil da mucho juego a lo largo de la narración, ya que sus intenciones son cuanto menos sospechosas.

La propia Lunitari es un lugar extraño y hostil, en el que la mera presencia de los dragones durmientes dentro de sus huevos insufla magia al ambiente y genera fenómenos extraños. Tantos los gnomos como Kitiara y Sturm llegan a desarrollar inesperados talentos sobrenaturales que, pese a resultar útiles al principio, acaban convirtiéndose en poderosos inconvenientes. Escapar de la luna roja se convierte entonces en un imperativo, aunque dicho objetivo no será nada fácil. Obviamente, sabemos que Sturm y Kit tienen que estar de vuelta en Krynn para participar en las Crónicas, así que en ningún momento el lector llega a dudar de su regreso. Lo importante aquí es el modo en que dicho regreso se produce y las pérdidas que se deben asumir para materializarlo. ¿He comentado ya que es posible que no todos los gnomos lleguen al final de la historia?

El final de la aventura lunar es un tanto anticlimático, pero personalmente me parece bastante apropiado. Tengo cierta predilección por las conclusiones agridulces y esta lo es en cierta medida. No todas las aventuras tienen por qué acabar con pompa y boato, sobre todo si no se consigue mayor beneficio de ellas que unos cuantos recuerdos tras haber sobrevivido a duras penas. El primer viaje de El Señor de las Nubes es tanto un éxito como un fracaso, pues aunque el navío llega hasta el lejano satélite (¡algo inaudito que un invento gnomo cumpla su función a la primera!) no trae ninguna prueba que lo demuestre a su regreso. Las andanzas del grupo en Lunitari tienen pocas consecuencias y, si bien puede considerarse exitoso que consigan regresar con vida, el coste de la aventura es muy elevado; por no mencionar que la importante misión en la que se embarcan los personajes junto a Cupelix es infructuosa al final. Pese a todo, el final me parece bien resuelto, además de resultar sugerente y dejar la puerta abierta a futuras aventuras. Los gnomos prometen embarcarse en la construcción de El Señor de las Nubes Fase Dos, después de todo, aunque esa será una historia que tendremos que imaginarnos nosotros, los lectores.

Lo raro del libro llega en su parte final, concluida la trama en la luna roja. Como ya apuntaba antes, los últimos capítulos siguen las andanzas en solitario de Sturm en tierras de Solamnia y bien podrían haber constituido un libro distinto si se hubiesen extendido un poco más. Conectando con las extrañas visiones mágicas que experimenta el aprendiz de caballero en Lunitari, esta pequeña trama sirve para despejar algunas dudas sobre el destino de su padre. Aunque no llega a desvelarse por completo (sería estúpido revelar por completo uno de los secretos más sugerentes de la saga), Sturm es capaz de seguir los pasos de su progenitor hasta las ruinas del castillo de su familia, donde se hará con la espada y la armadura de su padre; las mismas que lucirá al empezar las Crónicas de la Dragonlance. Pero para obtenerlas antes tendrá que enfrentarse a un siniestro personaje llamado Merinsaard que está reuniendo un ejército en el norte y que parece ser un prototipo de lo que en las Crónicas serán los Señores de los Dragones, los generales del ejército de la Reina de la Oscuridad. Se trata de una aventura breve, con algunos momentos curiosos (como ese en el que Sturm viaja junto a unos ganaderos y toma bajo su protección a Tervy, una joven salvaje de una tribu de cuatreros que me hubiese gustado ver desarrollada con más detenimiento) y un final más que decente en el que Kitiara tiene una última sorpresa que ofrecer.

En definitiva, El Guardián de Lunitari es otro de esos libros de la Dragonlance que se devoran con fruición y mantienen el interés hasta el final. Toda la parte en la que están implicados los gnomos es una gozada y esa especie de epílogo extendido, aunque de estructura poco convencional, funciona adecuadamente como cierre. Hay algunos aspectos que me parecen poco acertados, como el hecho de que aparezcan dragones y draconianos en una historia ambientada antes de su gran revelación en las Crónicas, pero esto entra dentro de mis pequeñas críticas habituales a las precuelas de la saga. En general se trata de un volumen entretenido y competente, además de una de las precuelas más memorables... aunque sólo sea por el hecho de que los personajes no viajan todos los días hasta una luna. Y continuando con las precuelas, en la siguiente entrega de los Preludios de la Dragonlance toca cambiar a los gnomos por kenders. El próximo libro que comentaré en este repaso será El País de los Kenders, un volumen protagonizado por el inefable Tasslehoff y por su tío favorito: el célebre Tío Saltatrampras, toda una leyenda entre los kenders de Krynn y un personaje digno de ser descubierto.

[Cómic] "Venus", un interesante y poco conocido cómic de ciencia ficción

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El planeta Marte siempre ha encandilado nuestra imaginación. Recientemente hemos pasado por una época en la que nuestro mundo vecino volvía a estar en boca de todos, ya fuese por los datos enviados por la Curiosity desde el propio planeta rojo, por el estreno de la película The Martian (Ridley Scott, 2015) o por la extraña serie de "ficción documental" de National Geographic Channel titulada Mars (que ya comenté en este blog hace algún tiempo). Sin embargo, este moda marciana dista mucho de ser nueva. Basta con retroceder un poco más para encontrarnos con películas como Planeta Rojo (Antony Hoffman, 2000), Misión a Marte (Brian de Palma, 2000) o incluso Desafío Total (Paul Verhoeven, 1990). Si recurrimos a la literatura nos vendrán con rapidez a la memoria las novelas pulp de John Carter de Marte escritas por Edgar Rice Burroughs a principios del siglo XX. De una forma o de otra, la idea de viajar a Marte es casi tan vieja como el propio género de la ciencia ficción. En cambio, viajar a nuestro otro planeta vecino, Venus, es un concepto mucho menos popular... y con razón. Si Marte es el entorno más hostil concebible para enviar a un grupo de exploradores, Venus es lo más cercano al infierno que te puedas imaginar: la temperatura en su superficie es lo bastante elevada como para fundir el plomo y la lluvia que desprenden sus nubes está compuesta por ácido sulfúrico. Se trata, en definitiva, de una trampa mortal. Habría que ser muy insensato o muy osado para tratar de colonizar semejante lugar.


Pues bien, Venus es una miniserie de cuatro números publicada por BOOM! Studios a principios del año pasado (recopilada en tomo poco después) y narra la primera misión al planeta homónimo en un futuro cercano. Aunque a mi parecer tiene ciertos puntos comunes con el Mars de National Geographic Channel, la cierto es que nos encontramos ante una historia de ciencia ficción convencional, en la que la divulgación queda en segundo plano ante la ficción. Si bien es cierto que la historia trata de ajustarse a lo que la ciencia nos dice sobre la superficie del planeta en cuestión, ciertas concesiones (siendo la más destacada la presencia de cyborgs) la alejan de la ficción científica y de la vertiente más dura de la ciencia ficción. Esto no es negativo ni mucho menos, pero me parece importante abordar este cómic como un entretenimiento ligero y no como una sesuda propuesta de cómo debería llevarse a cabo una misión a Venus. Tengamos en cuenta que el objetivo último de la obra que estamos comentando es entretener con una historia ficticia más o menos verosímil, no ofrecer un tratado sobre supervivencia en la superficie venusiana.

Me temo que el equipo creativo de Venus no es muy conocido. Los guiones son de Rick Loverd, el dibujo de Huang Danlan y el color de Colin Bell, todos ellos nombres poco prolíficos en este medio. Este es el segundo trabajo del guionista tras Berserker, una serie para Top Cow Productions conocida por estar avalada por Milo Ventimiglia (el actor que interpretaba a Peter Petrelli en Heroes). Por su parte, el dibujante ha participado en otros cómics de BOOM! Studios como The Expanse Origins (un producto derivado de la serie de televisión del mismo nombre que adapta a su vez las novelas de James S. A. Corey) y un anual de Power Rangers. En cambio, las portadas son obra de W. Scott Forbes, un ilustrador que ha trabajado para casi todas las editoriales principales, incluyendo Marvel y DC. Entre las muchas portadas que ha realizado para las dos grandes podríamos destacar las que elaboró para Green Arrow y Spiderwoman. Dentro de BOOM! Studios también ha sido portadista de Cloaks y Effigy.

El apartado gráfico de estos cuatro números dista de ser excepcional, pero desde luego se puede considerar solvente. Su estilo minimalista es muy apropiado para capturar la estética propia del futuro cercano y la caracterización visual de los personajes es bastante sólida. Los fondos me parecen algo descuidados en ciertas páginas, pero el colorista logra salvarlos en la mayoría de ocasiones. Por otro lado, las composiciones de página siguen una estructura convencional que favorece una lectura rápida y clara, lo que hace que éste sea un cómic apropiado para lectores jóvenes o poco habituados al medio. No obstante, habría que tener en cuenta que la carga de violencia de algunas escenas puede resultar bastante turbadora para según qué lectores.


Pero pasemos ya a comentar el argumento, donde encontraremos algunas de las ideas más interesantes de esta obra. La historia nos sitúa en el año 2150, en un período en el que el agotamiento de los recursos naturales terrestres ha impulsado una nueva Guerra Fría entre las dos grandes potencias mundiales: Estados Unidos y China (que ha crecido hasta convertirse en la Alianza Pan-Pacífica). En ese marco, la Alianza Pan-Pacífica fue la primera en expandirse más allá de las fronteras planetarias, construyendo las primeras colonias mineras en Marte y reclamando el planeta rojo para sí. Eso llevó a los americanos a centrar su atención en Venus pese a las obvias dificultades que conllevaba establecer una colonia en un planeta en el que cualquier máquina quedaba reducida a escoria a las pocas horas de aterrizar. De esta forma, la NASA lanza una misión que combina tripulación civil y tripulación militar a fin de establecer una base desde la que afrontar a largo plazo la futura terraformación del entorno venusiano. Dicha nave, llamada Mayflower al igual que el barco que transportó a los primeros peregrinos hasta lo que más tarde sería Estados Unidos, sufre un accidente en el momento de iniciar su descenso al planeta. Con su capitán entre las primeras bajas, el resto de la tripulación tendrá que hacer lo posible por aterrizar de una pieza y sobrevivir con sus recursos mermados en un planeta continuamente empeñado en acabar con ellos.

Aunque la tripulación es extensa, el foco está centrado sobre unos pocos personajes. La primera protagonista es la Comandante Pauline Manashe, piloto civil obligada a tomar el rol del capitán fallecido en el accidente. Se trata de una veterana que carga con sus propias tragedias personales y que se alistó a la misión como una forma de huir de su pasado, lo cual puede resultar algo tópico pero no por ello menos interesante. En segundo lugar tenemos a la ingeniera militar Alejandra Reyes, una cyborg que ha sustituido gran parte de su cuerpo por implantes tecnológicos, de tal forma que incluso es capaz de sobrevivir en el exterior del planeta sin traje de protección. Reyes es reticente a dejar la misión en manos de una civil y mantiene cierta rivalidad con la Capitana Manashe. El siguiente personaje destacado es el Doctor Chad Park, el bromista y descarado botánico del grupo, además del único confidente de la capitana. Finalmente, tenemos al Sargento Tim Thorne, uno de los pocos militares que forman parte de la misión que apoya a la Capitana Manashe, ya que se siente claramente atraído hacia ella.

Salta a la vista el intento de los autores por presentar a un elenco diverso y multicultural, en la línea de clásicos del género como Star Trek. Las historias de ciencia ficción en las que una mujer desempeña el principal rol protagonista no son tan comunes como deberían, por lo que el hecho de tener a una capitana como protagonista de este cómic es un detalle muy agradable. Es más, los dos roles principales recaen sobre personajes femeninos, ya que Alejandra Reyes es el otro eje de la historia, al principio como posible antagonista y más adelante como reticente aliada.

La Capitana Pauline Manashe.

La ingeniera cyborg Alejandra Reyes.

Aún así, la Capitana Manashe es la auténtica estrella de esta historia. Después de todo, sus decisiones son las que determinan en última instancia que su tripulación sobreviva a las hostilidades del exótico planeta o acabe pereciendo. El primer número arranca en plena acción, con la Mayflower descendiendo hacia Venus fuera de control y con nuestra protagonista tratando de salvar la nave a toda costa. Tras el accidentado aterrizaje las cosas no dejan de complicarse, con los subsiguientes peligros del viaje hasta una base que no está preparada para sustentar a sus habitantes y las tensiones crecientes entre la tripulación civil y militar. Y, por si todo lo anterior fuera poco, el descubrimiento de que el accidente de la Mayflower pueda ser en realidad un acto de sabotaje introduce una inquietante posibilidad. ¿Es posible que haya un saboteador entre los tripulantes? De ser así, ¿intentará acabar de nuevo con la misión?

Alternando momentos de acción en los que las vidas de los personajes están en juego con escenas más relajadas en las que se ahonda en la caracterización de los mismos, los autores consiguen construir una historia con buen ritmo que mantiene al lector interesado hasta la última página. El final de la historia es, de hecho, bastante inteligente y plantea algunas cuestiones atractivas. Si bien es cierto que la identidad del saboteador es un misterio fácil de deducir, el giro de la última página es bastante más difícil de anticipar.

Todo esto hace que Venus sea una lectura de lo más agradable. Puede que no sea un cómic excepcional, pero no tengo problema en considerarlo un ejemplo notable de historia de ciencia ficción bien orquestada. Si te apetece leer un cómic de este género que se aproxime más a la realidad que nos presenta la ciencia que a la fantasía plagada de alienígenas y viajes más rápidos que la luz, se trata de una estupenda opción. Venus cuenta con todos los elementos imprescindibles en las historias de pioneros y exploradores enfrentados a lo desconocido, manteniendo los pies en la tierra y sin hacer demasiadas concesiones a la ciencia ficción más especulativa. Se podría decir que ofrece una historia bastante verosímil, quizá incluso plausible, aunque no deja de ser producto de la imaginación de sus artífices. Con el mercado del cómic americano tan saturado con los coloridos excesos de los superhéroes, encontrarse con un cómic de ciencia ficción como éste es una experiencia refrescante.


Por desgracia, de momento Venus no cuenta con edición en castellano, aunque la edición original americana puede encontrarse con facilidad en tiendas digitales como Comixology. Merece la pena echar un vistazo de vez en cuando a las miniseries que va publicando BOOM! Studios en esa plataforma, ya que sin hacer mucho ruido la pequeña editorial está lanzando cómics muy interesantes que suelen pasar desapercibidos entre la marabunta de novedades de Marvel y DC. Venus no es el único cómic de ciencia ficción que ha publicado recientemente y sospecho que tampoco es la única joya escondida en su catálogo.

[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 10): "El país de los kenders"

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La segunda entrega de esta primera trilogía de Preludios de la Dragonlance tiene como personaje central a Tasslehoff Burfoot, el inefable kender, y eso conlleva ciertas expectativas. El lector habitual de la saga espera que un libro protagonizado por su personaje más divertido y dinámico sea un carrusel de aventuras disparatadas y bromas ocurrentes, pero por desgracia el humor no es el punto fuerte de El país de los kenders (titulado Kendermore en su edición original). Quizá esto se deba en gran parte a que su sentido del humor ha envejecido bastante mal, como comentaré más adelante, pero eso no lo convierte en un mal libro. Más bien al contrario, ya que se trata de una entrega bastante sólida firmada por una autora de demostrada solvencia tanto en la narrativa fantástica en general como en la Dragonlance en particular. Creo que el problema no está en la narrativa en sí, sino en el tono del relato. Oscilando entre una comedia que ya no resulta especialmente graciosa y la típica aventura épica tan frecuente en este género, el tono de esta historia acaba situándose en una peligrosa tierra de nadie en la que todo resulta algo anodino. En efecto, ni las bromas ni los segmentos de acción logran destacar de forma notable. Nos encontramos, por tanto, ante uno de esos libros que entraría sin problemas dentro de la categoría que solemos denominar "del montón": aquellos que no son especialmente malos... pero tampoco especialmente buenos.

Lo curioso es que, por su planteamiento inicial y por los elementos que forman parte de su trama, El País de los Kenders tenía potencial más que suficiente para haberse convertido en una obra destacada dentro de su saga. Quizá su autora, Mary Kirchoff (responsable de El incorregible Tas, un volumen ya reseñado en esta serie de entradas, así como de otros libros de la Dragonlance aún por reseñar como Flint, rey de los gullys o El ala negra), estaba algo verde en el momento de abordar su escritura o quizá los editores fuesen algo laxos con su manuscrito cuando aún necesitaba algo más de pulido. Hablamos de un libro de fantasía juvenil publicado en 1989, después de todo, por lo que no me sorprendería descubrir que su supervisión editorial fue más bien escasa. Ciertos detalles de la obra me hacen creerlo, ya que contiene algunas inconsistencias con la propia mitología de la Dragonlance que un editor cuidadoso no habría pasado por alto. Por ejemplo, uno de los personajes que tiene cierta relevancia en el argumento se describe como semiorco en varias ocasiones, aunque no existen los orcos en Krynn, el mundo de la Dragonlance (existen los goblins y los ogros, entre otras muchas razas de seres malignos, pero no los orcos). Insisto una vez más en que no me parece un mal libro, pero con sus mimbres se podría haber armado una propuesta mucho más estimulante.

El País de los Kenders arranca poco después de la despedida de los compañeros en la posada El Último Hogar. Kitiara y Sturm se han marchado para vivir su aventura lunar (tal y como vimos en el comentario de El guardián de Lunitari), mientras que los gemelos Raistlin y Caramon han tomado el camino que les llevará hasta la Torre de la Alta Hechicería, donde se celebrará la Prueba que determinará el rumbo de sus vidas durante los años siguientes. En la idílica ciudad de Solace sólo quedan Tanis, Flint y Tasslehoff, algo más reticentes a ponerse en marcha. Sin embargo, al igual que sus amigos, tienen sus propios motivos para lanzarse a la aventura y pronto abandonarán las comodidades de su residencia para recorrer el mundo. Tas baraja la posibilidad de regresar a su tierra natal de Kendermore para visitar a su familia, de la que no sabe nada desde que entró en el periodo de "ansia viajera" que afecta a todos los kenders y los lleva a dispersarse por los caminos, pero no le gusta la idea de separarse del gruñón Flint. El enano, en cambio, no tendría problema alguno en perder de vista al kender hasta el prometido momento del reencuentro cinco años después en esa misma posada.

No obstante, nuestro protagonista se va a ver obligado a abandonar Solace antes de lo previsto. La aparición de una extravagante enana llamada Gisella, que ha sido contratada para llevar a Tas de vuelta a Kendermore, desvela que el joven kender está siendo reclamado en su ciudad por haberse saltado su compromiso de matrimonio, establecido por su familia cuando él no era más que un niño. Para asegurar su regreso, su tío favorito, Tío Saltatrampas, ha sido encarcelado en Kendermore y sólo será liberado cuando Tas aparezca para contraer matrimonio. De esta forma, Tasslehoff comienza su viaje hacia el país de los kenders que menciona el título, escoltado por Gisella y por el joven asistente de la enana, un muchacho humano llamado Woodrow. Para ganar tiempo, el grupo decide tomar un atajo siguiendo uno de los muchos mapas de Tas... sin tener en cuenta que se trata de un mapa anterior al Cataclismo que modificó la superficie de Krynn varios siglos atrás. Por tanto, se encontrarán con obstáculos inesperados, tales como un océano que no debería estar ahí.

Paralelamente, las cosas empiezan a complicarse en Kendermore. La prometida de Tas, cansada de esperar, ha abandonado la ciudad y como consecuencia el matrimonio se ha suspendido, aunque Tas aún no ha sido informado de tal circunstancia. Por su parte, Tío Saltatrampas ha salido de su confinamiento y se ha encontrado con un timador de poca monta llamado Phineas, uno de los pocos humanos que viven entre los kenders. Phineas descubre que Saltatrampas dispone de un fragmento de un viejo mapa del tesoro, pero la mitad en la que se indica la localización exacta está en poder de su sobrino. Para asegurar el regreso de Tasslehoff con el fin de apoderarse de la otra porción del mapa, Phineas propone a Saltatrampas que abandonen Kendermore para buscar a la prometida de Tas. De esta forma, la boda podrá celebrarse, Tas acudirá y él podrá descubrir dónde se encuentra el tesoro. Sin que ellos lo sepan, un mercenario llamado Denzil (el imposible semiorco antes mencionado) también ha descubierto la existencia del mapa y se dirige al encuentro con Tas por su cuenta.


Así se pone en marcha una historia de enredos, malentendidos y desventuras que por desgracia no es tan hilarante como parece. El tipo de humor que propone el libro se basa en parte en la desgracia ajena, es decir, hablamos de un tipo de humor construido a costa de los personajes. Las bromas y chanzas se hacen en especial a costa de la desgracia de Phineas, que no tiene ni idea del lío en el que se está metiendo. Pese a que sabemos que se trata de un timador y un caradura, el pobre lo pasa tan mal que acaba dando más pena que risa. Quiero ver en esto un lección sobre las consecuencias de la avaricia, pero no estoy seguro de que el libro pretenda transmitirla.

Por otro lado, otra de las fuentes de humor es la desinhibida sexualidad del personaje de Gisella; sin duda el punto que peor ha envejecido del conjunto. Aunque presentar a un personaje femenino que vive su sexualidad sin tabúes ni complejos no es nada nuevo en la Dragonlance (Kitiara sería el ejemplo más claro), la forma en la que se lleva a cabo en estas páginas no me parece la más apropiada. Las insinuaciones de la extravagante enana despiden cierto tufillo machista que seguramente me pasó desapercibido cuando compré este libro veinte años atrás, pero que hoy en día me resultan poco apropiadas. Quisiera aclarar que la broma no reside en el hecho de que Gisella sea muy activa sexualmente, lo cual no tiene nada de malo, sino en su raza. Que una enana vaya por ahí tirándole los trastos al resto de personajes, causándoles gran incomodidad en el proceso, es lo que aquí se presenta como algo divertido. En mi caso, este recurso, más que resultarme gracioso, me hace sentir cierta incomodidad. Hace veinte años seguro que me resultaba hilarante, pero a día de hoy no. En otra ocasión hablaremos sobre la perpetuación de estereotipos sexistas poco respetuosos, ya que es un tema que se escapa de los objetivos de esta entrada.

Lo que es cierto es que hubiese preferido un humor de situación, provocado por las acciones de los personajes y por sus peripecias, en lugar del que propone la autora a base de machacar a Phineas y humillar a Gisella (o hacer que Gisella humille a otros personajes). Ni siquiera el vistazo que se ofrece a la sociedad de los kenders llega a resultar tan divertido como debería, pues Kendermore se describe como un lugar totalmente caótico e incluso hostil. Puede que los kenders sean unos hombrecillos impulsivos y caprichosos con una marcada tendencia a apoderarse de las posesiones ajenas, pero no creo que puedan llegar a resultar hostiles. Caóticos y alocados sí, pero no hostiles: los kenders no conciben la idea del Mal ni actúan movidos por el deseo de dañar a otros. Por eso me cuesta aceptar la descripción que se ofrece aquí de Kendermore, donde sus habitantes tienen bastante mala baba y son más violentos de lo que se espera de un miembro de su raza. De hecho, en lugar de parecerme hilarante, la parte de la narración situada en la ciudad de los kenders me resulta incluso un tanto estresante.

Sin embargo, aunque su vertiente humorística quede algo floja, el libro ofrece algunas ideas interesantes. Quisiera destacar el episodio de los gnomos por el uso tan original e infrecuente que se hace de estos personajillos. Los gnomos de la Dragonlance son conocidos tanto por su interés en materias científicas como por su torpeza a la hora de ponerlas en práctica, por lo que con frecuencia se utilizan como recursos cómicos para darle vidilla al argumento. Dado que por lo general son criaturas afables y bonachonas rara vez se emplean como villanos o antagonistas, pero eso es más o menos lo que nos encontramos en este libro, donde unos hermanos gnomos están tratando de elaborar una colección completa con ejemplares disecados de todas las especies de Krynn, desde mariposas hasta humanos y kenders. Obviamente, Tas será candidato a convertirse en espécimen de la colección en un momento dado, durante un par de capítulos que también sirven para realizar los guiños de rigor que no pueden faltar en ningún libro de la saga. A lo largo de los muchos volúmenes de la Dragonlance, Tasslehoff menciona con frecuencia una aventura en la que montó en un carrusel que cobró vida propia y le llevó por los aires. También son habituales sus referencias al momento en el que conoció al último ejemplar de mamut lanudo, con quien entabló amistad. Pues bien, esa aventura del carrusel y el mamut es la que se desarrolla aquí durante el incidente de los gnomos. Se trata de una aventura poco convencional, pero muy curiosa.

Un mérito que se le puede conceder al trabajo de la autora en este volumen es su capacidad para descolocar al lector. Si bien el principio es bastante predecible y manido hasta cierto punto, la conclusión de la historia nos lleva por derroteros inesperados. La estructura de El país de los kenders se compone de dos narraciones que avanzan de forma paralela (las de Tas, Gisella y Woodrow por un lado y la de Phineas y Saltatrampas por otro), pero ambas tramas se entrelazan hacia el final con abundantes dosis de surrealismo. No en vano, en los últimos capítulos nos encontramos a un grupo de kenders obesos que viven en una ciudad mágica cuyas calles y edificios están hechas de dulces. Irónicamente, la incursión en dicha ciudad pone en peligro la totalidad de Krynn al ofrecerle a Takhisis, la Reina de la Oscuridad, una oportunidad para acceder al plano material. Para sorpresa del lector, la maligna diosa acaba estando relacionada con las andanzas de Tas en esta historia, lo cual era algo casi imposible de prever. Puede que este sea uno de los puntos fuertes del libro, que guarda sus mejores cartas para el final.

Por todo lo mencionado, el balance global queda equilibrado entre los aspectos negativos y los positivos. Las originales sorpresas del último tercio compensan el tono fallido y las bromas que no resultan graciosas, haciendo que merezca la pena llegar hasta el final. Es más, aunque mi principal queja radica en que el sentido del humor de El país de los kenders no es tan divertido como debería, el libro se cierra con una broma estupenda que se había ido construyendo con lentitud casi desde el mismísimo principio. Hay bastantes aspectos criticables, tales como la actuación casi fuera de personaje de Flint y Tanis cuando descubren el forzado compromiso de matrimonio de Tas, el uso que se hace de la sexualidad de Gisella o la imagen poco halagüeña que se ofrece de Kendermore, pero quedan anulados por los aciertos del tramo final del libro. Me resisto a considerar que el balance final es positivo, eso sí, pero no tengo problema en considerarlo al menos neutro. Es un libro del montón, como decía al principio, ni especialmente malo ni especialmente bueno. Los aficionados a la saga lo encontrarán interesante por la presencia de Saltatrampas, el excéntrico tío de Tasslehoff y toda una figura mítica dentro del folclore de los kenders, pero los que busquen una historia verdaderamente graciosa y entretenida con Tas como protagonista harán mejor en echarle un vistazo a El incorregible Tas.

El siguiente libro a comentar, con el que se cierra la primera trilogía de Preludios, se titula Los hermanos Majere y está centrado en Raistlin y Caramon. Quizá sea la mejor entrega de la trilogía o, al menos, aquella de la que guardo mejor recuerdo. En la próxima entrada veremos si la relectura confirma lo que indica mi memoria.

[Literatura] Revisitando la Dragonlance (Parte 11): "Los hermanos Majere"

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La primera trilogía de Preludios de la Dragonlance se cierra con una tercera entrega protagonizada por dos de los personajes más populares de la saga: los gemelos Raistlin y Caramon Majere. No obstante, la popularidad del primero siempre ha eclipsado a la del segundo, hasta el punto de que para muchos lectores de espada y brujería la Dragonlance no tiene sentido sin Raistlin. Incluso ahora, con la perspectiva que ofrece el paso de los años, sigo entendiendo y compartiendo la fascinación por el taimado y ambicioso hechicero. Se trata de uno de los personajes más ambiguos y complejos de la literatura fantástica de finales de los ochenta y principios de los noventa, por lo que repasar cualquiera de los libros centrados en él siempre es una agradable experiencia. No todas las entregas de la Dragonlance han envejecido igual de bien, pero la presencia de Raistlin suele ser una constante entre las que aún hoy resultan refrescantes y memorables. Los hermanos Majere, tercer y último volumen de la primera trilogía de Preludios, es una de esas lecturas amenas y satisfactorias en las que el mago tiene un papel destacado.

Publicado originalmente en 1990, este libro se edificó sobre buena parte de la mitología construida alrededor de Raistlin en las Crónicas y las Leyendas de la Dragonlance, pese a que cronológicamente narra acontecimientos anteriores. Al contrario que otras precuelas de la saga, con frecuencia algo laxas respecto a la cronología, Los hermanos Majere (Brothers Majere en el original) utiliza las referencias como algo más que meros guiños para los aficionados a la franquicia. En este caso, las emplea para reforzar las motivaciones que caracterizan a sus personajes, de forma que la narración acaba adquiriendo mayor coherencia y solidez. La caracterización de Raistlin en este libro es impecable, además de fiel a la visión que ofrecieron Margaret Weis y Tracy Hickman en las Crónicas y las Leyendas. Incluso la premisa inicial de la historia enlaza fuertemente con una de las grandes motivaciones del personaje. En ese sentido, esta entrega de los Preludios bien podría situarse entre las lecturas indispensables para todo seguidor de Raistlin, aunque técnicamente no sea más que una precuela con un mínimo impacto en los grandes acontecimientos de línea temporal de la saga. El mérito hay que atribuírselo a Kevin Stein, autor poco prolífico en lo que a la Dragonlance se refiere, pero que firmó un estupendo trabajo en el volumen que estamos comentando hoy.

Los hermanos Majere se sitúa aproximadamente un año después de la última reunión de los compañeros antes de su separación con la promesa de volver a reencontrarse transcurridos cinco años. En ese intervalo, Raistlin se ha sometido a la Prueba en la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth, ganándose el título de mago y pasando a vestir la Túnica Roja de la Neutralidad. Sin embargo, el paso por semejante trance no estuvo exento de consecuencias: su cuerpo, ya de por sí enfermizo y frágil, quedó dañado de forma irreparable. Incapaz de grandes esfuerzos físicos, Raistlin se ve convulsionado por frecuentes espasmos y ataques de tos que le impiden respirar. Además, su cabello se tornó blanco y su piel adquirió un macilento y antinatural tono dorado. Para sobrevivir a la Prueba siendo tan joven y demostrar así sus dotes para el arte de la magia, el joven aprendiz tuvo que aliarse con el espíritu de un nigromante, un Túnica Negra llamado Fistandantilus. Desde entonces, su esencia vital ha estado vinculada a la del espectro de tal manera que se ve arrastrado cada vez con más intensidad hacia un destino en el que él mismo vestirá la Túnica Negra del Mal. Sin embargo, una parte de él conserva la esperanza de evitar ese destino y quizá incluso de recuperar la salud de su malogrado cuerpo. Persiguiendo tal fin ha pasado tiempo investigando la posibilidad de obtener la curación por medios místicos, pero todos los sanadores de Krynn desaparecieron cuando los viejos dioses le dieron la espalda al mundo después del Cataclismo. Los autoproclamados clérigos de los nuevos dioses carecen de auténtico poder y Raistlin ha iniciado una cruzada personal contra ellos con el objetivo de desenmascarar sus mentiras. De hecho, el libro se sitúa tras una aventura que se nos omite en la que Raistlin ha derrocado a uno de esos clérigos impostores.

Pero Raistlin no está solo, sino que le acompaña su fiel hermano Caramon. Las consecuencias de la Prueba también afectaron al forzudo guerrero, que sigue cuidando solícito a su gemelo pese a que en lo más hondo de su interior alberga un gran temor hacia él. Durante la experiencia de Raistlin en la Torre de la Alta Hechicería, los magos que lo evaluaron quisieron poner a prueba su lado más oscuro y conjuraron una imagen ilusoria de Caramon que era capaz de utilizar la magia. Raistlin, convencido de que sus aptitudes para la magia eran el único rasgo que le hacía especial, sintió que su hermano había venido a robarle su única oportunidad de tener un lugar en el mundo y lanzó un conjuro contra él dispuesto a acabar con su vida. No está claro si el joven sabía que se trataba de un engaño, pero el hecho es que los hechiceros permitieron que el auténtico Caramon contemplase la escena y viese que su hermano estaba dispuesto a derramar su sangre si se interponía en su ambición por convertirse en el más dotado de los magos. Ambos gemelos han evitado mencionar el tema desde entonces, pero es obvio que ese día se fracturó su unión fraternal. Dicha fractura amenaza con convertirse en una brecha insalvable en algún momento del futuro, aunque mientras tanto los gemelos se comportan como si nada hubiera pasado.

Esa tensión que se oculta bajo las interacciones entre los dos hermanos no ha impedido que ambos se hayan convertido en aventureros capaces que ofrecen sus servicios a cambio de unas cuantas monedas. Caramon es un espadachín muy capaz, mientras que Raistlin dispone de amplios conocimientos sobre magia y alquimia. Obviamente, el carácter bonachón del guerrero hace que se someta a los caprichos de su gemelo, dejando que sea él quien tome las decisiones importantes. Caramon se siente más cómodo haciendo lo que mejor sabe hacer: pelear con puños y acero. Todo lo anterior, tan familiar para cualquier lector avezado de la Dragonlance, demuestra que el escritor conocía bien a los personajes que estaba manejando y era consciente del momento concreto en el que se encontraban. Se le pueden poner pocas pegas a la caracterización de los gemelos en este libro y el único motivo para no disfrutar de ella es que el lector carezca de aprecio hacia estos dos personajes fundamentales de la saga.

Ahora bien, algún punto débil debía tener la obra y en esta caso recae sobre el tercer personaje que comparte protagonismo junto a los gemelos: un kender llamado Earwig Fuerzacerrojos. Pese a lo mucho que me gustan los kenders, tengo la sensación de que muchos autores de la Dragonlance tienen problemas para que los rasgos únicos de cada kender que escriben destaquen por encima de los ragos propios de su raza. En otras palabras, muchos de los kenders que aparecen en estos libros pecan de ser demasiado genéricos y están cortados por el mismo patrón (el de Tasslehoff Burrfoot, el kender por antonomasia). Por tanto, Earwig bien podría llamarse Tasslehoff, ya que son más bien pocas las características que lo diferencian de Tas. El hecho de que el autor insista en presentar a Earwig como primo de Tas no hace más que acentuar esta circunstancia. Pese a que se trata del tercer personaje central de la historia, Earwig no destaca en nada más allá de las peculiaridades habituales en otros kenders y, como consecuencia, acaba siendo un personaje un tanto blando.

El argumento, en cambio, sí que destaca en comparación con los dos volúmenes anteriores de la trilogía, ya que no se trata de la típica historia de viajes y aventuras, sino de una única investigación realizada en un mismo lugar. Los hermanos Majere es pues un libro de misterio, en el que la acción y la aventura quedan en segundo plano mientras se nos va desvelando poco a poco el gran secreto que se oculta tras la ciudad que visitan Raistlin, Caramon y Earwig. He de decir que la obra cumple con su objetivo de mantener la intriga hasta el final, pues es necesario sobrepasar las doscientas páginas antes de empezar a tener una idea global de lo que está sucediendo en realidad en el caso que investigan nuestros protagonistas.


En las vísperas del Festival del Ojo, un acontecimiento que conmemora la alineación de las tres lunas de Krynn (cada una consagrada a uno de los tres dioses de la magia), Raistlin y Caramon son contratados por el cabildo de la ciudad de Mereklar para investigar la progresiva desaparición de los gatos que habitaban el lugar. Una vieja profecía de la ciudad indicaba que los gatos serían los encargados de decidir el destino de Mereklar y del mundo entero en la hora señalada, por lo que sus pobladores habían aprendido a convivir con ellos y compartían su hogar con miles de felinos. Sin embargo, su número ha ido disminuyendo de forma alarmante y Raistlin sospecha que el misterio está relacionado con el Festival del Ojo. La alineación de las tres lunas supondrá un momento único para los usuarios de la magia y Raistlin es consciente de ello. Además, el joven mago percibe que hay fuerzas superiores interesadas en el destino de Mereklar. Por tanto, aunque el encargo pueda parecer a priori trivial o insignificante, decide embarcarse en la investigación arrastrando con él a Caramon y a Earwig. Y mientras los compañeros se sumergen en los muchos misterios que rodean a Mereklar, los miembros del cabildo que les contrataron comienzan a ser asesinados por un felino gigante y antinatural.

De esta forma se va presentando poco a poco una situación inquietante y enrevesada en la que el lector acaba desconfiando de todos los personajes. Esta es una de esas historias que juega con las apariencias y presenta a los malvados como bondadosos y a los bondadosos como malvados; una que además se va cociendo a fuego lento hasta el clímax final, en el que las falsas apariencias saltan por los aires y se desvelan las verdaderas intenciones de los implicados, así como el secreto de los gatos y la causa de su desaparición. Muy hábilmente, el autor hace que la tensión que supone el misterio tenga su reflejo en los personajes, poniendo de manifiesto la tensión que ya existe entre los gemelos desde la Prueba de Raistlin. Para ello introduce al ambiguo personaje de Lady Shavas, la Gran Consejera de Mereklar, cuyas intenciones son tan misteriosas como la propia desaparición de los felinos. Tentados y seducidos por la bella mujer, los dos hermanos empezarán a sentir celos el uno del otro y a cuestionar sus decisiones. Acostumbrado a que Caramon sea el único que disfrute de las atenciones del sexo opuesto y pensando que nadie sería capaz de amar a alguien como él, la cosa se complicará para Raistlin cuando se le ofrezca la posibilidad de sanar su cuerpo de forma definitiva. Quizá el mayor acierto del libro sea que el auténtico conflicto se produzca entre los dos personajes centrales, al margen de que haya otro conflicto externo en el que conspiran fuerzas sobrenaturales.

Si bien es cierto que el interés del relato se mantiene hasta el final, la conclusión es algo más convencional de lo que se puede esperar e incluye el enésimo intento de la Reina de la Oscuridad de adentrarse en el plano físico y conquistar Krynn. Sin ir más lejos, en la anterior entrega de los Preludios, El país de los kenders, se narró una intentona similar por parte de Su Oscura Majestad, por lo que se trata de algo no especialmente novedoso. Lo que le otorga el punto distintivo en este caso es la presencia de los gatos y de su líder, un extraño personaje que responde al nombre de Bast y cuyas lealtades nunca acaban de estar del todo claras. Asimismo, la propia ciudad de Mereklar también hace que esta incursión sea peculiar, ya que se trata de una ciudad diseñada de forma particular con un objetivo concreto. Las amplias descripciones que hace el autor sobre sus murallas grabadas, su trazado triangular y la disposición de sus calles cobran así sentido durante la conclusión del libro.

Se puede criticar que el epílogo de la historia sea casi totalmente expositivo y tenga que aclarar algunos conceptos que no quedaron del todo explicitados en los capítulos precedentes, pero personalmente no lo he encontrado especialmente molesto. Puesto que es el propio Raistlin quien realiza la exposición y quien decide reservarse algunos datos para sí mismo, se genera cierta complicidad entre el lector y el personaje: al final sólo los lectores y el joven mago acaban teniendo una visión global del misterio que se ha estado indagando durante todo el volumen. Los demás personajes, incluyendo al pobre Caramon, nunca acabarán de entender del todo lo sucedido.

El papel del kender es el que menos me convence, como ya apuntaba antes, aunque acabe siendo fundamental para alcanzar la resolución. Quizá el mayor problema del personaje se deba a que el hombrecillo se pasa buena parte del libro sometido a la influencia de una anillo mágico que altera su personalidad, en lo que supone algo más que un mero guiño a El Señor de los Anillos. Para más inri, concluida la historia Earwig se separa de los gemelos en pos de nuevas aventuras... portando un nuevo y desconocido anillo en su mano. El destino del kender es incierto, ya que no vuelve a aparecer en ninguna entrega de la Dragonlance más allá de una breve mención en uno de los libros de relatos, por lo que es bastante posible que cualquiera que termine de leer Los hermanos Majere se acabe quedando con la misma desazón con la que me he quedado yo.

Resumiendo, nos encontramos ante una obra resuelta con solvencia y muy entretenida; posiblemente la mejor entrega de la primera trilogía de Preludios y uno de las paradas obligatorias para todos aquellos que quieran leer las andanzas de Raistlin a lo largo de la saga. Puede que el personaje de Earwig no esté al mismo nivel que el resto del conjunto, pero el estupendo trabajo de caracterización de Raistlin y Caramon lo compensa con creces. Los hermanos Majere es un libro respetuoso y coherente con la cronología de la Dragonlance, pero no se pierde en referencias innecesarias ni en guiños gratuitos. Más bien al contrario, ya que su argumento está muy autocontenido y sirve para explorar los grandes temas que orbitan alrededor de los gemelos desde que fueran presentados originalmente por Margaret Weis y Tracy Hickman. Finalmente, resulta curioso por tratarse de un libro de misterio más que uno de aventuras: lo que narra es una investigación en la que se buscan pruebas, se habla con sospechosos y se exploran los secretos de una ciudad muy particular. El interés se mantiene hasta el final y el manejo que se hace de los secundarios es estupendo, haciendo que el lector desconfíe de todos y comparta la paranoia que acaban desarrollando sus protagonistas. Son volúmenes como éste, pequeñas obras de artesanía bien pulidas y fabricadas para encajar bien con las piezas que les rodean, los que hacen que volver a la Dragonlance después de tantos años siga siendo placentero.

Concluida la primera trilogía de Preludios, en la próxima entrega de esta serie de entradas pasaremos a la segunda. Aún nos quedan tres precuelas más por revisitar antes de entrar en las Crónicas de la Dragonlance y empezaremos por La Misión de Riverwind, libro en el que nos adentraremos en una cultura de Krynn de la que no habíamos tenido ocasión de hablar hasta el momento: la de los bárbaros Que-Shu.

[Cómic] Lazaretto, cuarentena en el campus

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Recientemente finalizada, Lazaretto es una miniserie de cinco números publicada por BOOM! Studios que ofrece una visión muy poco halagüeña sobre un periodo vital que con frecuencia suele edulcorarse demasiado: los alegres años universitarios. La cultura popular americana profesa una fascinación especial por esa etapa y ha construido innumerables historias a su alrededor, desde las más sesudas que se centran en reflejar el crecimiento personal que se experimenta durante ese tiempo hasta las más simplonas que meramente tratan de capturar el desfase y los excesos de las juergas universitarias. Por supuesto, también son muchas las propuestas pasadas por el filtro de género que se aproximan al terror en todas sus formas, en las que los jóvenes universitarios son acosados por variopintas amenazas que ponen patas arriba lo que de otra forma serían los mejores años de su vida. Lazaretto tiene mucho de terror y casi se podría enmarcar dentro del subgénero zombi, aunque tras su historia de epidemias, cuarentenas y masacres se oculta un mensaje muy sutil sobre los presiones sociales a las que se ven sometidos los recién llegados a la universidad y sobre las transformaciones que experimentan para poder encajar en su nuevo entorno. Esconde, por tanto, una visión crítica sobre esos alegres años universitarios que tanto celebra la cultura popular y lo hace poniendo el foco sobre aquellos que no encajan bien en esa comunidad con la que se supone que deben socializar: los que no logran integrarse, los rechazados, los marginados.

Lazaretto parte de una idea original de Clay McLeod Chapman, que también se encarga del guión. Este autor tiene varias obras relacionadas con el terror y lo macabro en su haber, incluyendo relatos breves (Nothing Untoward, Rest Area) y novelas (Miss Corpus). En el mundo del cómic su nombre ha aparecido en títulos como Edge of Spider-Verse y American Vampire. Por otra parte, el encargado de ilustrar la historia es Jey Levang, autor del webcomic HeLL(P) y responsable en gran parte de que Lazaretto resulte un cómic tan desagradable e incómodo como fascinante. Finalmente, la rotulación es de Aditya Bidikar y las portadas del ilustrador argentino Ignacio Valicenti, que ofrece unas cubiertas con unos interesantes contrastes entre los personajes que aparecen en ellas y el color de los fondos.


Entrando en el argumento, Lazaretto comienza con el arranque de un nuevo curso en la Universidad Yersin y nos lleva a Pascal, uno de los dormitorios/residencias de estudiantes. Allí nos encontramos con nuestros protagonistas, dos novatos que acaban de dejar la casa familiar por primera vez para trasladarse al campus. El primero de ellos es Charles, un muchacho afroamericano que parece tener una relación bastante tensa con su padre. A continuación tenemos a Tamara, una chica que proviene de una familia religiosa y que acaba de perder a su madre a causa del cáncer. Desde el primer momento se intuye que ambos se sienten como peces fuera del agua en el ambiente universitario y no encajan en las dinámicas establecidas, aunque entre ellos nace rápidamente la amistad.

Por desgracia, su ingreso en el campus coincide con un agresivo brote del virus H3N8, que produce una enfermedad conocida como gripe canina. Con el contagio fuera de control, las autoridades sanitarias recluyen a todos los estudiantes infectados en la residencia, que acaba recibiendo el sobrenombre de "colonia de leprosos". Pronto el brote supera los recursos de las unidades de emergencias y se convierte en una epidemia a escala nacional, por lo que los habitantes de esa "colonia de leprosos" dejan de recibir el necesario apoyo del exterior. Como si el hacinamiento y la falta de alimentos y medicinas no fuesen problemas suficientes, los estudiantes veteranos comienzan a abusar de los novatos, instituyendo por la fuerza su propia jerarquía en el edificio. Mientras tanto, la desinhibición de los jóvenes, que aprovechan la circunstancia de estar aislados para montar una juerga regada de alcohol y drogas, se va transformando en algo mucho más siniestro a medida que la infección va sacando a la luz su naturaleza más primitiva, violenta y desquiciada.

 

Conviene aclarar que el virus H3N8 es real y se trata de una variante del virus de la gripe que afecta a perros y caballos. No conlleva ningún riesgo para los humanos e incluso se dispone de una vacuna efectiva contra él. No obstante, el autor del relato es lo bastante astuto como para crear una situación ficticia más o menos plausible en un contexto real, dada la facilidad del virus para mutar en nuevas variantes. Además, es bien sabido que el ser humano puede enfermar por culpa de otras formas del virus presentes en especies animales, como el virus de la gripe aviar (H5N1, H7N9, H9N2) o el de la gripe porcina (H1N1, H3N2). Hace unos años experimentamos una cierta paranoia hacia una posible epidemia de gripe aviar y Lazaretto recurre a esos recuerdos para dibujar ese horrendo escenario en el que nuestras queridas mascotas pueden traspasarnos un virus altamente contagioso capaz de desfigurarnos y de transformarnos en unos monstruos sanguinarios. Como toda buena historia de terror que se precie, su argumento se sustenta sobre una base real que se aprovecha de nuestros temores.

Este no es un cómic apropiado para las personas hipocondríacas, ya que está ideado para resultar desagradable, perturbador y, por qué no decirlo, asqueroso. Eso es algo presente ya en la misma paleta de colores, que emula los tonos verdosos y amarillentos de la bilis y el vómito, cuando no directamente los del rojo de la sangre. Sus páginas están llenas de toses, ojos enrojecidos y esputos sanguinolentos. El alcohol y las drogas se mezclan con los vómitos, la mugre y la sangre, creando una profunda desazón en el lector... aunque sin llegar a lo excesivamente escatológico. Aún así, el uso del color, que en algunos tramos emula la textura de los tejidos infectados, transmite sin cesar la idea de enfermedad y eso produce una inmediata repulsión.

En determinado punto, los infectados por el virus llegan a arrancarse la piel a tiras, adquiriendo un aspecto inhumano y casi demoníaco. Sin embargo, eso no quiere decir que se transformen en monstruos sin cerebro a causa de la gripe canina. Más peligrosa aún que la propia epidemia es la dinámica de poder que se crea en la "colonia de leprosos", en la que uno de los estudiantes veteranos se autoproclama rey y decide dar rienda suelta a todos sus caprichos. Siendo como es poco más que un adolescente con ínfulas, la naturaleza de dichos caprichos es fácil de deducir: sexo y violencia. Algunos le seguirán voluntariamente para conseguir un puesto elevado en la jerarquía, otros lo aceptarán de forma sumisa para ahorrarse problemas y sólo unos pocos se atreverán a desafiar sus órdenes. En cualquier caso, ninguno de ellos saldrá bien parado.

 

En este escenario de pesadilla es en el que se desarrolla la historia de nuestros protagonistas, Charles y Tamara, que tratan de sobrevivir dentro del edificio en cuarentena mientras soportan tanto los abusos de sus mayores como la propia evolución de la enfermedad. La caracterización de ambos personajes está muy lograda, haciendo que sea fácil empatizar con ellos pese a sus distintos orígenes y clases sociales. Sin entrar en demasiado detalle para no estropear sorpresas, la manera en la que ambos afrontan la enfermedad tiene mucho que ver con sus propias idiosincrasias, sus experiencias vitales y sus personalidades. Por tanto, a medida que comienzan a presentar los primeros síntomas que les condenan a acabar como sus compañeros, vamos descubriendo lo que ocultan en su interior. De alguna forma la enfermedad supone una experiencia catártica para ellos, en especial para Charles, que acaba exteriorizando una parte de su propia identidad que antes había reprimido. Por otro lado, entre ellos se producen algunos momentos muy bonitos de genuina amistad que contrastan con el opresivo y aterrador ambiente que rodea y empapa toda la historia. Por eso resultan tan memorables esas escenas emotivas, ya que la visión que ofrece Lazaretto de esos alegres años universitarios que mencionábamos al principio es en general oscura y cínica.

La conclusión de la historia juega con la ambigüedad y no se centra en ofrecer preguntas. Después de todo, esta no es la típica historia sobre epidemias en las que se explica de dónde ha surgido el virus y se encuentra una cura de última hora. Es más, aquí la enfermedad no es más que una excusa para crear un conflicto extremo. Para los autores lo importante es lo que sucede con nuestros dos protagonistas después del clímax emocional del último número, pues sobre ello se sustenta la lectura que hace el cómic respecto a esta etapa vital tan intensa como decisiva... o quizá sería más apropiado decir las lecturas, en plural, pues son varias las interpretaciones que pueden realizarse de esta historia.

Por un lado, la lectura pesimista es innegable, ya que nos encontramos ante un par de personajes frágiles que deben sobrevivir en un entorno hostil y despiadado en grado sumo, tal y como puede ser el mundo universitario en la vida real. Se trata también de personajes con una identidad bien establecida y no están dispuestos a hacer las concesiones que exige el medio, que tiende a homogeneizar y asimilar a los individuos que son diferentes dentro de la masa. La razón, la amistad y la solidaridad tienen todas las de perder en una situación tan extrema como la del confinamiento durante una epidemia. En ese sentido, sería apropiada la comparación con El señor de las moscas, la novela de William Golding, pues Lazaretto también representa el conflicto entre la civilización y la barbarie.

No obstante, también es posible realizar una lectura mucho más optimista: la del triunfo de la individualidad sobre el proceso de socialización imperante en una sociedad enferma y carente de valores. Pese a las horripilantes situaciones por las que pasan, nuestros protagonistas nunca llegan a entrar del todo en la dinámica del resto de estudiantes y, por tanto, nunca llegan a formar parte de esa masa anónima centrada en infectar y devorar. Frente a la deshumanización y la miseria, ellos reafirman su naturaleza humana mediante su amistad. Y esa es precisamente la segunda lectura positiva que se puede hacer de este relato: por terrible y hostil que sea el lugar en el que te encuentres, por mucho que seas incapaz de integrarte, por mucho que seas el rechazado, por mucho que seas el marginado, siempre, siempre, siempre, acabarás encontrando a alguien a quien poder llamar amigo. Siempre acabarás encontrando un salvavidas al que aferrarte en esos momentos difíciles.


En resumidas cuentas, por encima de ser una historia de terror, Lazaretto es una historia humana. Eso es lo que la hace tan recomendable en última instancia, ya que además de ser un competente representante de su género también sabe transmitir un mensaje interesante; una visión del mundo que, si bien es oscura y cínica, también deja espacio a la esperanza. Eso no quiere decir que el cómic vaya a tener un final feliz ni mucho menos, pero su lectura sí que deja cierto poso e invita a realizar una reflexión sobre esos felices años universitarios, tan idealizados por la nostalgia de los que ya pasaron por ellos y por el ansia de los que aún no han llegado. Sumado a su desagradable envoltorio y a lo escabroso de su argumento, todo lo anterior supone un buen motivo para darle una oportunidad al trabajo de Clay McLeod Chapman y Jey Levang. Si en algo destaca su cómic es sobre todo por saber encontrar esos hermosos y brillantes momentos de auténtica humanidad en medio de la podredumbre, la decadencia y la miseria. No son muchos los autores capaces de conjugar con destreza ambos aspectos de la naturaleza humana.

La edición digital de Lazaretto se encuentra disponible en Comixology y, si las ventas de los números individuales lo permiten, es de esperar que acaben siendo recopilados en un único volumen más adelante. Quién sabe si un producto de este estilo podrá hacerse hueco en el mercado español, pero ojalá alguna editorial patria lo ponga bajo su punto de mira y publique una edición en castellano en el futuro.

[Literatura] Harry Potter y la Piedra Filosofal, (no tan) buena literatura para niños

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Al contrario de lo que pueda parecer, escribir un libro para niños no es una tarea sencilla. No basta con inventar cualquier historia fantástica y narrarla usando oraciones simples. De hecho, es necesario conocer en profundidad al público al que va a ir dirigida la obra y eso implica tener ciertos conocimientos sobre el desarrollo de las capacidades cognitivas de los niños a determinadas edades. No se debería escribir igual una historia dirigida a niños de siete años que otra dirigida a niños de doce o trece, ya que se encuentran en etapas diferentes de su desarrollo. No sé hasta qué punto es habitual que los escritores de literatura infantil se planteen esta cuestión. Quizá sea una tarea reservada a los editores, no lo sé. En cualquier caso, en las escasas ocasiones en las que he tenido la oportunidad de escribir un relato dirigido a niños esta ha sido una cuestión que me rondaba siempre por la cabeza. Como si la escritura no fuese lo suficientemente compleja por sí misma, imagina tener que llevarla a cabo mientras te planteas si tus posibles lectores han alcanzado ya la etapa de las operaciones formales que planteaba Piaget.

Lo cierto es que me gusta la literatura infantil y juvenil; no sólo como persona interesada en la escritura sino también como lector. Me fascinan las historias ambientadas en esa etapa de la vida; las historia del paso de la infancia y adolescencia a la madurez. En especial, me gustan las historias protagonizadas por niños cuando están contadas pensando en los niños, es decir, las historias que se dirigen a los lectores infantiles que pueden identificarse con esas vivencias por ser muy similares a las que se encuentran en su día a día, en su propio camino hacia la madurez. Esas historias tienen mucho poder y pueden contribuir al desarrollo personal en este periodo sensible de la vida de una forma que con frecuencia se subestima. Historias como la de Harry Potter, el célebre niño mago que ha sido un icono importantísimo en la vida de tantos y tantos jóvenes lectores.

Debo confesar que mi conocimiento sobre este personaje era más bien escaso y no iba más allá de las dos o tres películas que he visto. El momento de mayor popularidad de sus libros me pilló demasiado mayor como para interesarme. De hecho, el niño mago llegó demasiado tarde para mí: mis años de infancia y adolescencia estuvieron repletos de lecturas de la Dragonlance o de los Reinos Olvidados,  había pasado años creando mis propias historias sobre magia y misterio en mis partidas de Vampiro: La Mascarada, Los Libros de la Magia de Neil Gaiman estaban entre mis cómics favoritos... ¿Qué habría podido ofrecerme el personaje de J. K. Rowling que no hubiese visto ya mil veces mejor? Lo irónico es que con el paso del tiempo, ya bien entrado en la edad adulta y por unas circunstancias laborales que ahora no vienen al caso, he acabado interesándome por las historias de Harry Potter y he empezado a leer sus libros. Por una parte es un interesante ejercicio de aprendizaje, ya que cuando te interesa aprender a escribir nunca está de más analizar la forma en la que está escrito uno de los libros infantiles más populares de las últimas décadas. Por otra, es una forma de saciar mi curiosidad respecto a la siguiente pregunta: ¿qué tienen de especial estos libros? 

Ya conocía la historia de cómo se fraguó el personaje, con la escritora viviendo un mal momento personal y viendo cómo su manuscrito era rechazado en varias editoriales. No sé hasta qué punto esa circunstancia se ha exagerado intencionalmente con el objetivo de mitificar a Rowling o de contribuir al marketing de su obra. En cambio, sí que puedo decir que las similitudes entre el protagonista de Los Libros de la Magia, Tim Hunter, y Harry Potter siempre me parecieron demasiado exageradas como para negar que el personaje de Gaiman, anterior en el tiempo, no influyese de ninguna forma a la escritora. Leído al fin el primer libro, dicha influencia me parece aún más incuestionable. No obstante, no he querido dejar que mi lectura se dejase influir por una predisposición negativa. El hecho de dejarse llevar por el rechazo automático hacia cualquier producto de éxito no suele ser una buena estrategia para abordar un comentario.

Lo curioso es que ese rechazo inicial me duró más bien poco. Concluida la lectura de Harry Potter y la Piedra Filosofal, puedo decir que he disfrutado bastante del trabajo de Rowling... aunque sus destrezas como escritora no me parecen muy desarrolladas en este primer libro. Tratándose de una obra infantil, esperaba una mayor consideración hacia los pequeños lectores y lo que me he encontrado es una historia que plantea un misterio cuya resolución está escrita ya en el propio título. No puedo poner en duda la original ambientación y la construcción del universo en el que se mueven los personajes, pues en esos aspectos se puede detectar una enorme cantidad de tiempo y trabajo. El argumento de este primer libro, por muy simple que sea, se sustenta sobre unas bases sólidas: ya hay construido un mundo con una mitología muy particular y los acontecimientos que se narran aquí encajan estupendamente con dicho mundo y dicha mitología. Sin embargo, el argumento deja poco espacio para la especulación pese a plantear una incógnita muy clara desde sus primeros compases. La información que ofrece está demasiado masticada y, por tanto, no es necesario ser especialmente despierto como para darse cuenta de los trucos de la autora. Insisto en lo que mencionaba al principio: es importante tener en cuenta a tu público cuando escribes literatura infantil. Por pequeños que sean, los niños no son tontos. Estoy convencido de que cualquier niño es capaz de percibir que ese personaje que se presenta como malvado con tanta intensidad en realidad no lo es tanto, de la misma forma que recuerda que ese otro personaje sobre el que nuestros protagonistas buscan información tan desesperadamente se mencionó unos cuantos capítulos atrás de forma casual. En ese sentido, creo que Rowling comete ese error tan frecuente que consiste en valorar las capacidades de sus lectores muy por debajo de la realidad.

Sorprendentemente, la escritora hace justo lo contrario en lo que se refiere a la capacidad de los lectores infantiles para interpretar estados emocionales complejos. Cualquiera que haya tratado con niños sabe que hablar sobre emociones con ellos es una labor muy difícil, sobre todo en estos tiempos en los que la educación emocional brilla por su ausencia tanto en hogares como en escuelas. Sin embargo, Rowling se esfuerza por describir con detalle los estados emocionales de sus personajes principales... y no siempre se trata de emociones básicas como la alegría o la tristeza. En muchas ocasiones, los protagonistas experimentan emociones ambivalentes (es decir, una mezcla de emociones positivas y negativas). En un capítulo hay varias escenas con cierto espejo mágico en las que la autora incluso plantea el tema de la dependencia emocional... rozando incluso la adicción física. No se trata de un tema fácilmente asimilable por los niños, pero para estas cuestiones Rowling sí que confía en su capacidad de comprensión, lo cual me parece admirable. Es posible que este sea uno de los motivos de su éxito, me atrevería a decir. El mundo emocional de los personajes rivaliza en riqueza de detalles con el mundo mágico en el que transcurren sus andanzas.

En cuanto a otros aspectos técnicos, pienso que Harry Potter y la Piedra Filosofal tiene ciertos problemas de ritmo. Es un libro muy corto y quizá por eso el ritmo desigual se percibe con más claridad. Mientras que entiendo perfectamente que los capítulos de introducción (es decir, los que se encuentran antes del punto de giro en el que el joven Harry descubre que en realidad es un mago y no un muggle) deban desarrollarse con lentitud para presentar al protagonista principal, no puedo decir lo mismo sobre el lento desarrollo de ciertos episodios que no parecen estar relacionados con la trama principal más que de forma tangencial. El único motivo que se me ocurre es para darle una mayor presencia a ese mundo mágico ideado por Rowling, ya que después de todo ofrece una buena cantidad de ganchos con los que conectar con el lector: el vuelo en escoba, el Quidditch, la rivalidad entre las casas... No obstante, esto repercute en una conclusión bastante apresurada que no ofrece mucho margen para que el lector pueda digerir todos los acontecimientos de los que ha sido testigo apenas unas páginas atrás. Quizá parezca una tontería mencionar el ritmo de un libro tan corto, pero precisamente por ser tan corto es de especial importancia controlar la velocidad de la narración y los espacios que es necesario permitirle al lector para que asimile los momentos clave. De lo contrario, corres el riesgo de perderte en lo irrelevante y quedarte corto en lo importante. Personalmente, la conclusión de este libro se me hizo muy escasa.

Escasas son también las descripciones físicas que ofrece la escritora a lo largo de Harry Potter y la Piedra Filosofal. Incluso las de los personajes principales se saldan con unas pocas líneas. Entiendo que esto es algo intencional, con el objetivo de no limitar a sus creaciones y facilitar que cualquier tipo de lector se pueda identificar con ellos. Sin embargo, esas parcas descripciones también son las que se emplean para las criaturas, objetos y localizaciones que aparecen en la historia. Evidentemente, no se le puede exigir a Rowling la cantidad de detalle que ponía por ejemplo Tolkien en sus descripciones, pero un mínimo es necesario para dirigir a los lectores mientras se dibujan una imagen mental. En ese sentido, me ha sorprendido comprobar que buena parte de lo que yo consideraba una seña de identidad de la estética de Harry Potter proviene más de las películas que de esta primera entrega de la saga literaria. Juzgando sólo las descripciones de la autora, el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería bien podría ser un castillo genérico, Ron Weasley podría ser cualquier niño pelirrojo, Hermione Granger podría ser literalmente cualquier niña del mundo y bastan una cicatriz en forma de relámpago y unas gafas gruesas para crear a nuestro propio Harry Potter.

Tengo entendido que la autora mejoró ostensiblemente mientras abordaba las siguientes entregas de la saga, lo cual hace que tenga un especial interés por continuarla. De igual forma, he escuchado que los siguientes libros fueron ganando en complejidad a medida que su público iba creciendo con ellos. No se puede reproducir esa experiencia siendo adulto, claro está, pero me interesa ver cómo progresan los próximos libros en este aspecto. Me planteé esta lectura como una forma de descubrir qué es lo que hacía tan especial a las historias de Harry Potter y para ser sincero tengo que admitir que no he llegado a verlo en la primera entrega... aunque creo que puedo intuirlo. Es evidente que se trata de una propuesta cargada de imaginación (si bien se podría discutir hasta qué punto es original), pero no parece ser ese el motivo que la hace especial. Es obvio que la autora elaboró un amplio trasfondo sobre el que sustentar su universo de ficción, pero hay cientos de obras con universos igual de interesantes o incluso aún más atractivos. Creo que la clave está más bien en la forma en la que plasma la vida interior de los personajes, su vida emocional. Ese puede ser el motivo por el que la conexión de los lectores con estos personajes sea tan fuerte.

Me he deleitado descubrir que Harry, Ron y Hermione no son unos personajes tan azucarados como sus contrapartidas cinematográficas me habían hecho creer. La dinámica entre ellos es bastante creíble y no dista mucho de la que puede establecerse entre un grupo de niños. La amistad no surge de la nada, sino que al principio son un tanto bordes entre ellos (Harry y Ron forman un claro bando opuesto a Hermione). Más tarde, cuando dicha amistad se está consolidando, las dudas e inseguridades aparecen de vez en cuando. En ese punto su relación es fluida y cambiante; está en pleno periodo de gestación. Para cuando llega el final, después de todo lo vivido por el trío de personajes, el vínculo entre ellos está más que construido en el aspecto emocional. Será interesante ver cómo evoluciona en los siguientes libros, en especial cuando los tres alcancen la adolescencia y entren en juego las revoltosas hormonas.

En definitiva, me cuesta decir que Harry Potter y la Piedra Filosofal sea un ejemplo de buena literatura para niños, pero está claro que en su interior se encuentra la materia prima suficiente como para que las entregas posteriores de la saga lo fuesen. No es el mejor libro para niños que he leído, pero desde luego está lejos de ser uno de los peores. Cualquier persona interesada en la escritura debería echarle un ojo aunque sólo sea para aprender tanto de los puntos fuertes de la obra inaugural de la hoy exitosa franquicia de Harry Potter... como de sus puntos débiles. Algo me dice que la primera persona que aprendió de esos puntos débiles fue la propia Rowling.


[Literatura] Harry Potter y la Cámara Secreta, un paso de gigante

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Harry Potter y la Piedra Filosofal me pareció exactamente lo que es: un obra de una autora con poca experiencia que aún estaba lejos de alcanzar su madurez creativa. Si bien es cierto que en sus páginas se pueden encontrar aciertos notables, incluso los elementos más originales beben de fuentes más o menos conocidas. Además, su clímax se construye de forma un tanto irregular y se desarrolla con tanta brevedad que la conclusión del libro se antoja apresurada e incluso insuficiente. También podría decir que el enfoque claramente infantil de esta primera entrega de la saga no contribuye a que los lectores adultos se adentren en ella con interés. Harry Potter y la Piedra Filosofal es una obra simple y orientada a niños pequeños que queda lejos de poder calificarse como brillante debut. No obstante, me alegra comprobar que J. K. Rowling no tardó mucho en madurar como escritora, porque el segundo libro de su famosa serie supuso en salto gigantesco en cuanto a calidad literaria. Harry Potter y la Cámara Secreta me ha parecido mucho mejor libro en todos los sentidos: construcción de la trama, desarrollo del clímax, caracterización de personajes... todo mejora. Aunque admito que la primera entrega me dejó algo indiferente, la segunda me ha atrapado por completo.

Uno de los factores que sin duda contribuyen a que este libro sea mucho más redondo es su mayor extensión. El número de páginas crece considerablemente respecto a Harry Potter y la Piedra Filosofal y, como consecuencia, la autora puede planificar con cuidado la evolución del misterio en torno al que gira la trama. Mientras que en el primer libro dicho misterio es algo anecdótico que incluso el más joven de los lectores no debería tener problema en deducir por sí mismo, en la segunda entrega es un misterio con todas las de la ley. La información está muy bien dosificada a lo largo del texto y la autora incluso juega a ofrecer pistas que al final se desvelan como medias verdades o directamente como mentiras. En ese sentido, me da la impresión de que Harry Potter y la Cámara Secreta se aleja un tanto de la literatura infantil y aspira a ser una obra orientada al público más juvenil. Con esto quiero decir que se trata de un libro que exige un poco más al lector, lo cual siempre es de agradecer. Aunque sigue teniendo la manía de excederse en las explicaciones para dejarlo todo bien masticadito, parece un libro orientado hacia un lector mucho más activo, capaz de hacer sus propias deducciones y de descubrir que no todos los datos que se le ofrecen encajan bien en la narración... o son demasiado convenientes como para confiar en su validez. La forma en la que se plantea el misterio de la Cámara Secreta y del monstruo que la habita es muy hábil: es sutil y progresiva, está conectada con el trasfondo de los personajes y, además, enriquece el escenario sobre el que se desarrollan los acontecimientos.

La propia forma de escribir de J. K. Rowling evidencia una mejoría en esta entrega. No puedo decir hasta qué punto se debe a la intervención de sus editores, pero desde luego Harry Potter y la Cámara Secreta está mucho más pulido que el anterior libro. Un detalle que me chirrió mucho en la primera incursión de la autora fue la marcada ausencia de descripciones. Pues bien, ese es uno de los primeros aspectos que la autora corrige aquí. Aunque no llegan a ser tan extensas y detalladas como a mí me gustaría, al menos existen descripciones como tales en este segundo libro. Al fin he podido construir una imagen mental de algunos aspectos que antes me parecían demasiado vagos y que fueron solidificándose en mi mente casi sin darme cuenta a medida que avanzaba en la lectura.

No obstante, el punto fuerte de esta entrega quizá sea la caracterización de personajes. Tras haberse quitado de encima la pesada tarea de presentar a sus protagonistas y antagonistas, la autora se dedica en este libro a desarrollarlos y a insuflarles auténtica vida. Es posible que quien más se beneficie de todo esto sea el gran villano, Lord Voldemort, que en el primer libro era poco más que el típico villano de opereta cuya única justificación parecía ser la necesidad de tener un antagonista para Harry. Hay quien piensa que la calidad de una historia se mide por la calidad de sus villanos. En ese sentido, el Voldemort de Harry Potter y la Piedra Filosofal, pese a haber cometido la gran maldad de asesinar a los padres de nuestro protagonista, no era gran cosa. En cambio, el Voldemort de Harry Potter y la Cámara Secreta es un personaje tridimensional, con un justificación para sus acciones y un trasfondo interesante. J. K. Rowling optó por establecer un paralelismo entre el héroe y el villano, haciendo que ambos fuesen huérfanos que encontraron su verdadero lugar en el mundo mágico gracias al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. No se puede decir que sea el recurso más innovador del mundo, pero desde luego es efectivo. Además, al autora juega al despiste con el lector, ya que en principio Voldemort no parece ser el villano en esta ocasión. Sin embargo, cuando nos cuenta la historia de Tom Ryddle a través de su diario, lo que está haciendo en realidad es contextualizar a su villano. Si es cierto que los villanos son la vara con la que se mide la calidad de una historia, entonces está claro que la calidad de Harry Potter y la Cámara Secreta se dispara en comparación con la del arranque de la serie.

Otro aspecto destacado de esta segunda parte es su sentido de la comedia, mucho más marcado y con cierta tendencia a desviarse hacia el humor negro. Se trata de un libro elaborado para el disfrute de los niños, pero teniendo también presentes a los adultos. Destacaría al personaje de Gilderoy Lockhart, un mamarracho encantador y divertidísimo. Más allá de ser un personaje cómico para los jóvenes lectores, los adultos verán en él al estereotipo de cierto tipo de persona desgraciadamente común en el mundo académico o laboral. Junto a los pasajes centrados en Tom Ryddle, la escritora pone lo mejor de sí en los capítulos en los que aparece el narcisista profesor Gilderoy Lockhart. Hay algunos momentos especialmente brillantes en los que la ambientación y el contexto de una escena trabajan juntos para caracterizar al personaje, como las escenas que transcurren en el despacho de Lockhart bajo la atenta mirada de las fotografías de su rostro que reaccionan de distintas formas a lo que sucede.

En cuanto al trío protagonista, me da la impresión de que J. K. Rowling ya tenía muy claro qué pensaba hacer con ellos desde el momento en que empezó a trabajar en este libro. Por ejemplo, la dinámica entre Ron y Hermione sigue a rajatabla ese viejo dicho que afirma que los que se pelean se desean. El personaje de Harry es el que sigue estando algo más vacío en su caracterización, en tanto que no se define tanto por su relación con el resto de personajes como por la relación que ellos tienen con él. Harry sigue siendo en cierta medida un recipiente sobre el que el lector puede proyectar sus propias filias, aunque me sorprendería que esto se mantuviese en las siguientes entregas de la saga. Imagino que la autora colocará el foco sobre el mundo interior de Harry a medida que progresen sus estudios en Hogwarts, porque en Harry Potter y la Cámara Secreta dicho foco no se coloca sobre lo que Harry siente sino sobre lo que los demás personajes sienten hacia él: la descarada fascinación de Ginny Weasley, el cariño paternal del profesor Dumbledore, el desprecio de Draco Malfoy... Las emociones del elenco están claras, mientras que las de Harry se intuyen más que expresarse. Igual este es uno de los motivos por los que es tan popular: porque, al menos en gran parte, Harry es el lector y el lector es Harry.

Ya que lo he mencionado, diría que otro de los antagonistas, en esta caso el insufrible Draco Malfoy, también gana bastantes puntos en esta entrega. Una vez más, que se aporte el trasfondo que ofrece su padre, Lucius Malfoy, así como los orígenes de Slytherin y la filosofía racista del fundador de la casa, que despreciaba a todos aquellos magos que no fuesen de sangre pura, ayuda a que la caracterización del personaje resulte mucho más saliente y memorable. Este pequeño y mezquino mequetrefe tiene un papel más destacado en este segundo libro y sus intentos por hacer quedar mal a Harry evidencian la envidia que siente hacia él, así como su inseguridad y su temor a ser superado por el objeto de sus burlas. Para cuando termina el segundo curso en Hogwarts, Harry ha abierto la Cámara Secreta, ha vencido al basilisco, ha salvado la vida de Ginny y ha vuelto a derrotar a Voldemort. En cuanto a Draco, su mayor hazaña hasta entonces consiste en entrar en el equipo de quidditch de Slytherin gracias al dinero de su padre. Tan evidente es su problema de autoestima que casi resulta adorable. Casi.

Respecto a lo demás, continúan las líneas maestras que se establecieron en Harry Potter y la Piedra Filosofal: continúa el quidditch (ahora más personal gracias a la incorporación de Draco al equipo de Slytherin en la misma posición que Harry), el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras continúa gafado y Neville Longbottom sigue siendo igual de torpe (¡o puede que incluso más!). Con los nuevos alumnos de primer año que se suman a la lista de personajes secundarios, en alguna que otra ocasión conviene echar un vistazo a la Wikipedia para seguirle la pista a tanto nombre, pero este sigue siendo un libro ameno, sencillo y fácil de leer. Creo que he tardado menos tiempo en leerlo que el anterior, pese a tener casi el doble de extensión. Ese hecho transmite mejor mi impresión sobre Harry Potter y la Cámara Secreta que cualquier reseña que pueda elaborar. Es más, en el momento de escribir estas líneas ya llevo buena parte del siguiente libro leída. Para mi sorpresa, estoy empezando a entender qué tiene esta historia de especial para haber encandilado a tanta gente.

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[Literatura] Harry Potter y el prisionero de Azkaban, trasfondo desmedido

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Si Harry Potter y la Piedra Filosofal fue una presentación un tanto dubitativa cuya fama excedió a sus méritos reales, Harry Potter y la Cámara Secreta supuso la confirmación de que había auténtico talento detrás de la propuesta inicial de la autora. La tercera entrega, Harry Potter y el prisionero de Azkaban vino a desarrollar aún más los puntos fuertes de la anterior, a expandir la mitología que se había creado en torno a sus personajes y a consagrar a la saga del joven aprendiz de mago, ya convertida en un incipiente fenómeno. Eso no quiere decir que este libro carezca de aspectos discutibles, ya que, por ejemplo, la trama no se resuelve de una forma tan redonda como lo hace la del segundo libro ni el peso de sus diferentes elementos está tan bien equilibrado, pero desde luego se trata de una lectura amena y absorbente que sigue construyendo sobre los cimientos plantados en los anteriores y dando lugar a un universo rico, en constante expansión y con una personalidad cada vez más marcada.

Puestos a comentar los nuevos elementos que aporta esta entrega, me quedo con el personaje de Remus Lupin, el nuevo ocupante del gafado puesto de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras. Como de costumbre, se trata de un personaje que oculta algún que otro secreto y que sabe más sobre nuestro protagonista de lo que deja entrever en un primer momento. J. K. Rowling lo describe como un hombre desgarbado, delgaducho y con apariencia débil que viste con ropas remendadas, lo cual contrasta con su talento como maestro. Como los propios personajes no dejan de comentar, Lupin es el primer profesor de Defensa contra las Artes Oscuras que realmente les enseña Defensa contra las Artes Oscuras. Esto es algo que queda patente en la narración, que cede cierta importancia a las clases del nuevo maestro (en especial a los ejercicios prácticos con el boggart), aunque esto tampoco es especialmente meritorio, ya que en los libros anteriores las clases habían tenido un papel tan nimio que casi pasaron desapercibidas. Sabíamos que Harry, Hermione y Ron acudieron a un montón de clases, pero la narración nunca se había centrado en ellas más allá de contar alguna anécdota puntual. Quizá por eso las clases de Lupin resultan tan memorables, porque en ellas se transmite al lector que los personajes están aprendiendo cosas útiles que además van poniendo en práctica a medida que progresa la narración. En efecto, así es como se transmite el aprendizaje que experimentan los personajes. Por primera vez, las clases tienen un impacto tangible sobre las aventuras de los personajes y no son la mera excusa para que dichas aventuras se pongan en marcha. Le ha costado tres libros, pero al fin el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería me ha parecido una auténtica escuela.

Lupin también me ha resultado interesante por su conexión con Harry... o más concretamente con el pasado de Harry. La apuesta de la autora es un arma de doble filo muy peligrosa, ya que quiso presentar un nuevo misterio que sirviese para conocer más sobre el trasfondo de Harry... pero ese misterio implicaba a tantos personajes secundarios y se adentra tanto en su pasado que a veces da la sensación de que nuestro protagonista tiene un peso menor dentro de la trama. Si el personaje de Lupin, que es el responsable de vehicular ese misterio no funcionase de cara al lector, habría sido un desastre. No obstante, funciona estupendamente bien. Es más, creo que la relación que se establece entre Harry y Lupin en este libro es muy beneficiosa para caracterizar mejor al protagonista, que empieza a dar rienda suelta a su complejo mundo interior, en el que conviven emociones ambivalentes: amor y rabia, orgullo y tristeza... Puesto que la figura paternal para Harry es sin duda Dumbledore, Lupin viene a ejercer un papel cercano al de hermano mayor. La trama lleva a un pequeño choque entre ambos, pero eso acaba reforzando su vínculo y aumentado su verosimilitud.

Pero volviendo a lo que decía de que el papel de Lupin me parece un arma de doble filo, quisiera explicar esta afirmación con más detenimiento. La presencia del nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras acaba trayendo consigo la historia de sus compañeros de clase en Hogwarts, lo cual es a su vez la solución al misterio de esta entrega: la huida de Sirius Black de la prisión de Azkaban. Por muy interesante que me haya parecido el trasfondo del personaje, me ha quedado cierta sensación de insatisfacción con el clímax. Es tan compleja la trama entre Lupin y Black que para desvelarla la autora requiere casi dos capítulos completos (los que se desarrollan en la Casa de los Gritos) de exposición pura y dura. Tratándose de un libro de aventuras juveniles, no creo que optar por un clímax consistente en un montón de personajes contando historias sobre el pasado sea la mejor opción. Si bien el clímax de Harry Potter y la Cámara Secreta también tenía su dosis de exposición respecto al diario de Tom Ryddle, la cantidad era mucho menor y no le robaba espacio a la batalla contra el basilisco, esto es, a la acción. En cambio, Harry Potter y el prisionero de Azkaban dedica tanto tiempo a exponer la historia del pasado que la propia resolución del libro parece apresurada... y no sólo porque se trate de una carrera en contra del propio tiempo. Se trata de un inconveniente menor, pero que transmite la sensación de que la narración queda algo descompensada; quizá incluso falta de equilibrio interno. Es por cierto la misma sensación que me transmitió la primera entrega de la saga.

No puedo decir gran cosa sobre Sirius Black, porque su aparición es fugaz y no me ha transmitido una impresión destacable. No obstante, imagino que tanto él como Lupin jugarán papeles importantes en posteriores entregas. Por otro lado, Harry Potter y el prisionero de Azkaban supone una inyección de carácter para el trío protagonista. Puede que quien más de beneficie de ello es Hermione, que goza de un par de momentos muy interesantes en este libro en los que empieza a romper ese estereotipo de chica estudiosa, callada y obediente para mostrarse desafiante y combativa. Su desplante a la profesora de Adivinación, por ejemplo, me parece antológico. Por otra parte, Harry, que en libros anteriores me parecía un tanto vacío en tanto que ejercía el rol de recipiente de las proyecciones del lector, también gana en personalidad en esta entrega, demostrando que también tiene una faceta oscura: las críticas de Snape no están del todo faltas de razón, ya que el joven Harry se comporta de una manera que sobrepasa la negligencia en esta historia, poniéndose a sí mismo y a otros en peligro y mostrando una arrogancia que parece impropia de la imagen adorable del personaje que antes tenía. Empiezo a pensar que, más que resultar impropia, es en realidad esa faceta oscura del personaje que ya se ha insinuado en ocasiones anteriores: el Sombrero Seleccionador barajando la posibilidad de enviarlo a Slytherin, el hecho de hablar lengua pársel... Hay algo oscuro en el interior de Harry que a veces sale a la luz de forma sutil y eso hace que el personaje gane en interés. Finalmente, la pelea entre Ron y Hermione sirve para darle más verosimilitud a ambos personajes. Después de todo, nada es más característico de esas edades que una pelea entre amigos que parecen volverse irreconciliables sólo para dejarlo todo olvidado y actuar como si nada hubiera sucedido poco después.

En cuanto al resto de elementos del libro, continúan en su misma tónica pero aumentando en intensidad. El Quidditch sigue siendo emocionante, aunque en este libro se transmite mejor la sensación de competición y se coloca un objetivo en la mente del lector desde el principio (ganar la copa antes de que el capitán de Gryffindor acabe su último año en Hogwarts), por lo que se siente que hay algo de peso en juego en cada partido. Esto aumenta la implicación del lector en los pasajes relacionados con el juego. Por otro lado, Hagrid continúa metiéndose en líos con sus animalitos en este libro, una circunstancia que en esta ocasión está mucho mejor hilada con la trama principal. También es esta tercera entrega la que introduce a los Dementores, personajes con los que Rowling se muestra especialmente hábil: en lugar de centrarse en sus características físicas como cualquier otro estaría tentado de hacer, la escritora ofrece una descripción más bien emocional de estos seres, poniendo el foco sobre el efecto psicológico que producen en las personajes a los que se acercan. De esta forma, sus apariciones siempre resultan impactantes y sugerentes. Más que tratarse de una amenaza física, los Dementores son una amenaza íntima y emocional; una amenaza que ataca los pensamientos felices dejando la tristeza y la pérdida. Tengo que reconocer que la idea de que existan unos seres que se alimenten de la felicidad y las ganas de vivir, dejando a sus víctimas consumidas por la desesperación, si bien no me parece completamente original, sí que me resulta atractiva en grado sumo.

Hay algún que otro detalle que me gustaría comentar extensamente, pero prefiero no entrar en demasiados detalles sobre las sorpresas de la trama. Baste decir que Harry Potter y el prisionero de Azkaban me ha parecido la consagración de los aciertos que encontré en la anterior entrega de la saga. El único temor que tengo respecto a los libros posteriores es que la autora se pierda demasiado en el denso trasfondo que ha preparado para su personaje central y que el foco, que debería estar sobre Harry, Ron y Hermione se desplace demasiado hacia los personajes secundarios o las historias del pasada. No hay que olvidar que tanto los personajes secundarios como el propio trasfondo están ahí para enriquecer a los protagonistas y contribuir a su desarrollo como personajes, no para eclipsar el interés que despiertan en el lector. El momento en que empiece a sentirme más interesado por Lupin o Black, por poner un ejemplo, que por el propio Harry, será el momento en el que la propuesta de la autora empiece a perder efectividad. No obstante, este temor convive con la convicción cada vez más clara de que el universo creado por Rowling ya era lo suficientemente sólido llegados a este punto y que la forma en la que todo empieza a interconectarse cada vez más delata la existencia de un complejo plan ulterior. Sólo la lectura de los siguientes libros puede confirmar o desmentir dicha convicción.

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[Literatura] Harry Potter y el cáliz de fuego, o cómo crear un monstruo

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Si Harry Potter y la Piedra Filosofal era poco más que un cuento para niños que se podía leer en un par de tardes, Harry Potter y la Cámara Secreta fue el refinamiento de la propuesta inicial de J. K. Rowling, mucho más cuidada en sus aspectos narrativos y estilísticos. Harry Potter y el prisionero de Azkaban, por su parte, empezaba a insinuar una ambición que iba mucho más allá de un mero relato infantil y dicha ambición estalló en toda su desmesura en la cuarta entrega de la saga: Harry Potter y el cáliz de fuego. Durante el tercer libro tuve la impresión de que la autora primaba la construcción de su mundo de fantasía por encima incluso del desarrollo de algunos personajes considerados protagonistas y esa impresión ha quedado confirmada con la lectura de esta cuarta parte de la saga del niño mago. En poco más de cuatro libros, el tono de la historia ha pasado de ser un simple e inocente divertimento a aspirar a convertirse en narrativa épica con todas las de la ley. En efecto, las simples aventurillas mágicas han ido dejando paso a una auténtica guerra entre el bien y el mal que se dibuja en el horizonte. Hay que reconocer que se trata de un cambio de enfoque impactante dentro de este tipo de literatura.

Imagino que el efecto se acentúa al leer los libros uno a continuación del otro (tal y como estoy haciendo yo en estos momentos) en lugar de haber seguido el ritmo de publicación original. Se suele hablar con frecuencia de que el personaje de Harry Potter fue creciendo a medida que lo hacían sus lectores, aunque quizá sería más apropiado decir que fueron los lectores los que fueron creciendo a medida que la autora que había detrás de Harry iba desarrollando su propuesta y mejorando sus habilidades. Aún así, la primera entrega se publicó en 1997 y la cuarta en 2000. Este es un cambio muy pronunciado para haberse producido en un intervalo de tan solo tres años y, por lo que he podido comprobar tras empezar el siguiente libro, está marcando el camino a seguir por la saga de ese punto en adelante. Por supuesto que es lógico que la madurez del personaje se vaya produciendo a medida que la propia autora va madurando como escritora, pero no estoy refiriéndome a un simple cambio en la manera de tratar al protagonista, sino más bien al enfoque global con el que se abordan los libros. Si el primero era un cuento humilde con bastantes carencias, el cuarto es un auténtico monstruo con una extensión ocho o nueve veces mayor y con un interés casi obsesivo en referenciar continuamente a los anteriores para potenciar la sensación de que nos encontramos ante una saga épica en la que todo obedece a un plan premeditado.

Espero que se me permita que ponga en duda la existencia de ese "gran plan" de J. K. Rowling, al menos durante la elaboración de las dos primeras partes de su saga. Dicho plan empieza a intuirse en Harry Potter y el prisionero de Azkaban, pero donde se deja sentir por primera vez con claridad meridiana es en Harry Potter y el cáliz de fuego. Hablamos de un libro gigantesco, casi desmesurado, en el que pasan tantas cosas, aparecen tantos personajes y se tratan tantos temas, que resulta costoso estructurar cualquier reseña. Vayamos por partes.

En primer lugar, la mayor extensión de páginas permite a la autora extenderse a gusto en los eventos previos al inicio de un nuevo curso en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. De hecho, el segmento dedicado a los mundiales de quidditch abarca una considerable cantidad de páginas que se antojan un tanto gratuitas... hasta que sucede cierto evento que se convierte en el primer gran misterio de esta nueva aventura: ¿quién invocó la Marca Tenebrosa en el cielo? Es una pena que el quidditch solo tenga relevancia en esta primera parte del libro, ya que en este cuarto año se suspende el campeonato de quidditch de Hogwarts con motivo de la celebración del Torneo de los Tres Magos. No esperaba echar de menos los momentos dedicados al ficticio deporte, tan comunes en anteriores entregas. Parece que al final yo también he acabado aficionándome.

Imagino que la escritora no quería repetir el mismo esquema de los tres libros anteriores, consistente en que un evento maligno (el intento de robo de la Piedra Filosofal, la apertura de la Cámara Secreta o la fuga de un peligroso criminal de la prisión de Azkaban, respectivamente) interrumpía la normalidad del curso de la famosa escuela de magia. En su lugar, su siguiente propuesta pasó por la llegada de... un evento benigno (el Torneo de los Tres Magos, en este caso) que interrumpe la normalidad del curso. Si bien el recurso no es original ni tampoco narrativamente brillante, su desarrollo es lo bastante atractivo como para capturar el interés del lector más escéptico. A raíz del mencionado torneo se van hilando otras tramas paralelas de forma bastante habilidosa y todas se entrelazan de forma casi perfecta al final. Solo hay una subtrama que no parece conducir a ninguna parte y que se antoja gratuita, pobremente justificada y surgida de ninguna parte: el repentino interés de Hermione por el bienestar de los elfos domésticos. La relación de esta subtrama de la señorita Granger y su P.E.D.D.O. (Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros) con la trama principal es anecdótica en el mejor de los casos y no acaba llegando a ninguna conclusión. Es de suponer que volverá de alguna forma en siguientes entregas, ya que aquí no aporta gran cosa. Me cuesta ver a dónde puede conducir, desde luego.

Este cuarto libro arranca con una ominosa escena en la que el maligno Voldemort va recobrando fuerzas gracias a la ayuda de Colagusano, personaje presentado en Harry Potter y el prisionero de Azkaban. De forma muy efectiva, se crea una sensación de amenaza que está presente durante todo el argumento aunque no hace acto de presencia hasta su conclusión. Así, el final del Torneo de los Tres Magos coincide con el regreso del villano, la resolución del misterio sobre quién invocó la Marca Tenebrosa y la confirmación de las sospechas sobre las verdaderas lealtades de algunos personajes (tales como Lucius Malfoy o Severus Snape). En en ese segmento final en donde más se evidencia el "gran plan" de J. K. Rowling, que incluso dejar caer algunos nombres de personajes que tendrán un papel importante en posteriores entregas. Llegados a este punto, creo que la autora ya sabía a dónde quería conducir su historia. Las tiernas andanzas del ingenuo niño mago están a punto de convertirse en una guerra atroz entre el bien y el mal y yo, personalmente, no estoy seguro de preferir este enfoque a la ingenuidad infantil con la que se abrió la saga. De momento, al menos.

Un aspecto que sí que me ha parecido muy disfrutable de este libro es la entrada de los personajes en la pubertad. Aunque no se aborda de forma explícita, su comportamiento delata que las hormonas empiezan a agitarse en el interior de Harry, Ron y Hermione. Nuestros protagonistas han entrado en la época de los primeros amores y desamores, lo que añade una capa muy interesante en lo que a sus interacciones se refiere. Que las dinámicas que se forman entre ellos sean tan evidentes (el continuo tira y afloja entre Ron y Hermione, la atracción de Harry hacia Cho Chang, los celos de Harry hacia Cedric Diggory...) no impide su disfrute ni mucho menos. Si algo es sin duda positivo del paso de un relato infantil a una novela adolescente es el añadido que suponen los exagerados dramas emocionales tan propios de esa época de la vida. Esto incluso se refleja en el lenguaje de los personajes, que si mal no recuerdo pronuncian por primera vez en la saga la palabra "mierda". Supongo que eso es lo más próximo que puede estar un perfecto niño británico de entrar en la etapa rebelde de los inicios de la adolescencia.

La justificación para este revuelo hormonal no es otra que traerse a unos cuantos alumnos de otras escuelas de magia con motivo del Torneo de los Tres Magos. Así entran en la historia los estudiantes del Instituto Durmstrang y la Academia Beauxbatons, de las cuales los únicos que tienen auténtica relevancia son Viktor Krum de Durmstrang y Fleur Delacour de Beauxbatons. Ambos son los campeones que representan a sus respectivas escuelas en el torneo, mientras que el campeón de Hogwarts acaba siendo Cedric Diggory, un personaje recuperado del anterior libro cuya mayor obra es hacerle ganado un partido de quidditch a Harry y al resto del equipo de Gryffindor. Es importante destacar que ganó un único partido y no la copa, que ese año se llevó Gryffindor, por lo que resulta un tanto complicado creer que sea un auténtico rival para nuestro protagonista. Es más, la rivalidad entre ellos es más enconada en el terreno afectivo que en el propio Torneo, ya que Cedric se convierte en pareja de Cho Chang, la única chica por la que Harry se ha sentido atraído hasta el momento. Como era de esperar, Harry también acaba participando en el Torneo de los Tres Magos pese a todas las medidas de control que en teoría impedían a los alumnos más jóvenes postularse para la competición (he aquí otro de los misterios de esta entrega de la saga). De esta forma, el desarrollo de las tres pruebas del torneo es una de las grandes tramas del libro.

Para la llegada de la tercera prueba, el ritmo de la narración se ha acelerado tanto que dicha prueba se convierte en un auténtico carrusel de sorpresas que acaba desembocando en el esperado regreso de Voldemort. Es justo en ese momento cuando la autora vuelve a mostrar, en mi opinión, cierta torpeza al abusar de la excesiva exposición de la que ya hizo gala en Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Si en el tercer libro había dos capítulos en los que los personajes no hacían nada más que hablar entre ellos mientras iban atando cabos y resolviendo los misterios planteados, en Harry Potter y el cáliz de fuego hay un total de tres capítulos de exposición pura y dura. No contenta con dedicar un capítulo a atar cabos, la autora dedica dos más, cortando el perfecto ritmo que había logrado para la conclusión de su libro y convirtiendo el tramo final en una sobredosis de información. Por supuesto, parte de esa exposición es conveniente y puede que hasta imprescindible, pero el resto incluso un niño la puede deducir por sí mismo. Una vez más, J. K. Rowling parece confiar poco en las capacidades de sus lectores y les ofrece todos los datos que necesitan saber bien masticaditos. La escasa información que no termina de explicar es porque se la reserva descaradamente para más adelante y eso se nota. Este es quizá el punto en el que más choco con la escritora y lo llevo haciendo desde Harry Potter y la Piedra Filosofal. Algo me dice que seguiré chocando exactamente en lo mismo hasta la última entrega. Tantísima exposición es más propia de una novela negra en la que deben explicarse todos los detalles del crimen, por nimios que sean, pero en una historia de fantasía chirría demasiado. Seguro que había mejores formas de atar cabos.

También es cierto que la exagerada ampliación del trasfondo y la aparición de tantísimos personajes nuevos requiere algo más de exposición, aunque desde luego no justifica esos tres capítulos tan seguidos en los que hasta tres personajes distintos narran mediante sus diálogos lo sucedido para aclarar el misterio. Decía que la autora da rienda suelta a su ambición en este libro y eso supone un buen montón de personajes nuevos y toneladas de trasfondo para sus creaciones. Entre tantos rostros nuevos, personajes que parecían tener cierta relevancia como Ginny Weasley o Remus Lupin son apenas mencionados o directamente ignorados. El desarrollo de personajes que realiza J. K. Rowling está subordinado a ciertos altibajos: a veces dedica un libro entero a presentar a un personaje con todo detalle y luego se olvida de él durante toda la entrega siguiente sin ninguna razón en particular.

Una de las incorporaciones más destacas de esta entrega es Alastor "Ojoloco" Moddy, el nuevo ocupante del gafado puesto de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras. Si bien Remus Lupin ya había demostrado ser un buen maestro de dicha disciplina, Ojoloco llega incluso a superar a su predecesor... aunque lo hace mediante unas clases muy poco ortodoxas que además suponen bastante sufrimiento para sus alumnos. Se trata de un personaje de lo más interesante y le sobra carisma para competir con Lupin o con Gilderoy Lockhart, los anteriores profesores de Defensa contra las Artes Oscuras (y a, título personal, los personajes que más me han gustado hasta el momento). No obstante, cierta revelación final lleva al lector a replantearse todo lo que sabía sobre Ojoloco. Es una buena jugada por parte de Rowling de la que no daré muchos detalles para no estropear ninguna sorpresa a quien no conozcan el libro o su adaptación al cine.

En cuanto al trío protagonista, Harry Potter y el cáliz de fuego parece empeñado en demostrar lo falibles que son nuestros tres héroes. Harry se comporta en más de una ocasión como un niño inmaduro y celoso, en especial en lo referente a Cedric y Cho. Ron y Harry pasan buena parte del libro sin hablarse a causa de una pelea bastante estúpida. Finalmente, la pareja formada por Ron y Hermione (me referiré a ellos como pareja aunque en este punto de la historia aún no lo sean de forma oficial) también tiene sus roces. Quizá sea a causa de las traviesas hormonas, que hacen que todo parezca más intenso de lo que es en realidad, pero me encanta ver que los personajes son imperfectos o incluso inmaduros. Leyendo más de una escena me he quedado con ganas de darle un capón a Harry para ver si dejaba de comportarse como un niñato, pero así es como son las personas reales en muchas ocasiones: desagradables, inmaduras, estúpidas, irascibles... en definitiva, imperfectas.

No deja de sorprenderme que se haya establecido una relación de confianza tan pronunciada entre Harry y un personaje como Sirius Black, con el que apenas se ha encontrado en dos o tres ocasiones. La justificación argumental me parece cogida con pinzas, a lo sumo. Para que una relación así sea creíble es necesario permitir que los personajes tengan tiempo para conocerse y llevar a cabo actividades juntos, cosa que Harry y Sirius no han tenido ocasión de hacer: toda su relación se basa en dos encuentros apresurados y unas cuantas cartas enviadas por lechuzas. Tampoco deja de sorprenderme lo plano y ridículo que resulta Severus Snape en cada una de sus apariciones. Imagino que algo debe tener el personaje para resultarle tan atractivo a los lectores, pero en los cuatro primeros libros no ha hecho más que comportarse de forma tan prepotente que roza el ridículo. Veremos qué sucede con él en siguientes entregas, ahora que las cosas se han puesto tan interesantes.

Lo que desde luego me parece muy conseguido en el último tramo de Harry Potter y el cáliz de fuego es la sensación de que ya nada puede volver a ser normal. Ya no son sólo las consecuencias que tiene el regreso de Voldemort tanto para nuestro protagonista como para el resto de personajes, sino la manera en la que se refleja el shock emocional de lo sucedido y las diferentes maneras de afrontarlo. Algunos personajes quedan tan impactados que no saben cómo actuar, otros optan por negar completamente lo sucedido y unos pocos deciden que ha llegado el momento de actuar con convicción, poniendo en marcha acontecimientos que se revelarán en Harry Potter y la Orden del Fénix. Al menos en lo que se refiere a la manera que tiene Harry de afrontar el mundo, este libro supone un punto y aparte. Hasta entonces sus aventuras mágicas podían ser peligrosas, pero siempre estaban exentas de consecuencias, tanto para él como para sus amigos. Ahora Harry ha aprendido que nadie está realmente a salvo y que su propia vida está en juego. El joven aprendiz de mago ya ha presenciado una muerte y me juego lo que sea a que no será la última ni mucho menos. Por lo poco que he podido leer hasta ahora de Harry Potter y la Orden del Fénix, Harry parece sufrir algo parecido a un trastorno de estrés postraumático tras lo sucedido aquí. Esto no sólo me parece de lo más adecuado, sino que multiplica mi interés por proseguir con la lectura de la saga.

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[Manga] Reseña de El jefe es una onee, de Nagabe

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Nagabe es uno de los mangakas de moda, especialmente después de su asistencia al último Salón del Manga de Barcelona. Pese a su juventud (Nagabe solo tiene 25 años) y a su corta carrera profesional, este autor se ha ganado la admiración tanto de la crítica como del público. En nuestro país, la editorial ECC es la que nos está trayendo sus trabajos, entre los que destaca muy especialmente La pequeña forastera: Siúil, a Rún. No obstante, uno de los mangas de Nagabe sobre el que más se ha hablado en tiempos recientes es El jefe es una onee. Por desgracia, el motivo de tanto ruido se debió más a la polémica suscitada por la traducción que al propio contenido de la obra, como veremos a continuación.

El jefe es una onee es el primer trabajo profesional de Nagabe, surgido después de que un editor viese los diseños del personaje protagonista que el autor había subido a una red social para ilustradores. En ese momento Nagabe estaba aún terminando sus estudios de bellas artes y no tenía ninguna experiencia dibujando manga. Es importante destacar que el editor que le ofreció el trabajo pertenecía a la revista Opera, una conocida revista dirigida al público femenino y especializada en BL (Boy's Love, es decir, historias de amor entre chicos). Tras rediseñar ligeramente al personaje principal, el autor empezó a serializar la obra, que abarcó un total de 22 capítulos publicados entre 2013 y 2015 (todos ellos recopilados en un tomo único). Se trata, en efecto, de un manga BL protagonizado por animales antropomórficos.

Este manga nos muestra las aventuras y desventuras de Vincent Failnail, eficiente empleado de una empresa japonesa con capital extranjero. Además de ser un jefe brillante y admirado por sus subordinados, en especial por las féminas de la oficina, Vincent esconde un secreto: por las noches trabaja en un bar de onees. Pese a los ocasionales deslices de Vincent, que a veces se comporta de una marcada forma femenina pese a su apariencia masculina, en el trabajo nadie conoce su doble vida como onee. Las cosas comenzarán a complicarse con la llegada de George Weaver, un apuesto socio comercial que no tardará en mostrar interés hacia Vincent en sus dos facetas, tanto la masculina como la femenina. Al mismo tiempo, los intentos de George por ligarse al jefe despertarán los celos de uno de sus empleados, el normalmente despreocupado Inpas Dant.


La clave de la reciente polémica es el uso de la palabra "onee", que se conserva en el idioma original en lugar de haberse traducido. En Japón, este término proviene de "onee kotoba", una expresión que se emplea para referirse a los hombres que se sienten internamente como mujeres, se vistan como tales o no. Las onees suelen ser personas con mucho sentido del humor y grandes dotes de conversación, por lo que quien acude a un bar de onees lo hace buscando charla y consejo, no para ligar. La traductora de la obra decidió conservarlo al considerar que el término "travesti" no se ajustaba lo suficiente a la historia, lo cual provocó cierta polémica en redes que llevó a que la propia editorial explicase dicha decisión en un comunicado.

Hay quien piensa que el título de este manga debería haberse traducido como El jefe es un travesti o incluso como El jefe es trans y que conservar el término onee fue un error. Personalmente, estoy en desacuerdo. No estoy seguro de que el protagonista pueda considerarse transexual (pese a su comodidad en el rol femenino, el personaje no parece sentir un rechazo manifiesto hacia su cuerpo masculino) y el término travesti me parece escaso para expresar su realidad. La única alternativa que me parece realmente válida es drag queen, aunque este término tiene algunas connotaciones propias de occidente que se alejan de lo que se asocia tradicionalmente a las onees japonesas. No obstante, no soy un experto en el tema. Hay que tener en cuenta que juzgar la traducción sin conocer con detalle la realidad del ambiente de los bares de onees es muy arriesgado. La elección de un término u otro conlleva siempre un contexto cultural que puede alterar la obra original, por lo que en caso de duda me parece adecuado optar por no traducir los términos problemáticos. Sea como sea, un cierto grado de ambigüedad siempre es preferible al uso de etiquetas, en especial si esas etiquetas no son precisas o no se dominan del todo.

Sin embargo, la polémica surgida en torno a este tema me resulta francamente desmesurada. El jefe es una onee es una comedia ligera que carece de pretensiones o de mensajes reivindicativos explícitos. Reconozco que me acerqué a esta obra esperando un ácido comentario sobre el mundo del travestismo y la transexualidad en Japón y lo que me encontré en realidad es una sucesión de chascarrillos y situaciones graciosas que generan reacciones desmesuradas en el protagonista para provocar la risa del lector. No es una historia seria ni pretende serlo y en más de una ocasión recurre a los típicos clichés que hemos visto mil veces (tanto en el manga romántico en general como en el BL en particular). Si bien es cierto que toca temas como la necesidad de explorar la propia identidad o de expresarse con libertad en una sociedad en la que los roles nos vienen impuestos de forma rígida, es principalmente una comedia ligera. Una comedia muy divertida, por cierto.

Si lo reducimos a su mínima esencia, El jefe es una onee es la típica comedia romántica con triángulo amoroso. Cuenta con bastantes elementos de humor absurdo y juega con astucia con esos clichés tan típicos que habíamos comentado (un buen ejemplo sería el capítulo en el que el protagonista sueña con sus dos pretendientes, que Nagabe dibuja con la estética del manga shojo más clásico para convertirlo en una parodia hilarante). El mensaje sobre descubrirse a sí mismo no es más que un simple aderezo sobre el conjunto; un aderezo que, siguiendo la metáfora culinaria, se agradece y se degusta, pero que no alimenta ni sacia. Para encontrar un auténtico reflejo de la realidad LGBT en Japón hay otras obras mucho más apropiadas.


Pasando al apartado estético, la predilección del autor por los personajes no humanos es evidente ya desde esta primera obra. Parece que a Nagabe le gusta más dibujar animales antropomórficos que personas. De hecho, el nivel de detalle está cuidado por encima de lo habitual en este tipo de historias, respetando muchos de los elementos característicos de la anatomía de los referentes reales de los personajes. Exceptuando a Vincent, que es un dragón, los demás personajes se basan en animales reales: George es un pájaro, Dant es un perro y las empleadas del bar de onees son un tigre, una cabra y un tiburón, respectivamente. Entre todos ellos, es posible que Dant sea el personaje más conseguido y que mejor aprovecha a sus referentes perrunos, aunque quizá esta percepción se deba a que se trata del personaje con mayor rango de expresiones distintas a lo largo de la obra. También es mi personaje favorito de la obra.

Llama la atención la transformación que sufre Vincent al adoptar su apariencia de onee y cómo detalles tan sutiles como quitarle las gafas y añadirle un lacito cambian por completo la imagen del personaje que percibe el lector. Por otro lado, si los dragones musculados te parecen atractivos, esta manga te gustará sin lugar a dudas. Si hay algo que puedo decir con seguridad de las onees que aparecen en esta historia es que resultan ser tremendamente atractivas. No sé si a Nagabe la va este rollo, pero de no ser así lo disimula bastante mal. Después de todo, los editores de Opera se fijaron en él por alguna razón.

En resumen, y dejando la mencionada polémica a un lado, El jefe es una onee es un lectura ligera y divertida. No se le puede exigir un comentario social profundo porque carece de él, aunque toca ciertas cuestiones interesantes que podrían suscitar una amplia discusión con posterioridad. Gráficamente es muy agradable, con unos personajes muy cuidados y con un amplio abanico de expresiones emocionales. Se trata de una comedia por encima de todo y, sin ser especialmente brillante u original, sí que resulta muy divertida. Sorprende que se trate del primer trabajo de un autor novel, ya que muestra un gran control sobre los mecanismos que hacen funcionar este tipo de historias. Cabe preguntarse hasta qué punto eso se debe al propio Nagabe o es producto de la influencia del editor. Desde luego, el resultado final está muy pulido para un debut profesional. Recomendaría El jefe es una onee a los curiosos, a quiénes tengan interés en el BL o a quiénes sientan debilidad por las animales antropomórficos marcadamente musculados.


Mis favoritos de 2018

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Hubo una época en la que siempre preparaba una lista de lo mejor del año por estas fechas, con todo ordenado, dividido en categorías y jerarquizado para que quedasen bien claras mis preferencias. No obstante, de un tiempo a esta parte he ido desarrollando cierta aversión hacia ese tipo de listas. Por ese motivo lo que puedes leer a continuación no es una lista de lo mejor de 2018, sino una lista de lo que más me ha gustado durante 2018. Teniendo en cuenta este importante matiz, la lista siguiente no está dividida en categorías, ordenada ni jerarquizada: es simplemente una excusa para escribir sobre algunas de las cosas que más he disfrutado a lo largo de este año y sobre las que no había tenido ocasión de escribir aún. Puedes considerarla una lista de recomendaciones, si lo deseas.

DEVILMAN CRYBABY


Masaaki Yuasa es uno de los grandes nombres de la animación japonesa. Aunque hasta ahora se le conocía especialmente por sus producciones de corte experimental, 2018 ha supuesto su entrada por todo lo alto en el mainstream. 2018 ha sido su año, con el estreno de dos películas, el anuncio de una tercera y la llegada a Netflix de su última serie: Devilman Crybaby. Esta actualización del clásico de Go Nagai es algo más que un espectacular derroche de pericia técnica; es una de las historias más emocionalmente destructivas que me he encontrado nunca. Incluso conociendo el final del Devilman original, la forma en la que Devilman Crybaby conecta con las inquietudes de la sociedad actual (en especial con las de ciertos sectores, como el colectivo LGTB+) asegura la total implicación del espectador en el momento en el que llega su devastadora conclusión. No recuerdo una serie, película, libro o cómic que me dejase tan roto por dentro como el último episodio de Devilman Crybaby. Y, sin embargo, tras darle muchas vueltas, creo que su oscuro nihilismo esconde un mensaje optimista. Si hasta el mismísimo diablo es capaz de llorar por amor, entonces aún hay esperanza para nosotros los humanos, ¿no?

DOCTOR WHO


A ningún seguidor de la veterana serie británica se le escapa la trascendencia de esta última temporada en la que el rol del Doctor ha sido ocupado por una mujer de forma canónica por primera vez en más de cincuenta años de historia. La serie ha sufrido un cambio considerable respecto a la dinámica de sus anteriores temporadas, lo cual irónicamente ha servido para acercarla a lo que se podría considerar la esencia más clásica de Doctor Who... pero con un giro muy importante: el hecho de que ahora el Doctor sea una mujer permite poner en evidencia el sexismo que siempre había estado presente en mayor o menor medida. Doctor Who ya era una serie socialmente comprometida antes, pero ahora mucho más y eso es sencillamente genial. Aún así, tanto la actriz Jodie Whittaker como los guionistas me han parecido un tanto contenidos esta temporada, como si se estuviesen reservando. Capítulos como Demons of the Punjab o It Takes You Away ya están entre mis favoritos, pero sin duda lo mejor aún está por llegar.

VENGADORES: INFINITY WAR


La película en la que matan a mi personaje favorito no una, sino dos veces. Muchas gracias, Marvel Studios.

STAR WARS: REBELS


El arranque de Star Wars: Rebels me resultó genérico y aburrido, pero cuando llegué a los últimos capítulos estaba tan emocionalmente comprometido con los personajes que lloré como un niño en más de una escena. Star Wars: Rebels ha sido un viaje de descubrimiento, en el que el desarrollo de los personajes se ha cuidado con mimo y en el que se han tratado algunos temas capaces de conectar con espectadores de todas las edades. A pesar de sus limitaciones (tanto por su presupuesto como por tratarse de un producto orientado en principio al público más joven), esta serie ha creado a una memorable familia de personajes a los que he acabado queriendo. Despedirse de ellos ha sido uno de los momentos más intensos de este año que toca a su fin.

EL LIBRO DE LA SERPIENTE: LOS LIBROS ILUMINADOS DE ALAN MOORE


La Felguera es una editorial... peculiar. La mayoría de sus libros tratan temáticas relacionadas con la magia y el ocultismo y son en sí mismos auténticos grimorios de una belleza inclasificable. El libro de la serpiente es una de estas joyas de extraña temática y preciosas ilustraciones. Recopilando cuatro textos en prosa de Alan Moore basados en sus performances mágicas, este libro se ha alzado como una de mis lecturas favoritas del año. No era difícil, ya que incluye el texto de El amnios natal, quizá una de mis obras favoritas de todas cuantas he leído a lo largo de mi vida. Adoro la adaptación al cómic y la he leído y releído hasta la extenuación, pero disfrutar del texto en prosa ha sido una experiencia nueva, refrescante e iluminadora. En realidad toda la obra en prosa de Alan Moore desde que decidió autoproclamarse mago es iluminadora y trascendente. Es complicada y retorcida, pero también conmovedora y sublime. Esta es la única y verdadera magia.

BLOODBORNE


Por norma general, las adaptaciones al cómic de un videojuego de éxito no son más que productos derivados de escasa calidad e ideados para arañar algo de dinero a los fans más acérrimos. La mayoría de ellos ni siquiera conocen con detalle el material en el que se basan, pero Bloodborne no es uno de esos cómics. Los autores no sólo conocen el material, sino que además manejan sus referentes y sus influencias. De esta forma, este cómic continúa explorando las temáticas del juego desde distintos puntos de vista, enriqueciendo la ya amplia mitología del título de From Software. Moviéndose con comodidad entre el terror gótico y el horror cósmico, Bloodborne traslada las mecánicas del juego al lenguaje del cómic con inteligencia, cargándolo de metalenguaje. Al igual que en el original, sus personajes buscan una verdad tan aterradora que enloquece a todo aquel que la atisba, llevando a cabo un descenso a los infiernos del que no hay escapatoria posible. Quizá es porque yo soy uno de esos fans acérrimos de la obra original, pero este cómic me tiene ganado desde su primer número.

JOJO'S BIZARRE ADVENTURE: GOLDEN WING


JoJo's Bizarre Adventure me gusta por varias razones. Una de ellas es su evolución estética, que supone un proceso digno de estudio, pero posiblemente la principal sea que nunca deja de sorprenderme. No hay nada demasiado extravagante ni demasiado absurdo para Hirohiko Araki. Su forma de tergiversar los tropos habituales del manga para chicos es alucinante. La adaptación al anime de su obra magna, aunque a veces adolece de una animación algo justa, compensa con un tratamiento del color que hace que me den vueltas la cabeza. Vivo para esas escenas en las que, para acentuar el carácter extraño de la amenaza con la que se han encontrado los personajes protagonistas, los coloristas pierden la cabeza y crean unas combinaciones de color imposibles y fascinantes. Además, Golden Wing supone la culminación del proceso iniciado en Diamond is Unbreakable, por el que los personajes centrales han pasado de ser unos señores enormes e hipermusculados a unos delicados y afeminados efebos. La estética del Renacimiento es una de las principales influencias de Golden Wing y está presente en todas partes, desde la ambientación de la historia hasta las poses de los personajes. Ojalá no se acabe nunca el anime de JoJo's Bizarre Adventure. Por suerte, aún queda mucho manga por adaptar.

PATRICK MELROSE


Imagina que llegas a una serie esperando encontrar a un personaje de vuelta de todo, irónico y mordaz y que acabas encontrándote con la deconstrucción de este estereotipo mientras se explora un drama de alto de nivel en el que se tratan temas como la adicción, el desarraigo, la dificultad para establecer relaciones sinceras y las dificultades para superar toda una infancia de abuso. Eso es Patrick Melrose, serie en la que Benedict Cumberbatch ofrece una de sus mejores interpretaciones hasta la fecha. Si bien el ácido humor negro tan inglés del primer capítulo está presente a lo largo de toda la primera temporada de la serie, el contenido dramático de algunos capítulos es realmente duro. Lo peor de todo es que muchos de los problemas del protagonista sólo se diferencian de los nuestros cuantitativamente, no cualitativamente.

UNRAVEL 2


El primer Unravel fue una maravilla tanto por su belleza como por su sensibilidad. Era un juego diseñado para llegar al corazón a través de los sentidos que recurría a unas mecánicas simples y accesibles pero sólidas. Unravel 2 es aún más bonito si cabe y además lleva sus mecánicas a un nuevo nivel gracias a la posibilidad de jugar en cooperativo. Junto al modo historia cuenta con un buen puñado de desafíos que suponen todo un reto (y además permiten desbloquear nuevos y adorables Yarnys de distintos colores). No obstante, la historia vuelve a ser uno de sus puntos fuertes. Quizá su forma de narrarla ya no resulte tan novedosa, pero vuelve a poner en evidencia la sensibilidad del estudio sueco Coolwood Interactive. Con una honestidad y una calidez sorprendentes en estos tiempos que corren, Unravel 2 viene a decirnos que no debemos rendirnos ante la adversidad porque al final todo saldrá bien.

X-MEN: GRAND DESIGN


La carta de amor de Ed Piskor a la historia mutante es uno de los tebeos del año. El hecho de revisar toda la historia de la Patrulla X, tantas veces revisitada, reescrita y ampliada mediante retrocontinuidad, ya tiene bastante mérito, pero además hacerlo creando al mismo tiempo un argumento coherente es toda una hazaña. La obra de Piskor no está exenta de pequeñas contradicciones ni de errores de continuidad, como cualquier obra que se atreve a abarcar algo que en la práctica es casi inabarcable, pero también derrocha pasión y respeto por estos personajes y sus aventuras. Es una carta de amor y amor es justo lo que me ha hecho sentir.

STAR TREK: DISCOVERY


Todavía no estoy recuperado del tramo final de la primera temporada de Star Trek: Discovery. Cualquier trekkie se podía imaginar que la nueva serie ambientada en el universo de Star Trek contendría alguna referencia al universo espejo del episodio clásico Mirror, Mirror, pero ni por asomo se podía intuir una historia de esta magnitud. Michelle Yeoh estuvo absolutamente increíble y me muero por verla de nuevo retomando el mismo rol. Por otro lado, la primera temporada de Star Trek: Discovery debe ser recordada por haber marcado un hito importantísimo para el público LGTB+ por haber mostrado el primer beso gay de la historia de la franquicia. La importancia de la pareja gay de la tripulación en el devenir de la temporada es algo que me ha dejado una profunda huella. En general, la forma en la que la serie ha abordado la relación entre estos dos personajes ha sido un tremendo acierto y ha sabido transmitir mensajes muy potentes. Lo mismo se puede aplicar al otro gran romance de la temporada, con el que se han explorado temas como la dependencia y las relaciones disfuncionales. Como buena serie de Star Trek, Discovery tiene un ojo puesto en la aventura espacial futurista y el otro en nuestras dinámicas y nuestros problemas del aquí y el ahora.

GOLDEN KAMUY


Coge el clásico anime de Rurouni Kenshin y mézclalo con unos cuantos documentales sobre caza y pesca. Añade unos cuantos villanos que sean tan ridículos como carismáticos, así como unas cuantas referencias históricas y toneladas de datos en bruto sobre la sociedad Ainu y la vida en Hokkaidō a principios del siglo XX. Ahora pon como personaje central a una niña capaz de valerse por sí misma, valiente e incansable y coloca a una colorida hueste de secundarios a su alrededor. Asegúrate de que haya muchísmo humor absurdo y de que no falten unas descacharrantes escenas homoeróticas. Luego remata la receta con un pequeño misterio sobre un crimen del pasado y un tesoro oculto. El resultado final es Golden Kamuy, una serie (tanto en su versión manga como en su adaptación al anime) en la que es difícil entrar por la cantidad de referencias culturales, el uso de términología exótica y el siempre creciente reparto de personajes con variopintas motivaciones, pero que acaba atrapándote en cuanto le das la oportunidad. ¡Hinna hinna!

RUNAWAYS


Si quieres hacer un cómic sobre adolescentes es imprescindible que busques a un equipo creativo que esté conectado con las tendencias más actuales y sepa dirigirse de tú a tú a los lectores adolescentes. Ese equipo creativo es el que forman Rainbow Rowell y mi admirado Kris Anka en Runaways, que viene siendo una de mis lecturas favoritas de Marvel desde que arrancó su publicación. El trabajo de Anka en esta serie, sobre todo en lo que se refiere al diseño de vestuario de los personajes, es sencillamente colosal. Una vez más, se trata de una obra comprometida con el público LGBT+ que ya nos ha dejado un par de momentos para el recuerdo. Si te gusta la moda, si te interesan las historias adolescentes o si buscas un cómic mainstream gay-friendly, entonces Runaways es tu colección.

LEGION


La segunda temporada de Legion ha sido aún más inclasificable que la primera. Parece el producto de una noche de borrachera entre David Lynch y Wes Anderson. Su estética es fascinante y su desarrollo es una completa locura: combates psíquicos que se transforman en duelos de baile, mensajes a través del tiempo, héroes que se transforman en villanos y villanos que resultan ser héroes, unas perturbadoras referencias psicoanalíticas y el debate sobre la naturaleza corruptora del poder siempre presente. Hay que verla para creerla.

BANANA FISH


Adaptación de un manga viejuno de Akimi Yoshida, el estupendo anime de Banana Fish ha logrado sacarme cierta espinita que me quedó clavada al ver Yuri on ICE!! y que tenía que ver con mostrar abiertamente el romance entre dos personajes masculinos. Banana Fish es una historia sobre organizaciones criminales y bandas de delincuentes juveniles, pero también es una historia de amor que desafía las etiquetas y los roles tradicionales. El BL (Boys Love) tiene una forma muy particular de mostrar las relaciones homosexuales en la que uno de los componentes desempeña el rol eminentemente activo y masculino, mientras que el otro queda reducido al rol pasivo y por ende femenino. Aunque a veces se invierte ese esquema buscando la sorpresa o el chiste, no es común encontrarse parejas que se escapen de esta concepción. La parte romántica no es ni mucho menos el eje central de la serie, pero aún así se percibe como un avance refrescante, necesario y, sobre todo, valiente para lo que viene ofreciendo el mundo del anime.

THE DREAMING


Este año ha llegado el nuevo Sandman Universe apadrinado por el propio Neil Gaiman. ¿Era necesario regresar una vez más a estos personajes? Probablemente no. ¿Se trata de cómics interesantes? Rotundamente sí. Quizá The Dreaming sea el más sólido por su interesante premisa argumental y por su potente apartado artístico, pero también Books of Magic y House of Whispers me han resultado buenas lecturas. The Dreaming recupera una idea que nos resulta bien conocida a los lectores: el soberano de los sueños ha abandonado su reino, aunque en esta ocasión lo ha hecho por propia voluntad. Eso desencadena extraños sucesos que obligan a sus subordinados a adoptar medidas inusuales y que amenazan con cambiarlo todo. Algo está naciendo en el interior del Sueño; algo que quizá sea un nuevo Eterno emanado del momento actual en el que vivimos. Ya sólo por eso esta colección tiene todo mi interés.

MEGALOBOX


El anime que celebraba el aniversario del superclásico Ashita no Joe es otro de los grandes hitos de 2018. Con una animación extraordinaria y un diseño de personajes que homenajea y actualiza sin perderle el respeto a los personajes originales, esta serie es una delicia. Básicamente, es la historia de siempre: un donnadie intenta demostrar su valía teniéndolo todo en contra, pero en esta ocasión me sorprendió la forma en la que concluyeron la historia (algo distinta al final de Ashita no Joe). La sencilla premisa está elevada a su enésima potencia al trasladar la historia a un futuro en el que los boxeadores se dan tollinas equipados con unos arneses mecánicos que potencian su fuerza. Nuestro protagonista decidirá competir en el campeonato de mayor nivel sin usar arnés alguno, jugándose la vida en cada combate para darle sentido a su existencia. Siempre en el filo, siempre a punto de perderlo todo, sólo recibirá el apoyo de un par de marginados como él. Su principal rival es todo lo opuesto: el niño mimado de la empresa que fabrica los arneses, un genio nato del boxeo virtualmente invencible. La lucha entre ellos es la lucha entre dos filosofías, dos formas de afrontar la vida. El resultado parece esperable, sobre todo si ya has visto antes algún anime deportivo, pero el final de Megalobox no te lo ves venir.

SPIDER-MAN


Este título de PS4 ha cogido el modelo que tan bien le funcionó a la trilogía Arkham de Rocksteady y lo ha llevado al Universo Marvel. Quizá el juego del arácnido se parece demasiado a los tres títulos de Batman (nunca habría pensado que Spiderman era el personaje más apropiado para un juego con elementos de sigilo), pero derrocha confianza y buen hacer. Sabiendo que su mecánica principal, la de desplazarse en lanzarredes por la ciudad, era tan buena, los desarrolladores lo diseñaron todo a su alrededor. Es un juego en el que el desplazamiento es fundamental, de ahí que transmita de forma tan directa la sensación de haberse puesto en el papel de Spiderman. En algunos aspectos es superior a los Arkham (la integración de los desafíos en el modo historia) y en otros es inferior (los coleccionables, las misiones secundarias o el propio sigilo), pero la parte más importante, que es trasladar al personaje al medio interactivo, la borda. La historia es interesante y no decae en su tramo final, sino que acaba por todo lo alto. Pese a que no adapta directamente ninguna historia (aunque toma elementos de muchos cómics distintos), esta es una grandiosa historia de Spiderman. Sólo le falta un poco más de presencia de la Gata Negra para ser perfecto.

PATRULLA X ROJA


Este es justo el tipo de tebeo mutante que quiero leer todos los meses: una colección con un reparto diverso y un discurso actual, comprometido y combativo. Me preguntaba si la decisión de resucitar a Jean Grey iba a servir para dar lugar a alguna historia memorable y esta serie ha sido la contundente respuesta. Es una auténtica lástima que no vaya a continuar.

SAINTIA SHO


Estrenada recientemente, la adaptación al anime de Saintia Sho contiene todo lo que podría esperar de un nuevo anime de Saint Seiya, más conocida como Caballeros del Zodiaco: poses con elegantes armaduras, cabelleras interminables agitándose al viento, deidades orgullosas y maléficas, luchadores abnegados, lágrimas, drama gratuito... pero añadiendo el aliciente de que todos los personajes principales son femeninos. Saintia Sho corrige uno de los aspectos más aberrantemente sexistas de la obra original de Masami Kurumada, en la que las mujeres caballero tenían prohibido mostrar su rostro porque sólo los hombres podían servir a la diosa Atenea y, para que una mujer pudiese hacerlo, antes debía renunciar a su feminidad y cubrir su rostro con una vergonzosa máscara. En Saintia Sho, las Saintias son una orden de caballeros femeninos que sirven directamente a Atenea. Además de compensar ese aspecto de la serie original que tan mal ha envejecido, esta serie derivada nos ofrece un interesante drama fraternal que enfrenta a dos hermanas que acaban en bandos opuestos por los avatares del destino. Pese a que la calidad de su animación pone en evidencia lo ajustado de su presupuesto, Saintia Sho es un regalo para los fans de Caballeros del Zodiaco.

DIE


Es raro incluir en la lista un tebeo que sólo lleva un número publicado en el momento de escribir esto, pero es que se trata del nuevo tebeo de Kieron Gillen. Junto a un grupo de cómplices habituales, el bueno de Gillen se ha pasado los últimos años destrozándome la vida en el mejor de los sentidos posibles. ¿Recuerdas la conclusión de Journey into Mistery o el final del primer arco de The Wicked + The Divine? Yo desde luego que sí. Con sólo un número leído, creo que ya puedo augurar que esta historia sobre dados y jóvenes roleros cuyos deseos se cumplen de la manera más retorcida imaginable va a convertirse en el siguiente clavo en mi ataúd. Gillen ya tiene el martillo levantado. 

THE EXPANSE


No tengo ni idea de cómo son las novelas en las que se basa, pero The Expanse es una de las series de ciencia ficción más competentes que he visto en los últimos años. Su última temporada hasta el momento ha girado en torno a un tema verdaderamente fascinante: el primer contacto con una civilización alienígena. Siempre con las tensiones sociales y políticas de fondo, el argumento me ha parecido un acercamiento fabuloso al tema planteado: lo importante no es el primer contacto en sí, sino si las distintas facciones humanas acabarán matándose entre ellas antes de lograr alcanzarlo. Como no soy nada parcial en este conflicto, toda mi admiración se dirige hacia los beltalowda, en especial a mi amada Camina Drummer. En una serie en la que abundan los personajes femeninos potentes ella ha robado buena parte de las escenas de esta temporada.

LAS INCREÍBLES AVENTURAS DE CAPTAIN SPIRIT


Uno de mis juegos favoritos del año es una simple demo. Si eso no es una prueba de lo mucho que me gustan los juegos desarrollados por DONTNOD en general y los juegos de la franquicia Life is Strange en particular, nada lo es. La experiencia de ponerse en la piel del pequeño Chris mientras reinventa su vida cotidiana echándole un puñado de imaginación es tan hermosa como triste. Este niño de diez años que juega a ser un superhéroe de cómic usa la fantasía como una vía de escape de una vida que no parece reservarle nada bueno. De hecho, mientras Chris recorre la casa y el jardín inventando historias maravillosas y esperanzadoras, su padre se emborracha delante del televisor hasta quedar inconsciente. De una forma muy sutil, Las increíbles aventuras de Captain Spirit nos habla sobre esas ocasiones en las que la fantasía y la creatividad se convierten en el único salvavidas capaz de mantenernos a flote cuando la vida nos da la espalda. Puede que sea sólo una simple demo, pero el escaso tiempo que dura me ha hecho sentir más cosas que muchos juegos completos a lo largo de decenas de horas.

GO FOR IT, NAKAMURA!


Este es un manga BL de hace unos años que al fin ha logrado editarse en occidente. Ya lo tenía fichado desde antes de su publicación porque me parecía una cucada y, efectivamente, ha resultado serlo. Go for it, Nakamura! no es muy distinto de los típicos mangas de romance de instituto tan típicos de finales de los ochenta y principios de los noventa. De hecho, incluso su estilo gráfico es heredero directo de esa época. Por encima de todo es una comedia con un humor delirante y absurdo que surge de las desventuras del patoso protagonista, un chico llamado Nakamura que está perdidamente enamorado de uno de sus compañeros de instituto. El de este manga es un humor muy tonto, pero tiene un puntito de malicia y de picardía muy agradecido. Además, el final es una preciosidad. Es bastante meritorio lo que consigue la autora, que logra que pases de ver al protagonista como un bicho raro del que te apartarías inmediatamente si te lo cruzases por la calle a animarle fervientemente para que logre su objetivo gritándole en cada viñeta "Go for it, Nakamura!" hasta dejarte los pulmones. Ojalá poder hacerlo pronto en castellano si alguna editorial patria se anima a publicar este manga.

THE END OF THE F***ING WORLD


Basada en un cómic, esta serie de Netflix está protagonizada por dos adolescentes disfuncionales que comparten una huida hacia adelante de la que no pueden salir bien parados, como si fuesen una suerte de Bonnie y Clyde de la generación millennial. Con una banda sonora indie absolutamente espectacular y con unos diálogos cargados de humor negro y mala leche, la serie hace un trabajo extraordinario desarrollando a su dúo protagonista y transmitiendo esa sensación de alienación, vacío existencial y desarraigo que tanto caracteriza a la adolescencia pero que el mundo moderno parece haber acentuado hasta el extremo en los tiempos que nos ha tocado vivir.

SAGA


Otro año más en el que Saga es uno de mis tebeos favoritos. Menuda novedad. Si hiciese una lista como esta todos los años estoy seguro de que este cómic aparecería siempre.

WESTWORLD


Creo que Westworld ya había perdido un tanto el norte en su primera temporada, aunque era fácil perdonárselo. Sin embargo, los vicios de la serie, como su abuso hasta la extenuación del recurso narrativo de mezclar acontecimientos situados en momentos distintos de la línea temporal, son mucho más palpables en su segunda temporada. Es más, diría que dicha temporada es incluso más pretenciosa que la anterior, llegando a rozar la pedantería en algún que otro momento. Westworld está muy pagada de sí misma... pero merece la pena seguirla para ver a Dolores pegando furiosos escopetazos desde su caballo. Lo mismo se podría decir de Maeve, que ha tenido un trama apasionante esta segunda temporada que nos ha llevado a conocer el ansiado Samurai World (y que ha incluido la reproducción de la mítica escena del atraco al Salón Mariposa de la primera temporada con sus homólogos del Japón feudal). Son ellas las que hacen que este viaje por el oeste merezca la pena pese a que la carreta en la que vamos subidos vaya desmoronándose un poco en cada capítulo.

KOKKOKU


El premio para el anime más estrafalario y desconcertante del año estaba disputado entre Karakuri Circus y Kokkoku. Finalmente me he decantado por el segundo porque, dentro de lo que cabe, Karakuri Circus sigue las conocidas convenciones del manga para chicos. Kokkoku, en cambio, entra dentro del terreno de lo inclasificable. ¿Es una serie sobre intrigas sobrenaturales? ¿Es una comedia negra? ¿Es una fantasía sobre viajes en el tiempo? ¿O es una historia sobre legados familiares y relaciones disfuncionales? No lo tengo claro. Un poco de todo, quizá, aunque la mezcla es tan heterogénea que resulta complicado valorar las distintas facetas de Kokkoku como parte de una unidad integrada. Es una serie que me deja descolocado y confuso... y eso me encanta.

THE PROMISED NEVERLAND


The Promised Neverland ha sido uno de los mangas más populares del año y bien se merece el reconocimiento. Además de ser una historia muy competente con un fantástico reparto de personajes, su forma de transformar lo cálido y hogareño en algo surgido de la peor de las pesadillas es sorprendentemente efectiva. Este manga juega con temores muy simples, muy primarios, que todos hemos experimentado alguna vez a lo largo de nuestra infancia, construyendo una trama cargada de tensión en la que los protagonistas no tienen que ser los más fuertes ni los más poderosos para superar el peligro que se esconde en su propio hogar, sino los más astutos. Bajo su adorable estética, The Promised Neverland esconde una historia de terror. De hecho, trata sobre el mayor terror que puede experimentar un niño: ¿y si los adultos que están aquí para cuidarme en realidad quieren hacerme daño?

TETRIS EFFECT


Decía al principio que esta no iba a ser una lista ordenada ni jerarquizada, pero mentiría si dijese que Tetris Effect no es lo que más me ha gustado este 2018. Llegué a este juego atraído por la gloriosa sinestesia que persiguen todos los títulos en los que se ha involucrado Tetsuya Mizuguchi desde el mítico Rez y lo que me encontré superó mis fantasías más alocadas. Mediante la combinación de una de las mecánicas más veteranas de la historia del entretenimiento interactivo y el constante bombardeo sensorial, Tetris Effect provoca que el jugador alcance un estado de flujo en el que el mundo a su alrededor se difumina para dar paso a una realidad de puro orden geométrico. He jugado a decenas de variantes del Tetris clásico a lo largo de mi vida, pero ninguna me había absorbido ni me había llevado a apreciar las sutilezas del juego como esta. Leí una vez que el Tetris era uno de los grandes juegos de la historia de la humanidad y que no tenía nada que envidiar al ajedrez. Ahora que Tetris Effect me ha abierto los ojos lo creo sin lugar a dudas. Este juego ha hecho muchísimo por mí en el último tramo de este año: me ha llevado a explorar mis procesos cognitivos, me ha servido para desarrollar nuevas y más eficaces estrategias mentales, me ha proporcionado un subidón de autoestima al ver cómo iba ascendiendo en las tablas de puntuación y me ha ayudado a sobrellevar la ansiedad con la que convivo en mi día a día. Por si todo lo anterior fuera poco, Tetris Effect también es una de esas escasas obras que logran devolverme la fe en la humanidad y hacerme creer que hay esperanza para nosotros como sociedad y como especie. Uno de los mayores aciertos de este juego consiste en los mensajes optimistas y empoderantes que transmite de forma delicada, honesta y rebosante de convicción. Por ejemplo, la forma en la que el globo terráqueo se va llenando de luz a medida que los jugadores van acercándose al objetivo conjunto de puntos en los rituales de fin de semana lanza un mensaje sutil, pero muy potente: todos juntos somos capaces de iluminar el mundo.

Mis momentos favoritos de 2018 pasan por recorrer las arenas de un caluroso desierto que de repente se transforma en la fría superficie lunar, por nadar junto a un grupo de delfines inquietos, por atravesar la estratosfera para alcanzar el espacio, por cantar junto a un grupo de medusas, por retozar junto a una pareja de distantes sirenas o por recorrer el cielo junto a una plétora de globos aerostáticos. La banda sonora de 2018 pasa por el sublime gozo electrónico de las melodías de Tetris Effect y el mensaje de 2018, si es que hay algún mensaje que merezca la pena ser recordado, pasa por las letras de las canciones de este juego.

We embark
On this ride
To find out who we are
We look up
To the sky
To realize
Nothing can stop us
Nothing can stop us
WE CAN TOUCH THE SKY

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